No demos munición contra el Rey
Si a Felipe VI también lo convertimos en mercancía averiada sobre la que echarnos los trastos a la cabeza, habrán ganado Sánchez y los suyos
El Rey designó ayer a Pedro Sánchez para que intente la investidura tras la fallida de Feijóo, aunque no haya podido constatar previamente los votos con los que cuenta el presidente en funciones, más allá de los 153 de la suma del PSOE y el tutifruti de Yolanda Díaz. El presidente dependiente de Puigdemont, que se niega a pronunciar la palabra amnistía y usa el eufemismo de «generosidad» en un auténtico insulto a nuestra inteligencia, le dijo que iba a conseguir 178. Opiniones hay que mantienen que el Monarca debería haber dejado pasar el turno y no darle esa baza a quien tiene por probables aliados a los que quieren destruir España y ni siquiera comparecen ante el Monarca para plantearle el signo de su voto.
El artículo 99 de la Constitución da la facultad al Rey de que plantee un nombre previa consulta con todos los grupos sin precisar más. Pero lo que está claro es que el Rey sí cumple las reglas democráticas, y eso le diferencia de Sánchez y, además, la Monarquía parlamentaria no está para arreglar los desafueros de los políticos ni los apuros electorales de los partidos. No se le puede pedir otra cosa que lo que ha hecho por muy doloroso que nos sea. No puede hacer política porque es justo lo que le faltaba a la Corona española para alentar las tesis rupturistas de Sánchez. Y menos de todo dar munición al presidente en funciones que revolvería a los socialistas contra la única institución que defiende nuestros derechos y encarna los valores constitucionales.
Italia es un país que cada vez se parece más a España: en la inestabilidad, en la imposibilidad de conformar mayorías parlamentarias, en la falta de institucionalidad de sus dirigentes, en la irrupción de partidos antisistema en el Parlamento. Hay similitudes, pero diferencias esenciales en las funciones de sus dos jefes de Estado: uno preside una República parlamentaria y el otro es Rey de un sistema parlamentario. Los dos simbolizan la unidad y la representación de la nación, los dos sancionan las leyes, sus actos tienen en ambos casos que ser refrendados por el Gobierno y los dos jefes de Estado tienen el mando sobre las Fuerzas Armadas.
Pero hay atribuciones que sí tiene el presidente de la República italiana, actualmente Sergio Mattarella, que lo convierten en elemento decisivo en la política de su país, que no tiene Felipe VI. Por ejemplo, nombra a cinco de los quince magistrados del Tribunal Constitucional y puede elegir a cinco senadores, puede convocar sesiones extraordinarias del Parlamento y, el más importante, tiene un poder resolutivo, incluido en el artículo 92 de la Constitución italiana, que por ejemplo esgrimió Mattarella en 2019 cuando los italianos votaron un Gobierno antieuropeo que previsiblemente iba a conducir al país al caos y disolvió las cámaras para volver a convocar elecciones. Nuestro Rey no posee ninguna de esas armas constitucionales y tiene la obligación de sancionar las decisiones del Gobierno, según el artículo 64 de la Constitución, que son para él un acto debido.
Si a Felipe VI también lo convertimos en mercancía averiada sobre la que echarnos los trastos a la cabeza, habrán ganado Sánchez y los suyos: los que le insultaron cuando pronunció su histórico discurso en defensa de la nación española del que ayer se cumplió el sexto aniversario. Aquel 3 de octubre de 2017 el jefe del Estado tuvo que marcar las líneas rojas que el Gobierno de Mariano Rajoy con el apoyo de Pedro Sánchez solo había atisbado a dibujar sutilmente para no pisar demasiados callos: «Esas autoridades se han situado totalmente al margen del derecho y de la democracia. Han pretendido quebrar la unidad de España y la soberanía nacional, que es el derecho de todos los españoles a decidir democráticamente su vida en común», sostuvo.
Esta semana el mismo Rey, con solo 9 años en el trono, iguala las diez rondas de consultas de su padre en 39 años. Y ya ha vivido desde la Jefatura del Estado cinco elecciones generales, la mitad que Juan Carlos I, pero en un periodo cuatro veces menor. Y, por si fuera poco, padece una inestabilidad institucional bajo el presidente más desleal y amoral de la democracia. Si Sánchez repite, le pondrá sobre su mesa a la firma una ley que refuta absolutamente aquel discurso contra los separatistas. Injusto, sí; triste, también. Pero si también el Rey es chatarra política, habrá ganado Su Sanchidad. Felipe VI es el dique.