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Enrique García-Máiquez

El pinganillo es el quid

Los pinganillos, con su entidad menor, serían un gesto ensordecedor, deslumbrante, nítido. Un Rubicón senatorial

De la investidura de Feijóo nos queda una duda: ¿saldrá de ella alguna certeza? Sabíamos que perderla la perdería desde hace mucho. Los negociadores del PP solo han conseguido los votos de Vox y porque Abascal, tirando de patriotismo, se los ha dado gratis. Los de UPN y CC, también los traían de casa. La negociación no ha sido un éxito. Pedro Sánchez ya no engaña a nadie y ni siquiera su desaire a través de Puente nos ha chocado.

La cuestión, pues, está en el pinganillo. En el del Senado, se entiende, donde el PP tiene mayoría absoluta y podría forzar un reglamento interno de la cámara que prohibiese el uso de otras lenguas españolas distintas del castellano, que es el español que todos los españoles –cuya soberanía las cámaras representan– tienen el deber y el derecho de hablar. Es un tema menor, dirá alguno; y yo diré que sí, sí, pero que no tanto.

Poner pie en pared con el rollo del pinganillo implicaría la voluntad de una resistencia real al rodillo sanchista. Con un guiño especial a los nacionalistas de que el PP ha captado (¡por fin!) el mensaje. Ellos están enfrente, contra la idea de España, talmente. Cada vez que el PP se los ha puesto al lado ha recibido la automática puñalada por la espalda, como aquella fábula del escorpión y la rana. El PNV en esta investidura se ha retratado definitivamente, votando con su rival Bildu con tal de no mancharse votando al PP. Los pinganillos, con su entidad menor, serían un gesto ensordecedor, deslumbrante, nítido. Un Rubicón senatorial.

¿No hay otras medidas de mayor peso que el PP pueda tomar? Por supuesto y ojalá; pero yo no soy el PP y entiendo que los populares tienen su agenda ideológica y, aunque no se comparta, hay que respetarla. Me hubiese encantado, por ejemplo, que el PP de Extremadura votase contra el aborto en las cortes, pero prefirió votar con el PSOE a favor de una propuesta abortista del partido de Sánchez y dejar solos a los 5 diputados de Vox.

No hay un tema más vital para mí, pero comprendo que María Guardiola se ha declarado en múltiples ocasiones como una gran convencida del derecho al aborto, y ahí no va a cambiar. Eso explica, por otra parte, que haya dos partidos a la derecha del PSOE, y que los vaya a seguir habiendo. Las diferencias de fondo son sustanciales y poderosas. Por eso, no queda más remedio que el electorado decida dónde quiere poner su granito de arena para qué.

En esas cosas sustanciales de una visión socialdemócrata o que ha asumido los criterios morales y sociales de la izquierda, al PP no se le puede pedir un cambio radical sin traicionarse a sí mismo. A estas alturas, tampoco traiciona demasiado a sus votantes que se dicen más conservadores, porque, si no se han enterado aún, su inocencia no es inocente.

En cambio, el pinganillo sí implica un consenso interno grande: está el ahorro, ya saben, la gestión, la economía es lo que importa a los españoles y eso. Y luego la idea de una defensa de la unidad de España, que es muy transversal en los votantes del PP, por fortuna. Con ese fundamento, vendría el gesto gallardo tras la investidura. Demostrar que se reacciona, que se toma nota, que se aprovecha el mucho poder institucional que el electorado ha puesto en manos del PP para ejercer una oposición y, sobre todo, una resistencia. Ahora bien, si ni siquiera se atreven con los pinganillos, apaga y vámonos.