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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

¿Es solidaria la izquierda populista?

Un autónomo que se arriesga a montar un negocio aporta bastante más a la sociedad que este cansino izquierdismo de verbo justiciero que soportamos

Los cinéfilos siempre se han preguntado por qué resultan tan encantadoras las películas de Ernst Lubitsch, director judío berlinés emigrado a Hollywood, que murió en Los Ángeles en 1947 con solo 55 años (probablemente con su inseparable puro en los labios). Como no acaban de captar del todo la raíz de su embrujo acuñaron la expresión «el toque Lubitsch», que se convirtió en sinónimo de comedia elegante, con una ironía suave y que te gana.

Entre sus películas más conocidas figura El cielo puede esperar, de 1943, que en España fue rebautizada como El diablo dijo no. Pronto la prohibirán, porque el argumento es políticamente incorrecto. Un caballero neoyorquino muere de un síncope a los 70 años. Al llegar al más allá, el hombre toma directamente el ascensor que lleva al infierno, dando por descontado que será su perpetuo destino, toda vez que ha sido un galanteador irredento que ha traicionado a su mujer. Pero el diablo le dice que antes de enviarlo a la hoguera por mujeriego quiere escuchar su historia. Tras conocerla, el demonio concluye que a pesar de sus flirteos ha sido una buena persona, que ha tratado de hacer felices a todos sus congéneres, y para su sorpresa lo envía arriba, al cielo (donde probablemente estará también Lubitsch fumándose unos buenos habanos).

El director alemán podría haber rodado una vitriólica versión actualizada de su película situándola en el tiempo presente y con los divos de la izquierda populista española como protagonistas. Imagínense la llegada al más allá de Ione, Irene, Rufi, Pachi, Bolaños… El anfitrión del averno, el diablo, les preguntaría: «Y bien, ¿qué han hecho ustedes por allá abajo, por la Tierra?». Henchidos de orgullo, cada uno respondería más o menos así: «Luché por avanzar en derechos para todas y todos y por construir un escudo social. Peleé contra la emergencia climática y para frenar a la derecha y la ultraderecha. He hablado siempre en lenguaje inclusivo. He visto todas las películas de Almodóvar y he leído todas las novelas de Almudena Grandes». El diablo, viejo zorro, inquiriría entonces: «¿Y cuántos puestos de trabajo ha creado usted en su vida? ¿Cuál fue su aportación al bien común concreta y cuantificable?». Ante el silencio, el diablo bajaría su pulgar: «Diríjanse el ascensor que baja al sótano».

Hablaba ayer con un amigo que se dedica al mundo financiero y hace tres años se aventuró a montar un local de hostelería en su ciudad, su primera incursión como empresario. El hombre bramaba en arameo ante la brasa fiscal que soporta –cada vez mayor–, obra de un Gobierno que en realidad trabaja contra los empresarios. «Al abrir el negocio me he hecho todavía más liberal de lo que ya era. Cuando pagas nóminas, cuando te queman a impuestos, cuando tienes que andar con muchísimo cuidado para que te salgan las cuentas.... te das cuenta de quién es solidario con la sociedad y quién no. ¿Cuántos puestos de trabajo ha creado toda esa peña que no para de dar el coñazo?».

Realmente mi amigo no tenía que convencerme. Lo que dice es verdad. Vivimos en un país donde cualquier cantamañanas o cantamañanos en camiseta, o con chándal con los colores de Palestina, suelta tres latiguillos justicieros y se siente el summum de la solidaridad. Pero los solidarios no son los que disparan con la pólvora del rey del dinero público, ni los que cobran las subvenciones, sino los empresarios que sostienen puestos de trabajo, los profesionales de todo tipo que se esfuerzan duramente y reciben como premio cada vez más brasa fiscal y cero ayudas, o los heroicos autónomos que lidian con un Gobierno que está más ocupado de arreglar desde España la contaminación de Rusia, India y China que de la realidad de nuestra economía cotidiana y sus urgencias.

Y disculpen que haya escrito una nota de espíritu liberal, pues ya sabemos que lo que hoy mola en España es la subcultura del subsidio, la queja victimista y la igualación a la baja tiznada de estéril rencor social. Es decir: el populismo sanchista.