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HorizonteRamón Pérez-Maura

Siete alegrías y siete tristezas en la jura de la Princesa

Quizá lo peor de todo fue que Sánchez, en el discurso en el Palacio Real, prometiera a la Princesa que puede contar con «la lealtad, respeto y afecto» del Gobierno. Dado el valor de las promesas de Sánchez, esto pinta fatal.

Las alegrías

  • La firmeza del tono de voz de la Princesa de Asturias en su juramento, incluso superior al de su padre hace 37 años. Algo más dubitativa en su discurso en el Palacio Real, pero aun así, mejor que su progenitor. Se ve que tiene capacidad de liderazgo.

  • La alegría del Rey por la magnitud del aplauso de los diputados, que en un momento me generó la impresión de que el Monarca se emocionó, con las lágrimas a punto de verter en sus ojos. El legítimo orgullo del Rey de España en la jura de su heredera es o debería ser causa de alegría para todos los españoles. Aunque sólo lo es para los españoles de bien.

  • Una cierta pompa y circunstancia que cada vez se ven menos y que en conjunto demuestran que la Monarquía sigue teniendo un gran arraigo al que, con inteligencia, se puede sacar mucho partido.

  • En contra de lo que debería ser normal, me alegré de la ausencia de los que quieren romper España y van a respaldar el nuevo Gobierno de la nación. Permitió la presencia de más senadores que volvieron atronadora la ovación a la Princesa tras su jura.

  • Me alegró mucho ver que el personal de la Casa del Rey y hasta tres antiguos jefes de la Casa saludaron a la Familia Real con los preceptivos cabezazos que hoy en día te dicen que ya no son bienvenidos. Supongo que, si lo hace el propio jefe de Su Casa, Jaime Alfonsín, no será para amargarles un día tan relevante.

  • Me gustaron mucho las referencias del Rey a Miguel Herrero de Miñón y Miguel Roca, los dos padres de la Constitución vivos y presentes.

  • Y me alegró mucho el comunicado de Bildu, ERC y BNG contra el acto de ayer, porque demuestra el valor de lo que se vivió y la reivindicación de la Constitución que representa. Porque lo de ayer fue mucho más un acto de exaltación constitucional que de reivindicación monárquica, aunque ésta vaya hoy intrínsecamente unida a la Constitución.

Las tristezas

  • La impresentable actuación de la presidente del Congreso, Francina Armengol. Empezando por no hacer en su discurso ni una referencia a la historia de España. Siguiendo por no mentar ni una vez a la Monarquía, que tengo la impresión de que algo tenía que ver con lo que allí se celebraba. Y podríamos alargar la lista.

  • Las prisas de Armengol por cercenar la ovación de la casi unanimidad de los diputados y senadores presentes. Cuando los miembros del banco azul dejaron de aplaudir, Armengol se apresuró a cortar la ovación.

  • En lugar de emplear la ceremonia para reivindicar la Corona –nunca mentada– Armengol la empleó para reivindicar sus propias políticas, empleando las lenguas cooficiales en diferentes regiones, pero no en toda España. Es cierto que los diputados y senadores del PP, PSOE, y Vox elegidos en Cataluña, Galicia y Vasconia son tan vascos, gallegos y catalanes como los independentistas que no asistieron. Ninguno de estos asistentes se hubiera quejado de que no se emplearan esos idiomas. Pero Armengol sólo reivindicaba su propio sectarismo.

  • En la plaza de las Cortes se distanció mucho al público de la puerta del Congreso. Viendo las imágenes en televisión me acordaba de la ceremonia de hace 37 años. El público llenaba entonces la acera de enfrente y Simoneta Gómez-Acebo y Borbón, prima hermana del Príncipe que juraba la Constitución, asistía sentada en lo que parecía lo alto de una cabina de teléfonos, pero que me dicen que era un cajón metálico alto que probablemente albergaba una instalación eléctrica. Frente a eso, lo de ayer parecía algo frío.

  • Al almuerzo del Palacio Real asistieron 150 personas. La mesa imperial de gala de las cenas de Estado puede sentar hasta 146 personas según los veteranos de protocolo. ¿De verdad era imprescindible invitar a cuatro personas más para que no se pudiera recrear el ambiente de las grandes cenas? Se logró que en el comedor del Palacio Real se reprodujese el ambiente de un salón de bodas y banquetes. Quizá era el objetivo.

  • Lamenté mucho, muchísimo, que el Rey no hiciera ni una mínima referencia al padre político de todo esto: S.M. el Rey Juan Carlos. Y creo que no se dan cuenta de cuántos españoles lamentamos su ausencia ayer de los actos institucionales. Máxime con la ausencia voluntaria de quienes más deseaban atacarlo.

  • Pero quizá lo peor de todo fue que Sánchez, en el discurso en el Palacio Real tras la Orden de Carlos III a Doña Leonor, prometiera a la Princesa que puede contar con «la lealtad, respeto y afecto» del Gobierno. Dado lo que siempre ocurre con las promesas de Sánchez, esto pinta fatal. Es para echaros a temblar, Alteza.