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Pecados capitalesMayte Alcaraz

El Getafe y su alcaldesa son nuestra antorcha

A los perros no se les puede dejar atados en la puerta de los supermercados, pero a los ciudadanos libres se les maniata desde el presupuesto público

Discrepar de Pedro Sánchez y su ejército de censores está penado con la cancelación. Con el silencio, con la lapidación, con la muerte civil. Quien opina libremente lo paga. Alejarse de lo políticamente correcto te manda a los campos de exterminio sanchista, allí donde nunca da el sol, allí donde son enviados los desviados del discurso oficial para ser reeducados. El último es Alfonso Pérez Muñoz, un futbolista que jugó en el Madrid y en el Barça, que ha osado decir dos obviedades: que las futbolistas de la selección femenina no ganan lo mismo que sus homólogos masculinos porque no generan los mismos ingresos ni tienen la misma repercusión mediática, empezando por él mismo, que no puede cobrar la soldada de Cristiano; y animar a las campeonas a mostrar su amor por la bandera nacional –es difícil verlas presumiendo de que son españolas–, como debería hacerlo también Guardiola, que abomina de los colores de nuestra nación. Quien no defienda y ame sus símbolos –sostiene Alfonso Pérez–, no debe representar a la selección. Y esta razonable reflexión es, para el régimen populista, un delito de lesa humanidad, que debe ser castigado con la retirada del nombre del deportista del campo del Getafe Club de Fútbol.

La izquierda identitaria se ha apropiado de las reivindicaciones de las campeonas de Sidney, porque ellas se han dejado, y en ese marco no cabe ninguna consideración que no encaje en los parámetros del populismo barato. Salvo entonar el amén o el sí bwana, lo mejor que se puede hacer es callarse, porque en las redes sociales, donde se usan las palabras como adoquines contra el discrepante, arranca una campaña de exterminio civil que termina siempre con un brazo político de Sánchez rematando la ejecución con alguna decisión administrativa. Ya ha ocurrido con José Manuel Soto, con Pitingo, con Bertín Osborne, con Loquillo y, más recientemente, con José Coronado, que se atrevió a verbalizar que quería poder decir a una mujer «que está guapa o cederle el paso sin que nadie me llame agresor ni machista». Esa es la afrenta imperdonable que profirió el brillante actor madrileño que se niega a subrogarse al oficialismo subvencionado y zas, franqueado a la Siberia sanchista. Así las gasta la pretendida superioridad moral de la izquierda.

Que nadie crea que la criminalización de ciudadanos relevantes por disentir de los dogmas progres es un asunto que solo compete a los afectados. En cada insulto, en cada cancelación, en cada decisión arbitraria y cainita de un responsable público contra un ciudadano libre, nos arrancan un jirón de nuestros derechos que ya no volverán. No es lo más grave, con serlo, que el estadio getafense deje de llamarse con el nombre del futbolista que nos ha representado por el mundo, ni siquiera que a cantantes, actores, y personas relevantes se les tape la boca, lo letal es, sin duda, que es a todos nosotros a los que quieren callar.

A los perros no se les puede dejar atados en la puerta de los supermercados, pero a los ciudadanos libres se les maniata desde el presupuesto público. Y lo hacen esbirros del sanchismo cuya solvencia como intérpretes de la sharía socialista está acreditada. Sara Hernández, la alcaldesa de Getafe, que ha tenido una relación complicada con Sánchez y que por alinearse con Patxi López en las primarias fue depurada del liderazgo del PSM (ella tomó la medicina que ahora administra), tiene en su haber ser una de las principales defensoras de la aberrante ley del 'sólo sí es sí' y haber difundido por los colegios una guía para menores con expresiones como «apaga la tele, enciente tu clítoris». La regidora ha tenido un buen correlato en la burricie del Getafe, cuyo estadio, como defiende mi querido Carlos Herrera, podría ser rebautizado como estadio Carlos Puigdemont, que sí encaja en la España de la reconciliación. No busquen espónsor para poner otro apellido, el fugado de Waterloo honraría con su nombre al equipo. El Getafe nos marca el camino del buen progre, ese progre que calla mientras destruyen su país, pero pide las sales contra un futbolista que ejerce su libertad de expresión.

Tiene razón Fernando Trueba, ese cineasta ganador de un Oscar concedido al cine español, que ha recibido galardones como el Premio Nacional de Cinematografía, seguramente por ser de Azerbaiyán, y que cobra subvenciones que pagamos todos los españoles y que aseguró hace unos años que «ni cinco minutos de mi vida me he sentido español», sin que ninguna alcaldesa lo exterminara por el insulto a su país. Ahora, Trueba, el azerbaiyano con DNI español, se acaba de preguntar en un periódico «por qué el ser humano es tan animal». Contéstate tú, Fernando, y todos los progres que, como Sara Hernández, quieren pensar por nosotros.