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El que cuenta las sílabasGabriel Albiac

Sánchez y los jueces inicuos

Si dar un golpe de Estado secesionista es un acto inocente, ¿por qué no repetirlo? Sin jueces inicuos, ahora

Busco el libro en la biblioteca. Lo encuentro enseguida, claro. Lo escribí hace más de veinte años. Su apelación a «pensar contra la izquierda y la derecha» se hacía, entonces, antipática. Hoy, al releer aquel Desde la Incertidumbre, lo allí escrito me parece obvio. A nadie que no sea perfectamente iletrado se le pasa por las neuronas, en estos días, nada muy diferente: «izquierda» y «derecha» son los desvergonzados señuelos bajo los que diversas bandas mafiosas se reparten entre sí los impuestos, cada vez más asfixiantes, de la cada vez más metódicamente enceguecida ciudadanía.

Para salvar un «gobierno de izquierdas», dice el Doctor Sánchez ante sus capataces que es imprescindible abrir el camino de la independencia en Cataluña. Porque, no nos engañemos, es de la independencia de lo que se está hablando. No de la «amnistía». Para empezar, porque una amnistía sin cambio de régimen es un oxímoron, una literal contradicción en los términos. «Amnistía», consultemos los diccionarios, no significa «perdón» a secas: las medidas de perdón son «indulgencias» que se gestionan bajo la palabra «indulto».

¿Cuestión sólo de matiz? Pues maticemos.

La más antigua anotación de diccionario con la que he dado es la del primer diccionario de la Academia Francesa en 1694. Amnistía: «perdón que el Soberano concede a sus súbditos que tomaron las armas contra él». En 1732, el primero de la Academia Española insiste, sensatamente, en la etimología griega del término. Amnestia: «olvido de las injurias pasadas, perdón y absolución general de ellas». Hasta 1878, los usos de diccionario se mantienen casi idénticos: el Soberano borra el pasado, a la manera en que el Dios-Rey puede –aunque San Agustín defienda lo contrario– hacer que lo que fue no haya sido. De pronto, el siglo veinte da un vuelco a las palabras, sencillamente porque un vuelco ha trastrocado el mundo: el ocaso de las monarquías teocráticas. Diccionario de la Academia Francesa, 1935. Amnistía: «Acto del poder legislativo que concede el perdón a los autores de un delito de derecho común o político. Se exige una ley especial para conceder al Presidente de la República el derecho de amnistía». Hasta la actual novena edición. Amnistía: «Medida legislativa de clemencia que borra las condenas o anula las persecuciones para determinados tipos de infracciones, siempre preservando los derechos de terceros. La competencia sobre la amnistía corresponde tradicionalmente al Parlamento».

Dos factores determinan la mutación del concepto a partir del siglo XX: a) la extinción irreversible de la figura de un rey que ejerciese en la tierra la reversión del tiempo que algunos teólogos atribuyen a Dios; y b) la imposibilidad de anular una decisión judicial firme sin que, previamente, el parlamento legisle la abolición de la ley que se aplicó al condenado; en el límite, que la Constitución sobre la cual aquella legislación se aplicó sea borrada, de tal modo que la condena pueda ser definida como abuso de un sistema enmascaradamente anticonstitucional. En ese sentido, la amnistía no perdona al condenado, sino que relega al olvido al ilegal Estado que condenó a un inocente.

A diferencia de eso, el indulto nada altera en la legitimidad de una condena. Hace un favor o gracia al condenado, eximiéndolo de pagar por lo hecho. Pero lo hecho lo seguirá acompañando, como un baldón, toda su vida. Diccionario de la Real Academia Española, actualización de 2022:

–Amnistía: «Perdón de cierto tipos de delitos que extingue la responsabilidad de sus autores».

–Indulto: «Gracia por la cual se remite total o parcialmente o se conmuta una pena».

La contraposición semántica es palmaria: el indulto libera de cumplir las «penas», la amnistía anula las «responsabilidades». Dicho de otro modo: la amnistía condena a quienes condenaron a un inocente. Y, si dar un golpe de Estado secesionista es un acto inocente, ¿por qué no repetirlo? Sin jueces inicuos, ahora.

Es, con la más fría exactitud léxica, lo que el presidente del gobierno ha comerciado con los delincuentes catalanes. Declarar inocentes a los autores del golpe de Estado. Culpables a los jueces que inicuamente los condenaron. Y llamar a eso una política «de izquierda».