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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Loco, y no tan loco

Javier Milei es un populista excéntrico con aciertos y disparates, pero tiene razón en algo: lo que ha destrozado a Argentina es su largo experimento izquierdista

Javier Gerardo Milei, un populista anarcoliberal, soltero perpetuo, antiguo portero de fútbol y músico en una banda de imitadores de los Rolling Stones, tiene muchas papeletas para celebrar hoy su 53 cumpleaños como ganador de las elecciones argentinas (aunque se cree que habrá segunda vuelta). Milei, un doctor en Economía que gasta el revelador alias de El Loco, es un excéntrico con peinado de estrella setentera del rock e impactantes ojillos azules. Con un histriónico sentido del espectáculo y con ocasionales brotes coléricos, combina aciertos y disparates, pero hay algo en lo que no se le puede negar la razón: Argentina ha sido destrozada por su largo experimento izquierdista, con el peronismo al timón durante la mayor parte de los últimos setenta años.

«Quiero un cambio, no me importa cual», comentan estos días muchos argentinos de a pie a la espera de que se abran las urnas. No es para menos. El último experimento peronista parece que no ha resultado exactamente un éxito: «La economía argentina está en Cuidados Intensivos», resumían esta semana los expertos de Reuters. Los datos son pavorosos. Inflación del 138 %, con una subida del 12 % en los últimos dos meses. Un 40 % de la población en la pobreza. El PIB caerá este año un 2,8 %. De propina, como si se tratase de una plaga bíblica, una sequía ha reducido a la mitad las cruciales cosechas de maíz y soja. No, no les ha ido demasiado bien a los argentinos con su larguísima apuesta por la izquierda y la subcultura del subsidio: la renta per cápita es hoy menor que hace 20 años.

Y aquí aparece Milei, que se dio a conocer como provocador televisivo, dispuesto a dar un golpe de timón drástico. En sus mítines aparece motosierra en mano, para escenificar que quiere acabar con la verbena del gasto público y dejar en el chasis la estructura del Estado. Promete poner fin a décadas de intervencionismo y corrupción. Lo expresa diciendo que acabará con «la casta» (lo cuál les sonará de seudoprofetas ya prejubilados que hemos soportado en España).

Milei, hijo de un conductor de bus que acabó montando una empresa de transporte y que cuando era niño le pegaba con fiereza, es un liberal más de Hayek que de Adam Smith. Llega al extremo de asegurar que cerrará el banco central. También promete que suprimiría la educación pública gratuita, o que legalizará el tráfico de órganos y dará barra libre al de armas. Demasiado. Y probablemente imposible. Entre su catálogo de burradas figuran incluso ataques incendiarios contra el Papa.

Pero El Loco se vuelve cuerdo cuando recuerda que Argentina, que a comienzos del siglo XX era uno de los países más ricos y prometedores del mundo, se ha ido al garete por abrazar malas políticas, por entregarse al narcótico ideológico de la izquierda. Milei, con la osadía y la carga de verdad del loco, se atreve a enunciar lo que casi nadie dice, por ejemplo, que el sobrevalorado Lula no deja de ser «un comunista avinagrado». Como liberal occidental que es, el candidato del frente La Libertad Avanza se muestra frontalmente contrario a las dictaduras china y rusa, y a diferencia de kirchnerismo asegura que rompería todo lazo con ellas.

Al margen de la economía y de su teatro rompedor y circense, parte de su éxito radica en que planta cara de manera frontal contra los mantras woke y «progresistas». «Yo no pienso pedir perdón por tener pene», es su frase provocadora contra la ideología de género, que está causando un efecto péndulo (ahora son los jóvenes varones los que empiezan a sentirse discriminados). También cuestiona la seudoreligión climática. Entre sus virtudes destaca que es un firme defensor del derecho a la vida, capaz de expresar esta sencilla evidencia: «El aborto es un asesinato».

«Nuestro verdadero enemigo es el Estado», se desgañita Milei. Y en el caso de Argentina es así, aunque el problema va más allá: se ha ido pudriendo la seguridad jurídica y el chanchullo se ha aceptado como método en todas las capas sociales. No se puede construir nada sólido sobre los pilares del engaño.

Parte de las recetas de Milei son manifiestamente inviables. Pero pueden resultar un revulsivo para que los argentinos asuman de una vez que el izquierdismo de supuesta careta social los ha llevado al pozo y que hay que probar otra vía.

Toda esta historia se vuelve tristemente ejemplar vista desde la España actual, porque de la mano de Sánchez el PSOE ha pasado de ser un partido socialdemócrata a la europea –o al menos intentarlo– a convertirse en una formación peronista, que desconfía de los empresarios, erosiona el Estado de derecho e intenta comprar voluntades a golpe de subsidio sin reparar en el coste. En España nos estamos argentinizando a marchas forzadas. El mes que viene tendremos una auténtica bola de partido. Si Sánchez se entroniza con su coalición antiespañola pese a haber perdido las elecciones, entonces comenzaremos a acelerar por una autopista que conduce a la ruina económica, jurídica y hasta moral.