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El que cuenta las sílabasGabriel Albiac

No es Gaza, es Teherán

Tan propiedad musulmana es, para un devoto de Hamás, Al-Ándalus –esto es, España, toda España– como Israel

Nadie podrá reprochar incoherencia a los asesinos de Hamás. Está, con todas las letras, en su «Carta fundacional», fechada el 18 de agosto de 1988: «Israel existirá y continuará existiendo hasta que el Islam lo destruya, de la misma manera que ha destruido a otros en el pasado… Los musulmanes deben levantar el estandarte de Alá sobre cada pulgada de Palestina… El Día del Juicio no llegara hasta que los musulmanes no luchen contra los judíos y les den muerte. Entonces, los judíos se esconderán detrás de las rocas y los árboles, y los árboles gritarán: ¡Oh musulmán, un judío se esconde detrás de mí, ven a matarlo!»

Matar judíos, sin diferencia de condición, sexo ni edad, es el programa de Hamás. Y un destino sagrado. Nada, en ese manifiesto del 88, es retórico; es criminal sólo. Lo del sábado fue su aplicación literal: en rigor, un pleonasmo. Para un devoto de Hamás, el cadáver de un judío no es el cadáver de un hombre; el de una bestia, como mucho.

Pero no juguemos a ser ingenuos. Los carniceros sagrados de Hamás no son, en esta historia, nada. Irán lo es todo. Irán, de donde proceden armas, infraestructura y asesoría militar. Irán, que, como por azar, resulta ser hoy el único aliado firme de la Rusia de Putin, cuyo interés primordial es, como por azar, crear un foco de diversión bélica que retraiga las ayudas y la atención de su guerra invasora en Ucrania, desplazándola a otro horizonte aún más crítico: el del Cercano Oriente, verdadero vórtice de las tormentas mundiales. A través de Irán, en Gaza, Putin diversifica los frentes. Zelenski lo explicitaba anteayer en Copenhague: «Es el mismo mal. Y la única diferencia está en que allí hay una organización terrorista que ha atacado a Israel, y aquí hay un Estado terrorista que ha atacado a Ucrania».

Para Irán, lanzar a sus fanáticos al asesinato de civiles israelíes no es el simple arrebato de fervor homicida que deleita a los bárbaros peones gazatíes. Es un bien meditado movimiento en la partida de ajedrez que, por la hegemonía islámica, libra contra Arabia Saudita. La apertura de los saudíes a negociar con Israel, a semejanza de lo emprendido ya por los vecinos Emiratos, se ve en Teherán como ocasión para erigirse en único portador de la legitimidad coránica. Desencadenar una guerra total en Gaza, que produzca la mayor mortandad de población posible, permitiría a Irán presentar a los dirigentes saudíes como apóstatas, dignos sólo de muerte. Pagar tal éxito, al coste de un exterminio apocalíptico en la Franja, les es muy rentable.

La operación se está desarrollando, de momento, sobre los carriles que planificó Teherán. Novecientos judíos indefensos han sido asesinados: en fiestas, en domicilios… A sangre fría. Más de dos mil, malheridos. Y, la pieza clave: ciento treinta civiles están ahora en Gaza, secuestrados, maltratados, violados y bajo amenaza de muerte. Israel vive un antagonismo sin precedente en su historia. Y los ayatolás iraníes aguardan el inexorable segundo acto. Como una alternativa por igual homicida.

O bien el ejército israelí desencadena una operación de toma total de Gaza y aniquilación de Hamás, con el riesgo de ver asesinar a los ciento treinta rehenes, en directo y ante las pantallas de las redes sociales. O bien Israel cede al chantaje y excarcela a los peores forajidos terroristas de sus cárceles. La primera hipótesis sellaría una tragedia, de cuyo peso moral Israel no se repondría fácilmente. La segunda pondría fecha al inicio del exterminio de Israel, ese añorado día que la «Carta fundacional» de Hamás ha prometido a los mártires del Profeta: «El Día del Juicio», ese en el cual «los musulmanes luchen contra los judíos y les den muerte».

Pero, nadie se engañe: tan propiedad musulmana es, para un devoto de Hamás, Al-Ándalus –esto es, España, toda España– como Israel. Todo cuanto Alá puso una vez en manos de sus fieles, lo puso para toda la eternidad como waqf («don divino»). También, la Península Ibérica. No restablecer tal don es sacrilegio.