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El que cuenta las sílabasGabriel Albiac

Los monstruos de Pedro Sánchez

¿Queréis entender qué es el enigmático «progreso», en cuyo nombre asienta su legitimidad Pedro Sánchez? Mirad a Irán. Y votadle luego. Si es que tenéis estómago para eso

Las actitudes más monstruosas –tildar de genocidas a los asesinados israelíes y de combatientes por la libertad a los asesinos de Hamás, por ejemplo–, las alianzas más obscenas –con quienes, como Ione Belarra, Yolanda Díaz o Enrique Santiago, por ejemplo, exigen que el gobierno español pida a la ONU que condene por «crímenes de guerra» a los judíos masacrados por los «heroicos combatientes» de Hamás–, están siendo legitimadas por el doctor Sánchez bajo un benévolo mantra: la prioridad inaplazable de anudar un «gobierno progresista». Cosa que a la que el presidente en funciones urge como una humanitaria evidencia. Una evidencia, a cuyo sagrado avance sólo la estupidez, la maldad o la locura de la demoníaca derecha española tendría la desvergüenza de poner obstáculo.

Pero, ¿de qué está, de verdad, hablando esa «evidencia»? ¿Qué demonios puede ser un gobierno que se apropia en exclusiva de las tan vagas categorías de «progreso» y «progresismo» como universal coartada para lo más criminal? ¿Qué red de astucias semánticas –esto es, de intereses políticos– enmascara el complacido uso de un vocablo muerto, en el que sólo resuena el cascajo huero de los engaños homicidas?

«Progreso» es algo muy sencillo, responderán los más ingenuos: el luminoso destino inexorable de los que avanzan en el sentido de la Historia. Y ni siquiera se pararán a sospechar que eso a lo que llaman el «sentido de la Historia» es una categoría teológica, cuyo único fundamento posible es la Providencia divina. Y que hacer caer en prosaica tierra la salvación trascendente en el reino de los cielos, es el procedimiento específico de eso a lo que el primer tercio del siglo XX llamó «totalitarismo». Ni querrán tampoco recordar que el precio en cadáveres que por tal asalto hubo de pagar Europa en el curso de dos guerras mundiales exige una blindada cautela a todo el que no añore aquel fervoroso apocalipsis: ya sea en su versión nacional-socialista, ya en su versión soviética. Para quienes sí adoren ese proyecto de repetir el cataclismo, hay una buena opción hoy en el mercado: el islamismo, ese proyecto de implantar, con el Califato, el reino único de Alá sobre la tierra: bajo la férula de una teocracia hermética que superaría ampliamente la crueldad de los dos totalitarismos de hace un siglo. Una teocracia universal, sin precedente en la historia.

Me es fácil entender que los pupilos de Pablo Iglesias hayan apostado vidas propias y ajenas a ese envite: a fin de cuentas, como asalariado de la televisión iraní inició su carrera el entonces histriónico penene de la Complutense. Sin el Irán de los ayatolás, Pablo Iglesias no hubiera sido jamás nada. Pero que miembros del partido socialdemócrata que fue el PSOE puedan avanzar alegremente hacia semejante matadero, sí se me hace más difícil de entender. Y, sobre todo, mucho más desagradable.

Un viento de locura arrastra los despojos de lo que un día fue izquierda radical europea, y que es hoy tan sólo andrajo populista arrojándose al suicidio. ¿Se le pasa por la cabeza a la ministra Ione Belarra durante cuánto tiempo podría lucir sus modernos atavíos a cara descubierta en la Gaza del Hamás islamista, antes de ser, como mínimo, lapidada? A la vicepresidente Yolanda Díaz, ¿le ha explicado alguien qué es lo que un buen musulmán de Hamás está obligado a hacer con una infiel que no se ajuste a la púdica sumisión a sus varones que el Corán ordena? ¿Sabe el señor presidente cuál es, en territorio de Hamás, el destino de quien pretenda hacer una política socialdemócrata, ajena a la ley coránica, código único, en lo moral y en lo político, del sometimiento a Alá?

En el nombre del progreso, el gobierno español es cómplice hoy de una atroz partida de asesinos: la que se atrinchera tras la población civil en Gaza. Y, lo que es aún peor, cómplice de la teocracia homicida que financia sus crímenes: el Irán en el cual todo derecho no coránico es blasfemia penada con la muerte; el Irán que lapida a las mujeres libres y ahorca en grúas a los homosexuales; que asesina con igual entusiasmo a escritores y a judíos. Por el imperdonable pecado de serlo.

¿Queréis entender qué es el enigmático «progreso», en cuyo nombre asienta su legitimidad Pedro Sánchez? Mirad a Irán. Y votadle luego. Si es que tenéis estómago para eso.