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Desde la almenaAna Samboal

El mercado avisa

Apelar al bolsillo de los trabajadores, además de inmoral, dado el nivel de impuestos que soportamos, tiene ya poco recorrido. Pero hay que financiar la fiesta de la investidura, así que –me temo– en ello están

Las entidades financieras llevan meses negociando con sus clientes hipotecados. Prefieren reestructurar los créditos antes que ver subir sus tasas de morosidad o convertirse de nuevo en dueños de un sinfín de casas difíciles de colocar en el mercado. La inflación ha empobrecido a las familias y la subida del precio del dinero ha encarecido sus créditos. Algunas letras se han multiplicado por dos. A más de uno no le llega ya la camisa al cuello. Están asfixiados. En un año, habrá problemas. Lo cuentan a todo aquel que quiera escuchar, pero nadie quiere verlo ahora.

En los últimos días, los grandes bancos de inversión han dado la voz de alarma en sus boletines: los mercados de bonos están descontando un crash bursátil de las mismas dimensiones que los que se produjeron tras el estallido de la burbuja inmobiliaria o tras la explosión de la burbuja tecnológica a principios de siglo. Los precios de la deuda están cayendo en picado. La rentabilidad de los activos anticipa una dura recesión. El esfuerzo presupuestario de los Estados para financiarse será cada vez más elevado. Nadie parece advertirlo.

Los riesgos son lo que son, riesgos. Si pasan de largo, miel sobre hojuelas. Pero hay que estar preparados para enfrentarlos en el momento en que se materialicen. Esta vez no podemos echar la culpa a Israel, como lo hicimos en el pasado, haciendo responsable a Putin de una inflación galopante que ya venía gestándose en los tiempos del confinamiento. No tendría por qué habernos pillado desprevenidos, pero no hay más ciego que el que no quiere ver –dice el refrán– y aquí, por no ver, mejor ni miramos.

El último informe de previsiones del FMI ha sido el bálsamo que en Moncloa necesitaban para seguir amarrando los pactos para investir a Pedro Sánchez. Una previsión de crecimiento, a primera vista, aceptable. Sin embargo, rascando sobre las cifras, se explica única y exclusivamente por la subida de los precios. No somos más productivos, ni seremos más ricos. Ni siquiera lo que producimos tendrá más valor, sólo un precio más elevado. Pero a Nadia Calviño o a José Luis Escrivá les parece aceptable. Hay que seguir remando. Y el interés de ambos, legítimo por otra parte, es que su señorito siga ostentando el poder.

La combinación de silencios, filtraciones interesadas y mentiras hace imposible saber en qué términos se desarrolla la negociación en el Congreso. Pero, a estas alturas, ya parece obvio que, simultáneamente, se busca el apoyo al candidato y a los presupuestos. Y es en los números donde se esconderá el diablo. Si Pedro Solbes condonó nada más convertirse en ministro una supuesta deuda histórica a Andalucía, a costa del superávit que dejó Aznar, qué no habrá de hacer María Jesús Montero para satisfacer las necesidades económicas de unos voraces partidos separatistas que piden árnica para asegurar sus respectivas poltronas.

La prima de riesgo española ha empezado a repuntar. El barril de petróleo –y somos compradores netos– supera los noventa dólares. Con unas administraciones públicas cargadas de deuda, hacer un presupuesto expansivo será una temeridad. Apelar al bolsillo de los trabajadores, además de inmoral, dado el nivel de impuestos que soportamos, tiene ya poco recorrido. Pero hay que financiar la fiesta de la investidura, así que –me temo– en ello están. Ya hay a quien echar la culpa del descalabro si el riesgo se materializa. Será Israel, no Hamás.