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Pecados capitalesMayte Alcaraz

El PSOE de irás y no volverás

Los dos últimos presidentes socialistas han decidido convertir al PSOE en una subcontrata de los partidos independentistas catalanes y vascos, esgrimiendo la manida chatarra verbal de que el diálogo con esa escoria política nos hará libres y buenos

Este sábado se cumplirán 41 años de la victoria histórica del PSOE de Felipe González. Aquel 28 de octubre de 1982, el 79 por ciento de los españoles acudieron a votar, en una cifra inalcanzable hoy, y casi la mitad de ellos optó «por el cambio» que les ofrecía un joven abogado laboralista sevillano. De entonces acá, los dos sucesores de aquel presidente no han hecho otra cosa que enterrar el legado de ese otoño de 1982 echando paladas y paladas de tierra y soflama, de cal y canto de ignominia, sobre la tumba del socialismo constitucionalista. José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez son esos sepultureros cuya llegada al poder no pudo ser más inesperada y sospechosamente abrupta. El primero, tras el traumático zarpazo del mayor atentado terrorista en Europa. Aprovechando esa conmoción social, el agit prop de la izquierda se empleó a fondo para rentabilizar los errores en la gestión del PP de Aznar, manipulando la psicosis ciudadana. Por cierto, son los mismos que hoy piden las sales cuando se abuchea al presidente en funciones. Porque en eso de tomar las calles contra la ley ellos son maestros y no admiten competencia.

El segundo llegó al poder mediante una moción de censura, preparada en los despachos con el concurso de un juez que introdujo un párrafo en una sentencia, que luego fue desautorizada por el Supremo, para culpar a Mariano Rajoy de la corrupción de su partido. Los dos últimos presidentes socialistas han decidido convertir al PSOE en una subcontrata de los partidos independentistas catalanes y vascos, esgrimiendo la manida chatarra verbal de que el diálogo con esa escoria política nos hará libres y buenos. Lo cierto es que lo único que seremos es un país desvencijado, eso sí, a mayor gloria del presidente con menos escrúpulos de la democracia. Él sí recibirá beneficios por la claudicación.

A Felipe González (y a Alfonso Guerra) el tándem Sánchez-Zapatero le ha metido una simbólica cabeza de caballo en su cama. Si pudieran, le echarían del partido, pero no lo necesitan; usando a sus opinadores de cabecera que desautorizan su discurso crítico, es suficiente. No se han atrevido todavía, pero no descartemos que terminen llamándole viejo demente y cosas parecidas. Desde que hubo una ruptura con la vieja guardia en las primarias de 2016 Pedro odia a Felipe y a Alfonso. Porque ellos sí que representan la tradición socialista, y el amigo de los separatistas sabe que él solo será un paréntesis en su partido y muchos de los palmeros de hoy –los escasos barones que tiene, a excepción de Page, que solo lo hace por interés electoral– no querrán ni oír hablar de él cuando esta etapa lúgubre del socialismo español haya pasado. Silbarán la internacional con la letra de pío, pío que yo no he sido.

El problema es cómo quedara el PSOE. Desde luego, hecho trizas. Sin Redondo Terreros, sin Joaquín Leguina, sin la voz autorizada de Cándido Méndez, sin Alfonso Guerra, sin Felipe González y sin miles de socialistas que han visto cómo la formación que votaron es hoy solamente una sucursal de Su Sanchidad, donde se despachan boletos de la rifa beneficiosa para Su poder. En palabras del expresidente madrileño, «el PSOE no existe, existen unas siglas propiedad de Sánchez». Será difícil que esas siglas, en cuyo nombre se han cometido tropelías graves en nuestra democracia –la peor corrupción, entre ellas– vuelva por sus fueros. Cuando la inmoralidad es tan capilar como ahora en ese partido, sin contrapeso alguno que sirva de dique a Sánchez, cualquier intento de catarsis solo fructificará si el 90 por ciento de sus cuadros se va a la cola del SEPE.