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Cosas que pasanAlfonso Ussía

La emoción de la Señora

Bien, la conclusión es sencilla. El culpable de la tristeza de Doña Sofia, la Señora, es el biznieto de Magriñán

La Señora en España, por antonomasia, es la Reina Sofía. Presidió el acto de nombramiento de don Emilio Lora-Tamayo, un gran amigo, como rector honorario vitalicio de la UCJC. Y hablaba la Reina cuando se rompió. Creo que muchas, demasiadas emociones se le agolparon en su ánimo en ese momento. La Reina es fuerte, y en pocas ocasiones permitió que las lágrimas, públicamente, nublaran sus ojos. En El Escorial, enterrando a su suegro, Don Juan De Borbón. En el Campoamor de Oviedo, cuando aplaudía la memorable intervención de Leonard Cohen. Cuando visitó en Bilbao los escombros de una escuela infantil derruida. La Reina ha sabido sufrir en silencio y mantener siempre las formas. Nació, y la educaron para ello. Pero me atrevo a interpretar sus lágrimas durante el acto académico mencionado al principio del texto.

A pesar de su distanciamiento con el Rey Juan Carlos, la Reina jamás ha intentado ser más que su marido. Siempre en su sitio, en los momentos felices y en las tiranteces, arriba y abajo, ocupando su lugar. Don Juan Carlos cometió el mayor error de su vida con setenta años bien cumplidos. Se enamoró o creyó enamorarse, como muchos hombres de avanzada edad, de un ser poco aceptable. Después de un grandioso Reinado, el Rey de la libertad, sin derecho alguno, sin motivo alguno y sin acusación documentada alguna, fue invitado a abandonar España. Y el Rey, para no perjudicar a la Corona y el incipiente Reinado de su hijo, Felipe VI, se marchó de la España que había prosperado como nunca durante sus casi cuarenta años en el trono. La ejecutora de la expulsión fue Carmen Calvo en nombre del siempre taimado Pedro Sánchez. El Rey Juan Carlos resultaba molesto para la ya programada operación de destruir España.

Y la Reina, la Señora, que en España se mantuvo, quedó eliminada de muchos actos y celebraciones por el hecho de ser la mujer del Rey inhumanamente exiliado. Y conociéndola, que tengo el honor y el orgullo de haberla tratado en muchas ocasiones, nada le afecta más a la Reina Sofía que verse desplazada de actos institucionales cuyos protagonistas sean sus hijos o sus nietos. En este caso, su nieta Leonor, Princesa de Asturias, a cuya Jura de la Constitución en trance de ser derribada, no ha sido invitada al igual que su marido, el Viejo Rey. Se celebró posteriormente una cenita familiar en El Pardo, a la que estaban invitados los Reyes Juan Carlos y Sofía siempre que prometieran portarse bien y no excederse en sus papeles representativos. A la cena sí han invitado a la Señora aunque no acuda el Rey Juan Carlos, lo que demuestra el alto nivel de comprensión y generosidad de los organizadores del evento, que no se sabe bien quiénes son, porque los secretos de Palacio más que ir despacio, se mueven entre los silencios.

Y para mí, que ese feo detalle con el Rey Juan Carlos, que de rechazo le afecta a Doña Sofía, ha sido la gota que ha colmado el vaso de su resistencia. Contaba Don Juan que, durante el Reinado de su padre, Alfonso XIII, siempre que se producía un error humano, institucional o protocolario, se le echaba toda la culpa a un tal Magriñán, que no existía.

Se inventó el truco la Infanta Isabel, la Chata, para evitar disgustos y discusiones. ¿Quién ha organizado tan mal la cena en honor del presidente de Francia? Y la Infanta Isabel acusaba. «Ha sido culpa de Magriñán». ¿Quién ha invitado a la montería del Pardo al conde de Burguillo Bajo que, además de un grosero, es republicano? «Magriñán». El Rey, que sabía que Magriñán era un invento, seguía divertido la farsa. «Que se presente ante mí, inmediatamente». «Señor, Magriñán está ahora mismo haciendo gestiones en Lugo»; «¿Gestiones de qué?». «De los Magriñán».

Bien, la conclusión es sencilla. El culpable de la tristeza de Doña Sofia, la Señora, es el biznieto de Magriñán.