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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Antes se llamaba hacer el paleto

Lo que ha hecho ese hombrecillo, despreciar a sus colegas de otras comunidades y no quedarse a escucharlos, denota ínfulas supremacistas y nula educación

El hombrecillo de barba y gafitas, de 40 años y baja estatura, gasta una imagen convencionalmente atildada, como de revisor ferroviario de una serie inglesa. Viene de buena familia, nieto de un rico hostelero catalán de AP –luego PP–, y milita en el separatismo desde sus tiernos 16 años. Como cargar con los españolísimos apellidos Aragonés y García le daba apuro, los ha disfrazado con un poco de barniz pata negra, no lo vayan a tener por charnego dentro de la sagrada causa. Así que ahora es Pere Aragonès i Garcia (el hecho diferencial debe palpitar hasta en las tildes).

Toda España sabe que el hombrecillo no pinta nada, que es un trampantojo del que en realidad manda en su casa, Junqueras. Pero para darse un poco de pote y que el iluminado de Waterloo no le robe todo el foco, el hombrecillo, que usualmente desprecia toda actividad que reúna a los presidentes autonómicos, ha asistido esta vez al Senado, a una sesión donde por iniciativa del PP se iba a hablar de la amnistía. Pero el hombrecillo tenía que hacer patente que él no es como los demás. No, no. Él representa al pueblo superior. No puede rebajarse a estar a la altura del resto de sus colegas, los presidentes autonómicos. Así que habló diez minutos para ponerle los deberes a Sánchez (amnistía ya y referéndum en breve) y acto seguido se largó muy altivo, dejando al resto con la palabra en la boca.

El hombrecillo se habrá quedado encantado de haberse conocido. Pero lo que ha hecho se ha llamado toda la vida «hacer el paleto». Ha ignorado las normas básicas de la buena educación y ha demostrado que tiene poco mundo y menos categoría. El valioso pueblo catalán, región donde el apoyo a la independencia está ahora mismo en mínimos según las encuestas, debería irse planteando soltar el lastre que suponen estas sectas separatistas, que al final nada bueno les han traído.

En mi infancia, Cataluña nos parecía el no va más. Mi padre compraba La Vanguardia allá en La Coruña, además de un par de periódicos de Madrid. De chavalín me hice del Barça, fascinado por el aterrizaje en España de aquellos holandeses con pinta de estrellas del pop, Cruyff y Neeskens (luego, de mayor, el Barcelona acabó expulsándome con su fijación separatista). Los Mortadelos que leíamos se dibujaban en Barcelona y allá se editaban también las novelas de éxito. Estudiando en la Universidad de Navarra trabé amistad con catalanes que me caían estupendamente, como mi amigo Pep Ferrer, de Palafrugell, que venía de una familia que había hecho pasta con un negocio para mí tan improbable como fabricar tapones de corcho para el cava. Compartí aula también con un muchacho de Badalona, animoso e inteligente, que acabó haciendo buena carrera en la gran entidad financiera catalana (de donde lo acabaron echando por excederse de trepa). Su próximo destino, tras haberse pasado años dándonos la chapa sobre el famoso «encaje de Cataluña en España», consistió en reencarnarse como consejero independentista por el partido de Puigdemont. Así ha acabado el legendario seny...

Cataluña perdió con la obcecación nacionalista su condición de faro de la cultura en España, que pasó a ostentar Madrid. Los mejores en las promociones de médicos, abogados, ingenieros, jueces... de otras comunidades se niegan a ir a trabajar allí, por el rodillo lingüístico que tendrían que soportar sus hijos. Cataluña ha dejado de importar talento como hacía antaño. Nadie quiere mudarse a un sitio donde el nacionalismo convierte tu vida en un coñazo. Grandes empresas catalanas se largaron y no han vuelto, como la entidad financiera que prescindió de mi examigo el trepilla. La región que nos había admirado a todos los españoles ha ganado desafecto donde antes había afecto. El molt honorable resultó un bandarra que dirigía una red familiar de latrocinio. El partido hegemónico acabó desapareciendo por la corrupción. La presidenta del Parlamento catalán acaba de ser condenada por corrupta (y ahí sigue, dando lecciones a «los españoles» y a «Madrit»). El presidente del Barça está ya imputado, como sus predecesores, y el club, semi quebrado y acusado de untar a los árbitros.

El separatismo le ha sentado fatal a Cataluña y ese hombrecillo del pin amarillo en la solapa haciendo el paleto en el Senado no la ayuda en absoluto. Si Sánchez no hubiese aceptado convertirse en su rehén, España superaría la amenaza nacionalista sin despeinarse. Pero por desgracia el PSOE le ha fallado a su país. ¿Dónde estaba ayer, por ejemplo, Pellizquitos Page, cuando era el día de dar la cara por España en el Senado? Pues estaba escondido en su despacho de Toledo, no fuese a ser que le riñese Mi Persona por decir en la Cámara Alta lo evidente, que la amnistía es un disparate que liquida la igualdad entre españoles.