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El observadorFlorentino Portero

Doble rasero

Se es antisemita cuando se aplica un doble rasero, exigiendo al gobierno de Jerusalén lo que no se ha exigido a otros, con el fin de debilitarlo y acabar con su propia existencia

La guerra de Gaza ha situado en primera línea del debate público y diplomático el tratamiento de los civiles en un conflicto bélico, en particular cuando se desarrolla en un entorno urbano. No es precisamente un tema nuevo. Desde la antigüedad los conflictos bélicos se desarrollan tanto en campo abierto como en espacios con alta densidad de ocupación. Si nos detenemos en los tiempos contemporáneos y en el comportamiento de fuerzas armadas occidentales, podemos constatar como los historiadores siguen debatiendo las estrategias seguidas por Arthur Harris, Bomber Harris, al frente de la Real Fuerza Aérea británica o de Curtis Lemay en su equivalente estadounidense durante los años de la II Guerra Mundial. ¿Hicieron lo correcto destruyendo ciudades alemanas? ¿En qué medida eran esos alemanes responsables del III Reich tras haber votado en favor del partido Nacional Socialista? ¿No había una alternativa mejor para doblegar su voluntad o debilitar su capacidad de resistencia? Cuando el presidente Truman aprobó el uso del arma nuclear en dos ciudades japonesas ¿estaba haciendo lo correcto? ¿No había una alternativa para lograr la rendición del imperio nipón?

Tras los desembarcos en Italia y Normandía las unidades aliadas desplegadas en el Viejo Continente se encontraron ante el reto de tomar, una a una, múltiples ciudades en las que la Wehrmacht se había hecho fuerte. Por citar sólo una fijémonos en la primera de las francesas: Caen. La toma de Caen fue dantesca para sus habitantes, para los defensores alemanes y para los atacantes aliados. Pero la caída de Caen abrió el camino hacia Berlín. Seguiremos debatiendo durante mucho tiempo la bondad de esas acciones, pero ninguna fue improvisada. Todas respondían a una valoración de circunstancias, capacidades y costes. Gracias a esa sucesión de acciones hoy Francia es una nación independiente y Alemania una democracia. Nada es gratuito y, en concreto, tanto la libertad como la seguridad tienen un precio particularmente elevado.

En tiempos mucho más recientes hemos vivido situaciones semejantes y nos hemos encontrado ante los mismos dilemas. Recordemos las tomas de las ciudades iraquíes de Faluya y Mosul, en manos del Estado islámico. Su liberación supuso un enorme sacrificio para todos los presentes, pero finalmente ambos enclaves fueron liberados.

En los últimos meses hemos asistido a dos situaciones terribles, aunque en esta ocasión la iniciativa no era occidental. La toma de la ciudad ucraniana de Mariupol por parte de Rusia y la desaparición del enclave armenio de Nagorno-Karavak en Azerbaiyán. Mariupol es hoy un escombro. Ya no hay armenios en el enclave azerí. ¿Por qué la reacción ante estos sucesos es distinta a la que estamos presenciando en la guerra de Gaza? ¿Por qué era correcto tomar Faluya y Mosul y no lo es Gaza? ¿Por qué la ONU no reaccionó de la misma manera ante el asalto ruso a Mariupol y ante las primeras maniobras israelíes en Gaza? ¿A qué se debe el sonoro silencio de la Unión Europea, de la ONU o del Vaticano ante el nuevo desastre armenio, mientras no han dejado de pronunciarse sobre Gaza? La respuesta es muy sencilla: Israel.

La ONU, cuyo Consejo de Derechos Humanos da un susto al miedo, por la presencia en él de algunas de las dictaduras más atroces; la ONU, que ha sido incapaz de establecer una doctrina sobre el terrorismo, porque muchos de sus miembros consideran legítima esta forma de lucha; la ONU, que ha colaborado íntimamente con Hamás en Gaza, facilitando el fortalecimiento de esta organización terrorista, acusa, a través de su secretario general, de actitud criminal a quien ha sido víctima de una agresión injustificable. Resulta cínico reconocer un derecho y a continuación negar su ejercicio en beneficio del agresor, más aún siendo éste una organización islamista y terrorista que utiliza a los propios gazatíes como escudos humanos.

Es difícil hablar de la posición de la Unión Europea cuando, una vez más, ha dado un penoso espectáculo de cacofonía polifónica. En cualquier caso, no estaría de más que dirigentes y ciudadanos recordaran que Europa es hoy un espacio democrático gracias a cientos de situaciones semejantes a la que hoy vivimos en Gaza y que mohínes sentimentales como los representados por Borrell suponen hacer el juego a Hamás, y a todo lo que se oculta detrás, frente a un estado democrático. Si la Unión Europea quiere, de verdad, ser reconocida como actor internacional más le valdría estar a la altura de las circunstancias y actuar con más criterio y sentido de la responsabilidad. Bien está que se preocupe por la población y que presione para garantizar que los gazatíes puedan abandonar la ciudad hacia espacios seguros, disponiendo de los medios necesarios para sobrevivir, pero Hamás debe ser destruido y a ese fin debería dirigir sus afanes.

Europa teme, con toda razón, que el conflicto se extienda a Cisjordania y al Líbano, creando una situación que acabe desestabilizando a las monarquías árabes. Sin embargo, la respuesta no es exigir a Israel su rendición ante Hamás, entre otras cosas porque esa también sería nuestra claudicación frente al islamismo. De la misma manera que Estados Unidos ha desplazado dos grupos de combate frente a las costas del Líbano e Irán, no hubiera estado de más que la Unión Europea hubiera hecho un gesto semejante, dejando claro al régimen de los ayatolás y a sus afines que Bruselas ha entendido de qué va la operación y que está dispuesta a hacer lo que sea necesario para impedirla.

Ni ha ocurrido, ni se espera de la Unión una reacción semejante. Por sus tierras campan formaciones políticas que no se sintieron movilizadas por la suerte de civiles inocentes en Faluya o Mosul, en Mariupol o Nagorno Karavaj, pero que sí están dispuestas a dar cobertura a Irán, Hamás y semejantes en su objetivo de acabar con la existencia de un Estado democrático, antesala de la trasformación de la propia Europa. Se quejan de ser etiquetados como antisemitas por criticar a Israel. El problema no es ese. La política israelí está siempre en cuestión, dentro y fuera de sus fronteras, dentro y fuera del mundo judío. Eso es la democracia. Se es antisemita cuando se aplica un doble rasero, exigiendo al gobierno de Jerusalén lo que no se ha exigido a otros, con el fin de debilitarlo y acabar con su propia existencia.