La concordia y la convivencia, según la izquierda
La náusea y las ganas de abandonar son tentaciones vespertinas cuando uno se acerca a la actualidad política y comprueba cómo todo un país está en manos de un aventurero político
Si nos atenemos con rigor a la Historia, la izquierda española, salvo honrosos paréntesis, no ha sido un movimiento de paz y de convivencia. Más bien al contrario. Su hoja de antecedentes no puede ser más sangrienta y menos inclinada al diálogo y a la concordia. Creíamos haber superado esos tiempos de una clase política matona y pendenciera, de insulto fácil y piel fina para el reproche del contrario. En la Transición, una excepcional clase política con Adolfo Suárez a la cabeza logró colocar de nuevo a nuestra nación en el club de las democracias, con una calidad de convivencia y juego democrático impensable unos años antes. Aquellos políticos, entre otras virtudes, poseían cultura y, muchos de ellos, la mayoría, conocían el principio de legalidad y sabían qué es un Estado de Derecho, además de tener sentido de la Historia.
Ahora nos gobierna la peor clase política que se recuerda: incultos, mentirosos, odiadores, acomplejados, soberbios y poseedores de una enciclopédica incultura, sobre todo en materia de Derecho y de Historia. Su mayor característica es el pragmatismo, y ya se sabe que por el pragmatismo se llega a la delincuencia. Y yo creo que más de uno está a punto de delinquir, como ya hizo el PSOE en 1934. Sigue siendo una vergüenza que en pleno centro de Madrid estén las estatuas de Largo Caballero e Indalecio Prieto, golpistas por turno. Es una señal más del confuso tiempo que viven los españoles.
Sánchez ahora invoca la concordia y el diálogo. Lo pide él, uno de los tipos de verbo más faltón que recuerda la historia reciente. Lo invoca él, que hizo portavoz a Óscar Puente y despreció al Parlamento. Lo pide el que pacta con Puigdemont, después de que este colocara en Twitter, ahora llamado X, una imagen del Rey Felipe VI boca abajo. Lo solicita él, que ha llegado a acuerdos con personas que tienen las manos manchadas de sangre, como son los miembros de Bildu.
La náusea y las ganas de abandonar son tentaciones vespertinas cuando uno se acerca a la actualidad política y comprueba cómo todo un país está en manos de un aventurero político. No obstante, no cedamos. Vayamos a Barcelona y a todos aquellos lugares donde la voz de los ciudadanos libres e iguales se tiene que hacer oír. Lo que vivimos va contra la razón, y todo lo que atenta al raciocinio termina fracasando. En el pecado lleva la penitencia.