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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Pandilla de parias

Como mi grupo de amigos, todos los españoles, menos los que nos gobiernan, somos unos parias. Y nos gobiernan 17.700 golfos, según los aforamientos

Entre unos y otros, los fijos y los esporádicos, sumamos una veintena los amigos que, con mayor o menor frecuencia, nos vemos, comemos y hablamos en estos lares norteños. Y hemos llegado a una conclusión. Que formamos una pandilla de parias. Entre nosotros hay grandes médicos, ingenieros, abogados, arquitectos, expertos en árboles, arbustos y flores y algún que otro escritor. Pero somos poca cosa. Ninguno está aforado.

Aunque nuestra amenazada Constitución, que con todos sus defectos –que son bastantes–, nos diga que todos los españoles somos iguales en libertades y derechos, nuestra amenazada Constitución nos miente. No lo somos. Existen dos clases de españoles. Los parias y los aforados. Los parias somos muchos más, pero carecemos de los privilegios de los aforados, y por lo tanto, de iguales ante la Ley, nada de nada.

En el Reino Unido no hay aforados. Como tal aforado, ni el mismo Rey. Y lo mismo sucede en Alemania. El presidente de la nación y su canciller, en el caso de cometer un delito, pueden ser llevados inmediatamente ante el juez. En Italia y Portugal, los presidentes de la nación disfrutan de un fuero durante su tiempo de mandato, pero no los primeros ministros. Francia dispara el número de aforados hasta los 36. El presidente de la República, el primer ministro y los miembros del Gobierno. Cuando abandonan el poder – Sarkozy–, no son más que nadie y menos que el resto de sus compatriotas.

En España, en este momento, hay casi 18.000 aforados. En España un juez con deseos de notoriedad puede sentar en el banquillo, a sabiendas de su parcialidad a una Infanta de España, pero no a un segundón o tercerón de una administración autonómica. Son 17.700 los españoles que no son iguales ante la ley del resto de los ciudadanos. Y me parecen muchos. Un escándalo. Sería interesante conocer la relación de aforados y el motivo de sus aforamientos. ¿Qué se necesita en España para ser aforado? ¿Belleza personal, andares garbosos, voz cautivadora, probado aseo personal? No.

¿Fealdad personal, andares de pato, voz chillona, espesura en la higiene?

Tampoco, si bien la mayoría pertenece a estas segundas opciones. ¿Cómo puede funcionar una nación con diecisiete mil setecientas personas que se mueven, trabajan, yacen, dilapidan el dinero público, manipulan, prevarican o roban amparados por una muralla de impunidad nada desdeñable? Un chorizo aforado cuenta con la amnistía del tiempo para ser juzgado. Cuando le llega el día de someterse a la ley, por lo normal, su delito ha prescrito. Los aforados jamás tienen que dar explicaciones a la Agencia Tributaria, esa reunión de comisionistas desde que fuera ministro el pepero camuflado Montoro. Escribía días pasados César Vidal, nacionalizado estadounidense, que había abonado de impuestos el 9 por ciento de sus ganancias, mientras en España, con similar cantidad recibida por su trabajo, tendría que haber ingresado en la Hacienda Pública entre el 45 y el 50 por ciento del rendimiento de sus esfuerzos. España se ha convertido en una nación de vagos y aforados que viven del trabajo de los que no pueden oscurecer sus ganancias con trucos y similares. Una administración que permite que los inspectores de Hacienda perciban comisiones de las sanciones que imponen, y que los recursos de las sanciones sean competencia de la propia Agencia Tributaria, no es una administración leal, ni honesta, ni aceptable. Un Estado que autoriza la supremacía de 17.700 aforados respecto al resto de los españoles, no sólo es un Estado fallido, sino un Estado ladrón.

Como mi grupo de amigos, todos los españoles, menos los que nos gobiernan, somos unos parias. Y nos gobiernan 17.700 golfos, según los aforamientos. Y los partidos políticos, claro está, encantados.