Jo, Yolanda, nos haces superfelices
Menos horas de curro y el mismo sueldo, más impuestos, prohibido viajar en avión a tu ciudad y unas leyes distintas para el pueblo superior catalán, ¡qué guay!
Yolanda Díaz, joven de 52 tacos, daría cualquier cosa con tal de seguir siendo vicepresidenta. Ha trepado hasta un puesto que jamás habría soñado cuando se paseaba por la política gallega incapaz de rascar pelota en las urnas (cero escaños en dos intentonas). Era su etapa de pelo corto color ala de cuervo, ocasional pañuelo palestino y ropas de luto en plan cantante de los Pretenders (y que Chrissie Hynde me disculpe la comparación). Eran los días en que pidió ayuda al viejo patriarca nacionalista Beiras para entrar en el Parlamento autonómico... para acto seguido traicionarlo de la manera más fría y sonada.
Yolanda renunciaría hasta a sus sesiones de pelu y boutique con tal de seguir en el coche oficial (alerta, ¡grave comentario machista!) Yolanda ha ido acuchillando a todos sus mentores políticos, con mucho ji-ji-ji y facazos implacables por la espalda, incluido el que le propinó a Iglesias Turrión, merced a cuya percusión digital obtuvo el cargo que hoy ostenta.
No existe sorpresa alguna en que Yolanda haya alcanzado un acuerdo con Sánchez. ¿Cuál era su alternativa? ¿Volver a su techo de competencia de abogada laboralista en Ferrol? El acuerdo Sumar-PSOE estaba hecho desde la noche del 23-J. La madre del cordero radica en el pago al fugitivo de Waterloo, que consistirá en romper la igualdad entre españoles, tanto ante la ley como en lo referente a los dineros del Estado.
Yolanda y Mi Persona rubricaron su acuerdo en el Reina Sofía, lugar adecuado para una performance. Yolanda, más azucarada en sus exposiciones que un bollo suizo relleno de merengue, prometió a la vera de Mi Persona una España maravillosa: «Hoy es un día grande y feliz», proclamó exultante, embutida en un vestido veraniego, apropiadamente rojo, al fin y al cabo seguimos siendo comunistas, aunque sea de la facción pop.
Jo, Yolanda, la verdad es que el acto del acuerdo con el PSOE ha sido súper-súper emocionante. No vemos la hora de empezar a disfrutar con Frankenstein 2, porque esto promete. Curraremos menos horas y cobraremos lo mismo, y que les den a los empresarios que van a apoquinar la fiesta. A todo aquel que con su esfuerzo ose levantar cabeza y ganar algo más de dinero le aplicaremos un estacazo fiscal por «rico» y por ultraderechista. Seguiremos «mejorando la vida de la gente», por supuesto. Y ciertamente hay margen de mejora, porque con Frankenstein 1 hemos alcanzado hitos como ser los líderes de paro en Europa (a pesar de la manipulación de los datos), o ser los peores en la gestión de los fondos europeos y los que más brasa fiscal soportamos.
Seguiremos tocándoles la zanfoña a los empresarios y a sus «beneficios caídos del cielo». Qué vergüenza, ¡montan empresas para ganar dinero!
Yolanda y Mi Persona prometen que acabarán con las listas de espera sanitarias (un auténtico milagro, toda vez que carecen de competencias sobre la materia). Con una flamante Ley del Cambio Climático solventaran el problema medioambiental del planeta desde un país de 48 millones de habitantes, mientras China e India manchan a cañón libre, pasan de todo y compiten con nosotros sin cortapisa verde alguna. Yolanda y Mi Persona incluso nos recortarán nuestras libertades prohibiéndonos viajar en avión a las capitales de provincia donde llegue el AVE… mientras ellos se lo pasan chupi cogiendo el Falcón hasta para actos de partido. Como daño colateral, la acción de Aena cayendo abruptamente en bolsa por la ocurrencia. Entrañable, que les den también a sus accionistas.
Crearemos un país maravilloso, donde uno de Guadalajara, Cuenca o Cartagena será un paria respecto a uno de Tarragona, Badalona u Olot, porque a Mi Persona le hacen falta los votos de los separatistas y eso es suficiente para que se liquide la igualdad que proclama nuestra Constitución (escarnio que será perfectamente constitucional, por supuesto, pues para eso hemos colocado ahí al leal Cándido).
Nos espera una ex España maravillosa. Un país donde Dios no existe, donde la familia de hombre mujer y niños es caspa franquista, donde hay tres o cuatro sexos diferentes, donde la justicia está acogotada por el Gobierno, donde los hijos no son de los padres, sino del Estado; donde seguiremos empobreciendo a los españoles en nombre la seudoreligión climática (y sin contarles jamás a los ciudadanos lo que les cuesta la revolución verde). Un país donde las fronteras deben ser porosas, porque somos guays y buenistas. Una España donde la competencia, el libre mercado y la legítima ilusión de prosperar deben ser sustituidas por el subsidio, el intervencionismo y el rencor social. Un país donde la meritocracia es injusta –y probablemente franquista– y donde una lengua que une a 500 millones de personas es una tara, pero los pequeños idiomas regionales que nos alejan constituyen «un tesoro» de una «nación de naciones plural y diversa».
Vamos a ser muy felices. Debilitar la unidad nacional, desincentivar el afán de ir a más y perseguir a los que crean los empleos es siempre la base del éxito.
Jo, Yolanda, tía, qué chulada.