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El observadorFlorentino Portero

Siguiendo el guion

España y Europa tienen que tomarse muy en serio esta crisis, tanto por su proximidad como por el efecto que pueda tener sobre las comunidades musulmanas en nuestro seno

Finalmente, nuestro presidente de Gobierno decidió involucrarse en la crisis de Oriente Medio y nos ha sorprendido con una propuesta tan original como creativa. La salida del conflicto que estamos viviendo, y que puede desencadenar una guerra en el conjunto de la región de consecuencias fatales, pasa por la creación de dos estados. Ciertamente no lo habíamos oído antes, a nadie se le había ocurrido…

Cuando el califato turco se vino abajo tras el final de la I Guerra Mundial se estableció el mandato británico de Palestina, con el objetivo de reordenar el territorio y de organizar su paulatina independencia. El Gobierno de Londres dotó al territorio al este del río Jordán, la llamada Transjordania, de entidad soberana y así surgió el actual reino de Jordania. En la orilla occidental se encontraron con la tensión entre las comunidades judía y árabe, con el problema de fondo de cómo administrar Jerusalén, ciudad santa para judíos, católicos, ortodoxos, protestantes y musulmanes. Jugaron con la idea de una monarquía dual –un estado con dos ordenamientos– y con la división del pequeño territorio en dos estados. En ambos casos los árabes rechazaron la propuesta, convencidos de que no tenían por qué ceder nada. Los británicos se quitaron de en medio entregando el fideicomiso a Naciones Unidas, que, ante la imposibilidad de llegar a una posición común, optó por la fórmula de los dos estados, estableciendo unas fronteras. Era 1947. Los judíos lo aceptaron y en 1948 crearon el Estado de Israel. Los árabes lo rechazaron y declararon la guerra. Desde entonces se han sucedido guerras y levantamientos con el trasfondo del no reconocimiento de Israel. Con el paso del tiempo y a la luz de los fracasos de las iniciativas bélicas y de las estrategias terroristas ejecutadas por la Organización para la Liberación de Palestina, algunos estados árabes fueron reconociendo a Israel y estableciendo acuerdos de seguridad mutua.

La administración Clinton trató, a la vista de las nuevas circunstancias, de reanimar el proceso diplomático iniciado en Madrid y Oslo para resolver el conflicto y constituir un estado palestino junto a Israel. Tras intensas sesiones en Camp David, cuando las negociaciones en torno a los «cuatro cestos» –territorio, seguridad, refugiados y estatuto de Jerusalén– parecían cerradas, el entonces máximo dirigente palestino, Yasser Arafat, se negó a seguir adelante. Es posible que temiera no ser capaz de arrastrar a la sociedad palestina en esa dirección, sobre todo a la vista de la creciente influencia del grupo islamista Hamás.

Si no existe un Estado palestino es porque los propios palestinos lo rechazaron en las dos ocasiones en las que han tenido la oportunidad de establecerlo. Esas ocasiones ya son historia porque Hamás está en una operación política distinta, que pasa por la desaparición de Israel y por la reconfiguración de Oriente Medio, del conjunto del mundo árabe, en clave islamista. Hamás no es Palestina, pero es que además la Autoridad Palestina está en manos de una formación política que se ha ganado a pulso el descrédito entre los suyos por la letal combinación de incompetencia y corrupción. El campo palestino está roto y el Gobierno de Jerusalén ya no tiene con quién negociar.

Tras lo ocurrido recientemente Israel no va a confiar en un ente político palestino. Cuando el general Ariel Sharon, entonces líder del partido Likud y primer ministro, decidió evacuar Gaza y entregar su administración a la Autoridad Palestina, se produjo una revuelta en su propio partido, con Benjamin Netanyahu a la cabeza, advirtiendo que la Franja se convertiría en un nido de terroristas que amenazaría la seguridad de Israel. Sharon siguió adelante, demostró al mundo que Israel no quería ocupar los territorios asignados a los palestinos y que buscaba la paz con sus vecinos. El paso le costó tener que abandonar su propio partido. A la postre la historia ha dado la razón a sus opositores y eso es algo que la sociedad israelí no va a olvidar fácilmente. Israel necesita separarse de los millones de palestinos que hoy viven bajo su control y estos necesitan tener su propio Estado, pero mientras no se resuelva el problema de la seguridad, mientras desde el campo palestino no se den garantías suficientes, mientras Hamás sea un actor de referencia no habrá dos estados. La otra opción, que Jordania se incorpore la Cisjordania y Egipto haga lo mismo con Gaza, ha sido reiteradamente desechada por estos dos estados y es comprensible.

Nuestro presidente no se ha quedado ahí, también ha propuesto un alto el fuego humanitario. Israel ha abierto dos corredores para que la población abandone de forma segura la ciudad de Gaza y se establezca provisionalmente al sur del río del mismo nombre. Desde la frontera con Egipto podrán ser atendidos, ya que este país se niega a acogerlos en la península del Sinaí. No es exactamente un ejemplo de solidaridad árabe, pero es lo que hay. Se está dando tiempo a que la población abandone sus domicilios para evitar bajas civiles. Mientras tanto, Hamás anima a la población a permanecer en sus casas, porque su objetivo es convertirlos en escudos humanos. Su ataque terrorista tenía precisamente como finalidad forzar a Israel a entrar en Gaza, una ratonera donde provocar un daño crítico a las tropas israelíes y a su propia población. Ellos, como islamistas, están dispuestos a sacrificar a su gente con tal de capitalizar la causa y humillar a Israel. En este contexto un «alto el fuego humanitario» es exactamente lo que Hamás quiere, pues les permitiría cantar victoria al bloquear la operación militar israelí gracias a la presión internacional.

Llevamos años denunciado las acciones terroristas y explicando el cómo y el porqué de esta antigua modalidad de chantaje. Da igual. Gobiernos y sociedades acaban siguiendo el guion de aquellas formaciones que, con buen criterio, aunque con escasa moralidad, optan por la opción terrorista para alcanzar sus fines políticos. En el caso de nuestro presidente de Gobierno y de su formación política no es de extrañar. Al fin y al cabo, han incorporado a su mayoría parlamentaria a Bildu, la heredera de ETA, dirigida por un destacado jefe de la banda. No sólo la rescataron cuando había sido derrotada, sino que asumieron parte de su programa y muy posiblemente en breve los veamos gobernar juntos en el País Vasco. Igualmente, partidos a la izquierda del PSOE llevan años justificando comportamientos antidemocráticos y terroristas en distintas partes del planeta, lo que no ha sido impedimento para que estén en el Gobierno. En la medida en la que Hamás cuestiona los valores democráticos encontrará siempre el apoyo de los que cotidianamente los combaten, así como de la decadente sociedad europea, incapaz de reaccionar ante un entorno internacional que no acaba de comprender.

España y Europa tienen que tomarse muy en serio esta crisis, tanto por su proximidad como por el efecto que pueda tener sobre las comunidades musulmanas en nuestro seno. Actuar requiere de responsabilidad y criterio. Si no entendemos qué busca Hamás y en qué medida es sólo un instrumento de Irán para bloquear el acercamiento del bloque árabe a Israel y tratar de reconfigurar la región, nuestras iniciativas se quedarán, una vez más, en palabras sin sentido. Aunque sólo sea por pudor intelectual deberíamos ser más cuidadosos a la hora de hacer declaraciones. El caso español tiene un problema añadido: estamos en manos de gente dispuesta a socavar nuestra propia democracia y, quizás por ello, se sienten afines a los que quieren acabar con Israel.