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Cosas que pasanAlfonso Ussía

El petardo azul celeste

Un jugador de baloncesto que no consigue encestar ni por equivocación, y que, llevado de su coraje, daba cinco pasos sin botar el balón, se puede convertir en una mala persona

Actualizada 01:30

Doy todos los días gracias a Dios cuando me levanto, abro la ventana de mi cuarto y me encuentro con los verdes enfrentados de mi jardín norteño. La compañía de los árboles nos hace mejores. De ahí que no pueda entender el resentimiento y la envidia de la dirigente de Hamás Madrid, Mónica García. Todas las mañanas, lo primero que ve desde su millonario piso, es el Parque del Buen Retiro, con sus castaños de Indias amarilleando, sus robles magníficos, sus pinos y sus magnolios. Ante esa maravilla, lo más sencillo es ser una buena persona, y no lo es. Y dentro de lo que cabe, que es muy poco, comprendo el desasosiego de Sánchez y su apego al panorama verde del inmenso jardín de la Moncloa. El palacio no merece la pena, pero los jardines son portentosos. La dirigente de Hamás Madrid no sufre, porque su maravilloso piso es de su propiedad, y mientras no cambien las cosas, la propiedad es sagrada. Extraña, ante tanta belleza, sembrar y cosechar tan lacerante resentimiento. Lo decía Guareschi: «Soy cristiano y conservador, porque vivo en un pueblo, y tengo en mi pequeña tierra una parra, un ciprés y un álamo». Sánchez se aferra a la Moncloa, entre otras razones, porque no soportaría un cambio de paisaje, hacia lo urbano, después de cinco años entre árboles centenarios y arbustos, plantados por la primera Cayetana de Alba, la locura de Goya, y Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III. Al fondo, en el horizonte, el azul de la nevada sierra de Guadarrama, el azul de Velázquez en sus retratos a Felipe IV con su arcabuz montero. Y asumo, desde mis verdes norteños, que sea capaz de pactar hasta con el Diablo –un pacto consigo mismo– para seguir desayunando mientras disfruta de sus paisajes.

Aquí, en mi comarca, se producen muchas sorpresas improvisadas. Días atrás, quedamos a comer un grupo de amigos en el restaurante de los Cofiño, en Caviedes. Y por allí apareció un grandísimo –en todos los aspectos– jugador de baloncesto, ya retirado, del Real Madrid y la selección de España. Existe una notable distancia entre los jugadores de fútbol y los –y las– de baloncesto, en educación y cultura. Se sentó en nuestra mesa y hablamos de lo único que se habla en España últimamente. De los pactos de Sánchez para seguir gozando del poder en la Moncloa.

«No se puede encontrar un presidente del Gobierno peor», sentenció uno de los contertulios. «Como presidente del Gobierno no lo ha habido peor en la Historia de España. Pero en algo ha sido peor aún que presidente del Gobierno. En el baloncesto. Daba pena. Era malísimo». Sentenció el gran jugador.

Lo sabía por otras referencias, y creo que escribí de ello, pero en esta ocasión, nuestro informador era una autoridad en el deporte de la canasta, y lo pasamos de cine mudo mientras nos narraba sus torpezas cuando jugaba –pocos minutos en cada partido– en el Estudiantes de Madrid. En el viejo Estudiantes del Ramiro de Maeztu –asesinado por el rojerío– con su camiseta azul celeste. «Nunca se nos pasó por la cabeza que aquel petardo de jugador llegaría a ser presidente del Gobierno. Cometía 'pasos' continuamente, no las metía ni por casualidad, y cuando le dejábamos sólo frente a la canasta, intentaba un mate, golpeaba el aro con el balón, y salía despedido hacia nuestro campo. En el vestuario le llamábamos el 'corajudo', porque coraje tenía, y se agarraba unos cabreos monumentales cuando su entrenador le volvía a sentar en el banquillo.

Una mañana, creo recordar que en el Magariños, después de fallar dos tiros libres y romper casi el aro con un mate que no entró, su entrenador lo sacó de la cancha. 'Este hijo de su madre me ha tomado manía', comentó. Y yo le consolé. 'El día que las metas no te cambiará, así que no desesperes'.»

Un jugador de baloncesto que no consigue encestar ni por equivocación, y que, llevado de su coraje, daba cinco pasos sin botar el balón, se puede convertir en una mala persona. Y creo que algo tiene que ver su perversidad con su etapa de suplente permanente en el Estudiantes.

Pero de ahí a pactar con la ETA –Otegui, su fiel escudero– y los separatistas catalanes para destrozar España, media largo trecho de incomprensión. Haría bien en corregir su escala de valores. Un mal jugador de baloncesto se hace olvidar en pocos años. Un presidente nefasto puede desmembrar la nación más antigua de Europa. Y en esas estábamos, cuando nos sirvieron el café.

El petardo azul celeste.

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