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El observadorFlorentino Portero

El legado de Soleimani

Encontró su sitio en la historia militar, sin duda entre los grandes de nuestro tiempo, por entender el campo de batalla contemporáneo y desarrollar el marco doctrinal de actuación

Nada de lo que ocurre hoy en Oriente Medio se puede entender sin tener en cuenta el formidable legado doctrinal del general Qasem Soleimani, durante muchos años comandante de la división al-Qud de la Guardia Revolucionaria iraní. Su unidad tenía como cometido principal la organización y ejecución de acciones en el exterior, así como las relaciones con otros ejércitos y milicias en cualquier parte del planeta. Suya fue la responsabilidad de organizar la íntima colaboración de Irán con la milicia libanesa Hizboláh, una creación de Irán en suelo libanés para tratar de capitalizar el peso demográfico de la comunidad chií en ese país, tradicionalmente organizada a través de entidades más moderadas. Suya fue también la responsabilidad de establecer un entendimiento entre Irán y Siria tras el levantamiento suní que dio paso a la guerra civil todavía en curso. Tras la ruptura de relaciones entre Arabia Saudí y la Hermandad Musulmana, Soleimani tuvo la habilidad de establecer un vínculo con Hamás, convirtiendo a esta organización suní en dependiente del protectorado iraní, penetrando en el área de influencia natural de Arabia Saudí y Egipto y tratando de poner en evidencia a estos estados por su abandono del «auténtico» islam. La milicia al-Qassam, el brazo armado de Hamás, es lo que es gracias al apoyo iraní tanto en el terreno de las capacidades militares como en el doctrinal.

Desde el final de la II Guerra Mundial hasta nuestros días ha habido muy pocas figuras en el ámbito militar que se hayan ganado un puesto en la historia por su capacidad para entender el campo de batalla y adaptarse a sus condiciones. En mi opinión, y esto es perfectamente discutible, el más grande, quizás el único realmente grande, fue el general Giáp, el estratega vietnamita que derrotó a Francia y a Estados Unidos, logrando así la unificación de su país en clave comunista. Giáp supo extraer las lecciones apropiadas de la guerra de Argelia y comenzar a desarrollar lo que hoy conocemos como estrategias asimétricas. Entendió a Occidente, localizó sus debilidades y contradicciones y, con la paciencia estratégica de la que nosotros carecemos, planteó un conflicto en el que las victorias militares de Estados Unidos alimentaban la crítica interna al mantenimiento de la guerra. Con Giáp comprendimos que el cuarto de estar y el aparato de TV son el campo de batalla principal en las guerras contra Occidente, al disponer de un ejército de periodistas gratuito introduciendo en los hogares la información necesaria para privar a los gobiernos del necesario apoyo público. Con Giáp aprendimos que la victoria militar tiene un interés muy relativo cuando se pierde el apoyo social.

En muchos sentidos Soleimani fue un discípulo de Giáp, adaptando y desarrollando su magisterio en un entorno geográfico y cultural distinto, el Oriente Medio, en el que convergen distintas líneas de tensión: colonialismo vs nacionalismo, globalización vs identidad, suníes vs chiíes, nacionalistas vs islamistas. Como soldado fiel al ayatolá Jomeini su objetivo fue siempre promover la revolución islamista y generar el mayor margen de influencia para su régimen político. Para él resultaba indiscutible la legitimidad del gobierno de los ayatolás, a pesar de ser una dictadura atroz impuesta por la fuerza a la sociedad iraní. Comprendió la importancia de la guerra irregular, –aquella que desarrollan unidades no regladas, que no son parte del Estado sino el brazo armado de entes políticos–, del chantaje terrorista y de las estrategias asimétricas como medio para imponerse a la mejor organización y capacidad tecnológica de los ejércitos occidentales.

Soleimani estuvo detrás del fortalecimiento de milicias islamistas como las ya citadas, pero sobre todo es el referente intelectual de sus doctrinas operativas, fundamentadas en un correcto análisis de las vulnerabilidades políticas del bloque árabe y del occidental. Hamás no está interesada en la creación de un estado palestino junto a Israel, sino en la desaparición de Israel y en la revolución islamista en la región. No busca defender a la comunidad palestina, prueba de ello su disposición a convertir dos millones de gazatíes en sus escudos humanos. Hace del terror un espectáculo para bloquear tanto el proceso de paz como el acercamiento del bloque árabe a Israel. Su estrategia puede parecer burda, pero funciona. La calle árabe los percibe como héroes, bloqueando el margen de maniobra de sus gobiernos. Europa comienza a denunciar preventivamente a Israel por el impacto de la campaña militar sobre la población palestina, cuando es Hamás quien los ha expuesto y ahora quien anima a no abandonar Gaza. Se vuelve a hablar de la necesidad de «resolver» la situación creando un Estado palestino, cuando fueron los árabes los que lo rechazaron en 1947 y lo volvieron a rechazar en Camp David, por el miedo de Arafat a Hamás, entre otras razones, y cuando Hamás no está interesada en ello, sino en la completa destrucción de Israel y de la Autoridad Palestina. Se «comprende» a Hamás cuando es el principal obstáculo para el Gobierno palestino y la diplomacia árabe.

La guerra fue siempre un hecho político, pero en nuestros tiempos lo es cada vez más. El papel del campo de batalla clásico pierde protagonismo en beneficio de otro, el propio de la opinión pública, donde las democracias encuentran su talón de Aquiles. Soleimani encontró su sitio en la historia militar, sin duda entre los grandes de nuestro tiempo, por entender el campo de batalla contemporáneo y desarrollar el marco doctrinal de actuación. Nadie como él ha puesto en evidencia la estulticia de Occidente y las contradicciones de los corruptos e incoherentes regímenes árabes.