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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Leonor

Pon al lado de la Princesa a Ione Belarra o Pam Rodríguez y todo el mundo se hará monárquico.

Para entender la valía de Leonor de Borbón basta con compararla con las zánganas que la rodean: ni el más fervoroso antimonárquico podrá negar que su comportamiento, actitud, saber estar y profesionalidad es infinitamente mejor a la de tantos cargos públicos que presumen de empoderadas y denigran a la más empoderada de todas ellas, la mujer que alcanzará la Jefatura del Estado si Sánchez y el resto de hermanos Dalton no lo impide

Las Pam Rodríguez, Isa Serra, Ione Belarra, Irene Montero, Lilith Verstrynge y compañía son un acelerador de conversiones a la Monarquía, unas embajadoras impagables de la Casa Real por simple contraste: no hace falta suscribir el sustrato histórico, sanguíneo y ciertamente clasista de la Corona para entender, a poco que se tenga un ápice de honestidad, la utilidad de una institución que cumple escrupulosamente con su cometido constitucional en una España donde tantos lo pisotean con negligencia infinita.

Que una niña sepa cuál es su lugar en un momento en el que el presidente lo desconoce, obrando con estrépito institucional cercano al delito de traición tipificado en la Carta Magna, ofrece un pavoroso retrato de la decrepitud de la democracia española, convertida en el papel higiénico con el que se limpian su trasero acolchado en sillones de terciopelo público tantos y tantos cafres mantenidos, paradójicamente, por el mismo sistema amenazado por ellos.

España se ha convertido en un país que te desnuda en el control de acceso a un aeropuerto pero permite el acceso libre de miles de inmigrantes trasladados por mafias repugnantes; o consiente el boicot de Bildu o ERC a la Princesa de Asturias en el mismo Congreso que les paga un sueldo; o expulsa a los abuelos de la cría del solemne acto mientras indulta a Griñán o a Junqueras o mantiene de vicepresidenta segunda a una dama, Yolanda Díaz, que se excitaba con la posibilidad de guillotinar a un Rey y consideraba esa estampa una tarea pendiente de un nuevo periodo constituyente.

Leonor se va a hacer con el trono no por su sangre azul ni por sus derechos dinásticos, sino por su educación frente a la barbarie, con una revolucionaria estrategia que retrata a toda la cuadra de cerdos, patos y burros que gruñe, parpea y rebuzna contra una España pacífica, humilde y humillada por otra España siniestra, agresiva y estúpida que llama reforma a la revolución y progreso al sometimiento.

Pon juntas a una muchacha que contesta en impecable catalán a la acémila que la insulta en vasco y a la partisana de vellosas axilas que gana 100.000 euros por liberar a violadores o excavar trincheras y, tal vez, se entienda mejor de dónde salen eso de la leonormanía y también la belarrofobia.