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Enrique García-Máiquez

Jon Fosse

No se trata de promocionar a los escritores propios, pero es raro que no se haya presumido un poco más de quien ya era un escritor reconocidísimo con más de 40 obras de todos los géneros: novelas, poesía, ensayos y libros infantiles

No pierdo pie con el premio Nobel, quiero decir, que no pienso que lo que decida un grupo de suecos tiene que ser, necesariamente, la mejor de literatura actual, como sabemos todos. Pero tampoco olvido que les debo algún descubrimiento impagable. Véase Wislawa Szymborska, la estupenda poeta polaca. Y que premiaron a JRJ. El premio a Jon Fosse (Haugesund, Noruega,1959) pinta muy bien. Yo no lo conocía, lo que supone la posibilidad de un nuevo deslumbramiento. Desde sus declaraciones a su biografía, pasando sobre todo por los fragmentos de su obra que se pueden leer por aquí y por allí están todos llenos de buenos augurios. Él afirma que escribe como quien reza y alguno de esos fragmentos son, en efecto, salmódicos y de una hondura indiscutible.

Para que la hierba no crezca bajo mis pies, ya he empezado a leer Trilogía, cuya prosa me tiene subyugado. Por cierto, las traductoras son Cristina Gómez Baggethum y Kirsti Baggethum (¡vivan los buenos traductores!). Ya contaré de Trilogía en cuanto la termine.

Se me ocurren, sin embargo, dos reflexiones previas que tienen interés social y político y, por tanto, que encajan mejor en una columna de opinión en El Debate que en una crítica profesional en una revista literaria. De las anécdotas que rodean a este premio podemos alcanzar quizá dos categorías.

Ciertamente, algunos críticos que yo estimo mucho habían advertido de la calidad literaria de Fosse. En El Debate, Fernando Bonete, que lo tenía como su apuesta para el premio. También Serrano Oceja y, en Aceprensa, Luis Daniel González habían estado atentos. Bravo por ellos tres. Pero lo curioso es que a muchos otros nos haya cogido tan por sorpresa. Llamativamente, participo en un foro de internet con unos veinte intelectuales católicos inquietos e incansables lectores. Hay críticos, profesores y catedráticos. Ninguno conocía a Fosse. Ha tenido que venir el susodicho puñado de suecos a describirnos a un escritor católico, converso, de enorme calidad y que entra a fondo en los problemas existenciales con una óptica cristiana.

Creo que al rebufo de esta curiosidad tendríamos que plantearnos cómo estamos comunicando en la Iglesia y sus alrededores los genios creativos que, contra lo que parece, tenemos, como siempre, pero ahora no llegan. No se trata de promocionar a los escritores propios, pero es raro que no se haya presumido un poco más de quien ya era un escritor reconocidísimo con más de 40 obras de todos los géneros: novelas, poesía, ensayos y libros infantiles.

Tan conocido –y esta es la segunda anécdota que voy a proponer para su ascenso a categoría– que el rey Harald le concedió el Grotten, esto es, una residencia dentro de los terrenos del palacio real en Oslo, que se concede a un artista o creador noruego de forma vitalicia en reconocimiento a su contribución a la sociedad. Ahora que tanto se habla sobre el papel constitucional de Felipe VI en la investidura de Sánchez no vendrá mal recordar que la Casa Real tiene mucho campo de juego para reafirmar su autoridad reconociendo el mérito de españoles ilustres. En eso gozaría, como el rey Harold, de un margen de autonomía del poder político que haría mucho bien a la sociedad española, a la cultura hispánica y a la Casa Real, pues los honores son siempre de ida y vuelta. Yo ya he defendido la conveniencia de recuperar la concesión de títulos, pero también es preciosa esta costumbre real noruega. Al rey Harold no le creció la hierba bajo los pies, y, gracias a eso, parte del premio Nobel –casa Grotten mediante– recae sobre su reinado.