Ahora empieza el turno de Puigdemont
Sánchez da todo por hecho pero le queda lo peor: decirle a España que tragará con el relator y el referéndum
El sábado pasado Pedro Sánchez eligió la onomástica de Judas para anunciar la amnistía: el primer plazo del pago al separatismo de su propio rescate. Y ahora ha escogido la festividad de los difuntos para rematar la jugada: este mismo viernes presentará la proposición de ley en la Mesa del Congreso sobre ese «indulto general» vergonzoso para que, si puede ser, la semana que viene se convoque la sesión de su investidura.
Y todo ello lo ha hecho escondido detrás de la Princesa Leonor, a quien ha utilizado de escudo para que se noten menos sus tropelías: entre el puente funcionarial y la jura de la Constitución de la heredera, a ver si hay suerte y la «leonormanía» tapa un poco a la «pedrofobia» que provoca él mismo humillando a España para comprarse una Presidencia débil, maniatada, intervenida y al servicio de los enemigos de la Constitución.
Y esto solo es el comienzo, por mucho que el Equipo Nacional de Opinión Sincronizada, frotándose las ingles hasta alcanzar el éxtasis sanchista, lo dé ya por resuelto. La realidad es que Sánchez ha ido atendiendo paso por paso cada exigencia del independentismo, con los plazos que imponían, y así seguirá siendo hasta el final.
Primero pidió, en plena sesión de investidura de Feijóo, que el catalán fuera lengua oficial de la Unión Europea y que Europol sacara a los CDR del listado de amenazas terroristas: y allí que fueron Albares y Marlaska a perder el trasero para intentar atender las órdenes recibidas.
Después reclamó una ley de amnistía «total» antes de la investidura, pese a que los letrados del Congreso ya dijeron, en el anterior intento de aprobarla, que era inconstitucional: y allí ha ido Sánchez a iniciar los trámites, a la vez que Pere Aragonés, para que no se enfaden ni rompan la baraja.
A la vez que todo eso le impusieron rehabilitar a todos los delincuentes en público, como si fueran inocentes hermanitas de la caridad, y lo hizo también: reunión con Bildu, llamada a Junqueras y foto con Puigdemont.
Y con eso y un bizcocho, resuelto, vende Sánchez a sus pelotas y a los ingenuos, travestido de calabaza de Halloween: no sabe decir otra cosa que «trato» aunque siempre intenta el «truco». Pero no, no está arreglado, por mucho que quieran esconderlo en una ley de amnistía que obliga a España a pedirle perdón a los golpistas e invita a los golpistas a repetir sus andanzas con impunidad.
Porque quedan dos sapos de dimensiones siderales: el relator internacional y el verificador de acuerdos y el referéndum de independencia. ¿Le ha escuchado alguien a Puigdemont decir que renuncia a todo ello? No. Le habrán escuchado lo contrario, hasta la saciedad: que todo lo anterior eran condiciones previas y que lo mollar del acuerdo era legalizar el derecho a la autodeterminación, con observadores del proceso ajenos al Gobierno.
A esa ignominia nos enfrentaremos en los próximos días, por mucho que Sánchez pretenda hacer ver que estamos a cinco minutos de ver la reedición del «bloque de progreso», la falacia que resume todas las demás.
Quien sí sacó adelante con nota su gran día fue Leonor de Borbón, y con ella la Casa Real, con algunos mensajes de fondo del Rey, en defensa de la Constitución, que solo los ciegos no quieren ver: la chiquilla ha estado a la altura de las circunstancias y ha jurado la Constitución en un acto solemne en el que además se ha demostrado el inmenso apoyo popular que tiene la Corona.
¿Se imagina alguien a Pedro Sánchez recorriendo las calles de Madrid entre aplausos? ¿O recibiendo cuatro minutos de vítores sinceros, y no fueron más porque Paquita Armengol los cortó, en el Parlamento? Él no puede salir de casa sin que le piten los oídos y solo puede reunirse con figurantes del PSOE para que alguien le dé los mimos que le niega la ciudadanía.
Todo lo demás, cuando no hay atrezzo, son silbidos y abucheos. Aún así, Sánchez quiso hacerse el constitucional y le prometió a la Princesa lealtad y ayuda: unas palabras impecables, sin duda, de no ser porque son falsas.
Porque mientras Sánchez intentaba imitar a un demócrata, todos sus socios agredían a la Constitución y a Leonor: unos firmaron un manifiesto exigiendo la abolición de la Monarquía, otros anunciaron que trabajarían para que Leonor nunca fuera Jefa de Estado y todos ellos se ausentaron de la sesión en el Congreso.
Pero nada de eso sería importante de no ser por un «pequeño» detalle: todas esas minorías populistas y separatistas, que no pintan nada en número de votos en el censo español, tienen en sus manos elegir o no a Sánchez. Quien da relevancia e influencia a esa purria es Sánchez: sin Sánchez no son nada y Sánchez no es nadie sin ellos.
Y por eso Leonor va a tener de Sánchez la misma lealtad que tiene de Sánchez la Constitución: ninguna. Su lealtad es con él mismo: España, la Corona, la Constitución, Leonor, la Justicia y la decencia serán lo que él necesite que sean. Porque es un piloto kamikaze, sin frenos ni luces, que encima saca la cabeza por la ventana para regañar a voces a quienes circulan en el sentido correcto. O se estrella él o nos estrella a todos nosotros.