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Desde la almenaAna Samboal

Los pactos del hambre

Pero ¿quién salvará a las pymes? ¿Quién le va a decir al dueño de un bar o un restaurante, con uno o dos empleados, que ya no se quedan para llevar el postre a las mesas? Pero ¡ojo!, que tiene que acabar pagándoles el mismo salario

Menos horas de trabajo por el mismo salario se traducen en más gasto y menos ingresos para las empresas. Pero los firmantes del Reina Sofía ni se inmutan por el agujero que su pacto pueda llegar a hacer en los balances. Es más, por si queda algún beneficio que hubiera escapado al ojo atento de la Hacienda de Montero o al prejuicio rosa de Yolanda, que lo mismo da uno que otro, tanto monta o monta tanto, les advierten que habrá también –porque ya está en el horno– una próxima subida de impuestos.

A ellos, Díaz y Sánchez, sólo les preocupan los trabajadores. Como si el que va al tajo cada día –sea un director general o un peón– no formara parte de un proyecto más grande, un proyecto común –que no otra cosa es una empresa–, en el que los delicados equilibrios que rigen las relaciones pueden tambalearse a poco que cualquier aprendiz de brujo meta la mano. Las Iberdrolas, Santander, Inditex o Mercadonas de este país, que tanto salpullido provocan en la sufrida piel de nuestros sobrios dirigentes, ganarán menos y pagarán más. Y por ende, por obra y gracia del pacto del progreso, progresarán menos. La consecuencia no se hará esperar: mermarán las rentas para invertir y se reducirá su capacidad –si es que les quedan ganas– de hacer nuevos contratos. En todo caso, son fuertes: resistirán.

Aguantarán las grandes multinacionales porque España, de ser su mercado de origen, ha pasado a convertirse en una subcarpeta del negocio europeo. Aguantarán las medianas empresas porque ya aprendieron en la crisis de 2008 que, como dice el refrán, nunca hay que poner todos los huevos en la misma cesta. Las que sortearon el tsunami en el que Zapatero convirtió una crisis de las cajas de ahorro están sólidamente posicionadas en mercados internacionales. Aguantará incluso AENA los caprichos de estos señores que, en vez de dejar que sea el mercado quien haga la selección natural y limitarse a cobrar externalidades, pretenden ahora prohibir los vuelos internos para dejar despejado el cielo. No sabemos si su interés real es preservar el medio ambiente o, en el fondo, lo que pretenden es pasear con más comodidad en los Falcon.

Pero ¿quién salvará a las pymes? ¿Quién le va a decir al dueño de un bar o un restaurante, con uno o dos empleados, que ya no se quedan para llevar el postre a las mesas? Pero ¡ojo!, que tiene que acabar pagándoles el mismo salario. ¿Quién le explicará al dueño de un comercio que el señor que echa el candado a la persiana dejará su puesto vacante media hora antes o se quedará remoloneando un ratito más en la cama por las mañanas? No parece mucho tiempo, pero, en muchas ocasiones, en una mini empresa ésa es la diferencia entre la pérdida y la ganancia.

Si caen –que caerán– llegarán prestos los señores del pacto con un cheque en la mano, supuestamente para salvarles de las redes del hambre que ellos mismos están contribuyendo a engordar. Tiran con pólvora del rey. Hay de sobra para pagar a Puigdmont y generar una mullida red clientelar que les mantenga en la Moncloa durante años a costa de los demonizados empresarios. Ya ensayaron en Andalucía el experimento. Lo van financiando las empresas que no han huido, las que logran mantenerse en pie y los trabajadores a los que, con este panorama, todavía les queden ganas de trabajar.