Salvador Illa
El ministro de la pandemia negligente es la cara de Sánchez para maquillar ahora el virus independentista
Salvador Illa debería estar enfrentándose a una causa por su gestión de la pandemia, como les ha ocurrido a otros ministros de Sanidad por media Europa, pero aparece sin embargo como «hombre bueno» de la política catalana, una especie de paciente celestino capaz de contener al españolismo irredento y de calmar al separatismo más atroz.
Él fue el primer responsable de desatender, a sabiendas, una alerta sanitaria que se amplió en España por el evidente deseo de mantener a toda costa la convocatoria del 8M, perdiendo unos días preciosos para evitar la bomba vírica detonada con el retraso, causante en la primera ola de una de las peores mortalidades del mundo.
También ayudó a Sánchez, en compañía del infame Fernando Simón, a negar la virulencia del coronavirus, a descartar transmisiones masivas e incluso a desaconsejar el uso de mascarillas, con el resultado por todos conocido.
España ha sido uno de los países con más muertos del planeta y con mayores pérdidas económicas, aunque los contables de cadáveres solo tengan tiempo para dedicárselo a las residencias de Ayuso, que también lo son de Sánchez.
Ahora Illa, que ganó las elecciones autonómicas en Cataluña pero se conforma con hacer de bastón o de felpudo de ERC, vuelve a activar sus dotes actorales para negar la pandemia independentista y ayudar a su patrón a perpetrar la fechoría de sumergirse en el virus de Puigdemont aunque eso contagie al resto de España.
Tenemos muchos problemas, pero uno de los más absurdos es el de convertir a políticos mediocres, cínicos, sin escrúpulos y apenas válidos para ejercer de sicarios en hombres de Estado si hablan bajo, tienen gafas y manejan bien las largas frases con subordinadas y las esdrújulas, que parecen decir mucho pero nunca dicen nada bueno.
Ahora el PSOE pasea al ministro pandémico, que estaría en un banquillo dando explicaciones si tuviéramos una justicia independiente y una sociedad viva, para echarle perfume barato al vertedero sanchista y allanar la investidura, a cambio de elevar a la minoría ruidosa secesionista a la categoría de fuerza hegemónica para toda España.
Salvador Illa no pega voces, es cierto, y mantiene siempre ese discurso propio de un profesor de Filosofía algo despistado, que te habla de la caverna de Platón o de la razón pura de Kant, ajeno a las miserias cotidianas y lejano al mundanal ruido.
Pero bajo ese disfraz se esconde el tipo al que avisaron en enero de la llegada de un coronavirus letal y no hizo nada, salvo ganarle tiempo al calendario político de Sánchez a costa de perder muchas vidas ajenas. Qué le va a importar ahora el futuro de España o el de Cataluña si fue capaz de mirar para otro lado cuando la muerte llamaba a la puerta.