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Aire libreIgnacio Sánchez Cámara

La farsa de la amnistía

Estamos ante un capítulo más en la historia española de la inmoralidad y la infamia

La actitud del Gobierno en funciones sobre las negociaciones con el separatismo catalán para formar gobierno son el paradigma de la opacidad, mientras repiten como loros la consigna «discreción, discreción». Pero no es eso lo peor, pese a haber prometido la más absoluta transparencia. Lo peor es la farsa montada. A quienes exhiben, con absoluta razón, su alarma ante la inminente amnistía, replican que hablan de lo que no existe. Son solo delirantes conjeturas para sembrar desazón y caos. Y, sin embargo, no son delirios sino realidades. La expectativa de la amnistía existe y es muy real. Los separatistas no han dejado de proclamar que es el comienzo de toda negociación posible y solo el comienzo que conduce al referendo de autodeterminación. No se trata, pues, de vagas ensoñaciones. O miente el separatismo o miente Sánchez (acaso ambos). También resulta más que sospechosa la firme declaración de que todo lo que pacten será dentro del más estricto respeto a la Constitución. Faltaría más. Pero tanta insistencia, ¿no proclama precisamente la decisión de burlarla?

Por cierto, si tan necesaria es la amnistía para resolver el «problema catalán» y volver a la senda de la concordia, ¿por qué no se incluyó en el programa electoral del PSOE para que los votantes conocieran la verdad de la política socialista sobre Cataluña? ¿Por qué antes se había negado tan rotundamente esa posibilidad? ¿Por qué se dijo que jamás pactarían con Bildu y ahora se ha convertido en su primer apoyo para la investidura? ¿Por qué se anunció que su objetivo era traer a Puigdemont a España para que cumpliera su condena y ahora se implora su apoyo y se le trata como hombre de Estado? ¿Por qué tanta mentira? Porque una cosa es cambiar de opinión y otra faltar a la palabra dada o engañar.

Para que no falte nada, el Gobierno y sus corifeos mediáticos han emprendido una campaña en favor de la amnistía y su constitucionalidad. Si no se trata de justificar lo que ya existe, al menos se convendrá en que se trata de preparar el terreno a lo que va a venir. Y los separatistas, siempre con su desinteresado apoyo al Gobierno, ya la dan por descontada, pero algunos criticamos lo que no existe para sembrar la discordia y la alarma social. Estamos ante un proceso consistente en hacer de la necesidad vicio. En suma, de un capítulo más en la historia española de la inmoralidad y la infamia. Y ante la exigencia separatista, no responden, como Feijóo, con la negativa sino con el silencio. Se ahorran palabras, pues nadie les iba a creer.

Y los ciudadanos, llamados a callar y obedecer. Sumisión sin ira. ¿Puede dudar alguien, que no haya perdido el juicio o esté comprado, de que la amnistía será un pago para que Sánchez siga en la Moncloa? No digo que vaya a suceder. A lo mejor, el coste es demasiado incluso para Sánchez, pero, si se produce, la cosa no ofrece dudas. Será un canje: amnistía a cambio de votos. Es el precio del poder, un poder miserable que se humilla y somete.

Ante este estado de cosas, la discusión sobre la constitucionalidad de la amnistía produce tedio jurídico y moral. La Constitución no prohíbe expresamente la amnistía, ni la pornografía infantil, ni la violación en grupo. Pero nadie considerará que lo admite. Si excluye el indulto general, ¿cómo va a permitir la amnistía que va mucho más allá de él y elimina la responsabilidad, es decir, suprime el delito? La amnistía sería un injusto servicio prestado al interés particular, una ofensa al Rey, al Poder judicial, a la policía y fuerzas de seguridad y, en general, a los ciudadanos. La mentira separatista prosigue. No se castigó una idea (el separatismo), sino la comisión de graves delitos: intento de golpe de Estado, rebelión o sedición y malversación. La amnistía declararía que la condena fue injusta, que no cometieron ningún delito y, tal vez, que el Estado debería indemnizar a los injustamente condenados. Ni siquiera se arrepienten. Es natural si no hay delito. Y anuncian que lo volverán a hacer. Si Sánchez cede, como parece, el decoro y la dignidad nacional quedarán humillados.