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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Tenemos que hablar del periodismo

Se puede defender casi cualquier cosa, pero no se puede mentir ni ignorar los hechos, por mucho que a Sánchez le perjudiquen

Un buen periódico es una nación hablándose a sí misma.Arthur Miller

No está del todo claro qué es el periodismo, un oficio más que una ciencia por mucho que algún cerebro privilegiado lo convirtiera en un estudio universitario, para mayor gloria de doctos cátedros que enseñan incompetentemente en facultades innecesarias a alumnos abocados al paro.

Pero al menos podemos convenir que ha de ser una disciplina que busque la verdad con honestidad, desde la certeza de que no todo es incuestionable pero sí debe ser verídico: ni siquiera presenciar unos hechos garantiza una traducción correcta a la opinión pública, pues en el viaje le ocurre a cualquier mercancía lo mismo que al átomo en la física cuántica y la mera observación afecta al original.

No somos infalibles y estamos condicionados por las prisas, el desconocimiento, los prejuicios, las creencias, el medio, las presiones y todas las altas y bajas pasiones que afectan al ser humano, con el que los periodistas coincidimos en lo sustantivo y empeoramos en lo adjetivo.

Servidor siempre ha pensado que el periodismo es, ante todo, un trabajo intelectual que se debe desarrollar entre urgencias y que, además de servir para glosar unos hechos, ha de explicarlos, descifrando su trascendencia para consolidar sus consecuencias o esquivarlas.

Y es aquí donde tenemos un gran problema con el periodismo en España, transformado en una suerte de activismo donde no cuentan los hechos ni las pruebas y se limita a repetir y reforzar bobaliconamente las consignas del pastor que parece dar órdenes al rebaño.

Uno, que ha sido lector de El País y oyente de la Ser desde la más tierna infancia, con sus defectos y virtudes y a pesar de la evidente distancia ideológica, ve cómo en ambas casas se amamanta y se abreva a la vez sin recato alguno de una fuente tan perniciosa como Sánchez, con un seguidismo acrítico insoportable que incluye la negación de la realidad y genera una escuela legitimadora de tanto contertulio suelto en la televisión marcado por el mismo problema de origen.

Se puede ser del PSOE, e incluso seguidor de Sánchez, y hasta defender las decisiones y actitudes que adopta. Pero no se puede negar la evidencia, desde el desprecio más absoluto a los hechos y la negación de sus efectos medibles.

Sánchez es un tipo que negocia en el extranjero su investidura tras perder en las urnas, con un prófugo de la Justicia, investigado ahora por terrorismo y aferrado a un proyecto anticonstitucional. Y lo hace a sabiendas de que solo le cederá sus votos a cambio de avanzar en sus objetivos.

Esto no es una opinión, que es libre, sino un hecho, que debe ser sagrado. Y también lo es que, para completar la suma parlamentaria necesaria, incorpora a las conversaciones a un partido encabezado por un terrorista, otro por un condenado por sedición y una más convencida de que el comunismo es la mejor propuesta política para gobernar a los ciudadanos.

A ninguno de los defensores de estas evidencias les he escuchado aceptarlas tal cual son para, a continuación, defenderlas con argumentos que, se compartan o no, demuestren un mínimo respeto por la inteligencia media ajena. O se ignoran alevosamente, para sustituirlos por un relato mágico incompatibles con la realidad, o se sustituyen por una discusión periférica que busca escenas paralelas de discusión con tal de escapar del escenario principal.

Han pasado ya casi cuatro meses de las elecciones generales, el Congreso está paralizado, no hay fecha de investidura, la Justicia está en la diana y desconocemos, de viva voz y con pelos y señales, qué negocia exactamente Sánchez y hasta dónde está dispuesto a llegar, aunque las exigencias de sus interlocutores y las cesiones ya conocidas permiten hacerse una idea.

Se puede estar contra eso, y se debe, o a favor, que es indeseable. Lo que no se puede es escapar del terreno de juego, con bombas de humo y juegos malabares infantiles, y echarle luego la culpa al empedrado, a la derecha, a las manifestaciones o al santo grial.