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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Mi petirrojo

En España se asesinan niños todos los días, se sueltan criminales sexuales todos los días, y dar de comer todos los días a un petirrojo elegantísimo puede ser castigado con 50.000 euros de multa

Me siento intranquilo. He leído que en la burra Ley del Bienestar Animal de la Belarra se contemplan multas astronómicas a los propietarios de aves que carezcan de registro e identificación. Y que los perros, los gatos, y demás mascotas con daños o enfermedades irreversibles, no tienen derecho a la eutanasia. En España son asesinados decenas de miles de seres humanos durante los meses –y días–, previos a su nacimiento, se recomienda la eutanasia a enfermos sin solución de curación, y se castiga con multas y penas de prisión a los propietarios de animales condenados a sufrir una larga y terrible agonía. Nada que oponer al progreso, aunque éste resulte tan inhumano como desagradable.

Me preocupa mi situación por un pájaro, que no es de mi propiedad, pero como si lo fuera. Tiene nombre, Gustavo. Es un petirrojo, un «erithacus rubecula», y me visita por las mañanas y las tardes sin faltar jamás a la cita. Todos los días relleno de alpiste, migas de pan y pipas sin cáscara dos comederos de pájaros. Y esparzo también el menú ornitológico por el prado. Si acuden palomas, mirlos o rabilargos –en una ocasión un pitorreal–, los espanto dando palmadas, porque comen con gula, y la gula me molesta hasta en las aves. Ahora, que se acerca el tiempo de los fríos, volverán los maravillosos camachuelos. Se reúnen carboneros, jilgueros, pinzones, verderones, reyezuelos, herrerillos y chochines. Y varios petirrojos. Pero Gustavo aparece cuando sus colegas se marchan bien comidos y satisfechos. Se acerca confiado a mi sillón en el porche y come de mi mano. Es diferente. Salta, se estabiliza en la palma de mi mano, y se alimenta a su gusto. Le añado en la dieta, sólo a él, migas de «cake» y de bollitos de leche. Cuando mi mano deja de ofrecerle su comida, me despide con un suave y medido picotazo de gratitud hasta la merienda. Gustavo es mío, pero es libre. Para mí, que vive en mi jardín y siempre está atento a mis movimientos. No se mezcla con el resto de los pájaros, y he descubierto el motivo en la Guía de Campo de las Aves de España y Europa de Peterson, Mountfort y Hollom, Ediciones Omega, Barcelona 1973.

Del petirrojo, que de niños conocíamos en San Sebastián por «Txantxangorri» , escriben los autores de la Guía: «Su conducta confiada respecto al hombre y sus costumbres desenvueltas son bien conocidas en Gran Bretaña; en el Continente, en general, se muestra más tímido». Es decir, que Gustavo, mi petirrojo libre, es inglés o de ascendencia inglesa, y de ahí su prudencia y recelo a mezclarse con aves naturales del Continente.

Sucede que vive de mí, me visita dos veces cada día, come de mi mano, me demuestra su cariño con un pico –más breve que el de Rubiales y Jenni Hermoso–, pero no lo tengo legalmente reconocido ni registrado. He leído que me pueden imponer una multa fronteriza con los 50.000 euros, cantidad que se escapa a mis posibilidades reales. Años atrás, podría haber percibido una cantidad similar a la de la sanción, posando desnudo en Interviú, pero mi amigo Antonio Asensio canceló su publicación, y mi cuerpo, en la actualidad, carece de sus antiguos esplendores. No obstante, he decidido seguir delinquiendo hasta que los comisarios políticos de la Belarra me sorprendan alimentando ilegalmente a Gustavo, mi petirrojo inglés. En tal caso, Gustavo morirá de hambre, porque sólo sabe comer de mi mano en común acuerdo con nuestras respectivas libertades.

En España se asesinan niños todos los días, se sueltan criminales sexuales todos los días, y dar de comer todos los días a un petirrojo elegantísimo puede ser castigado con 50.000 euros de multa.

He optado por mantener el riesgo.