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Pecados capitalesMayte Alcaraz

La foto que nos van a robar

Que el Rey Juan Carlos no pueda asistir en el Parlamento a la jura de la Constitución que él impulsó por parte de la heredera de su heredero, su nieta, es una de las más vergonzosas afrentas del actual Gobierno

Las comparaciones son odiosas, y en algunos casos letales. El 30 de enero de 1986 el entonces Príncipe de Asturias cumplía 18 años y juraba la Constitución ante las Cortes Generales. El presidente del Parlamento era Gregorio Peces-Barba, padre de la Constitución, jurista y hombre de lealtad probada a la Monarquía y a la Constitución, más allá de preferencias ideológicas. Mañana, 13.775 días después, a la hija mayor de aquel joven Príncipe le tomará juramento Francina Armengol, una apparatchick que no ha hecho otra cosa en su vida que vivir del presupuesto público y que ha perdido el Gobierno de Baleares, lo que le ha sido recompensado con la tercera magistratura del Estado. Y todo porque un prófugo de la justicia, que levantará en breve el pulgar para que Sánchez sea investido, la eligió entre los más amigos del golpismo separatista y más traidora a los principios constitucionales.

Pero en la arcadia feliz del sanchismo, donde conceder amnistías a delincuentes es hacer de la necesidad virtud, se da otra circunstancia que mañana se evidenciará ante nuestros perplejos ojos. Será muy dolorosa porque el más abyecto sectarismo de Pedro Sánchez nos robará a todos los españoles una foto para la historia en la sede de la soberanía nacional: la de tres generaciones –Juan Carlos I, Felipe VI y Princesa Leonor– que han reinado o reinarán en nuestro país el último cuarto del siglo XX y lo que queda de este. Que el Rey Juan Carlos no pueda asistir en el Parlamento a la jura de la Constitución que él impulsó por parte de la heredera de su heredero, su nieta, es una de las más vergonzosas afrentas del actual Gobierno, que además tendrá otro efecto colateral indeseado: tampoco su abuela Sofía –para evitar la comparación con su marido– podrá presenciar un hecho histórico que consagra la continuidad dinástica de nuestro modelo de Estado. Anomalía tras anomalía, chapuza sobre chapuza, para salvar la cara a Sánchez y Bolaños.

A diferencia de lo que ocurrió hace casi 38 años con su padre Don Juan de Borbón, al Rey Juan Carlos solo se le va a permitir compartir la celebración familiar de la mayoría de edad de Leonor. Entonces, Peces-Barba, ponderó en su discurso «el sacrificio del Conde de Barcelona» para que su hijo fuera Rey. El relevante papel de Don Juan en aquel acto, al lado del resto de la Familia Real, es hoy un espejo hecho añicos. Tan retorcido va a ser el encuentro de la Princesa con sus parientes que, en lugar de acontecer en La Zarzuela, la cena se servirá en el Palacio de El Pardo, residencia ¡para los jefes de Estado extranjeros en visita oficial a España! Todo, para evitar que el anterior Monarca pise la que fue su casa durante más de cuatro décadas. Que no pueda dormir en La Zarzuela, le invitará a marcharse de España en avión por la noche, lo que dibuja un cuadro humillante e inmerecido, por mucho que el padre del Rey haya cometido errores personales incuestionables, que no legales, puesto que estos han sido investigados y archivados uno tras otro, a pesar del empeño puesto por la delegada sanchista en la Fiscalía, Dolores Delgado. Además, limitar la presencia de Don Juan Carlos y Doña Sofía a ese convite, los situará al mismo nivel que a los amigos de Leonor, a sus primos segundos o a las parejas de sus abuelos maternos. Un auténtico bochorno, solo entendible dada la deslealtad institucional del presidente del Gobierno en funciones.

La abyecta campaña que ha emprendido el sanchismo contra la Monarquía constitucional, utilizando al anterior Rey como diana para satisfacer sus indisimulados impulsos republicanos, que comparte con todos sus socios parlamentarios, producirá una escena impensable en cualquier otra Monarquía parlamentaria de nuestro entorno europeo, donde para empezar no se permitiría que miembros del Gobierno no acudan a este trascendental acto institucional, que van a boicotear 26 diputados, justo a los que debe su cargo Sánchez y a los que está a punto de extender un nuevo cheque económico, inmoral e inconstitucional.

Pero pese a todo, pese a las felonías y las dolorosas ausencias, mañana es un día feliz para España que lucirá su viejo y respetado abolengo, porque el Rey que cumple sus obligaciones ejemplarmente, que sobrevive en una galerna política que quiere hacerlo desaparecer, cuyo potente liderazgo permitió al Estado responder en 2017 con fortaleza moral al intento de secesión de una parte de su territorio, tendrá ya una sucesora que se comprometerá con la Constitución ante las Cortes Generales, donde reside la soberanía nacional. España, como dijo su padre cuando ella nació, tendrá una futura Reina ante sus ojos.

A esa foto le faltará un pedazo de nuestra historia reciente, pero en el fondo no dejará de ser la victoria del todo sobre las partes, de España sobre sus enemigos, del futuro sobre la caverna identitaria y la poquedad moral. «Hoy con la mirada puesta en el horizonte, es un día de esperanza», dijo Peces-Barba hace casi 38 años. Francina mañana no lo sostendrá, pero la España silente, desgraciadamente silente, sí.