Disparar a Vidal-Quadras
Dice todo de cómo estamos que nadie pensara en el ataque a Salma Rushdie y todos recordaran el asesinato de Calvo Sotelo
A los cinco minutos de que trascendiera el intento de asesinato de Alejo Vidal-Quadras, una conocida emisora de radio dispuesta a decir que la noche es el día y la luna es el sol si el patrón necesita ese relato difundió, con una rotundidad incompatible con la naturaleza de los hechos, la teoría de que había sido objeto de un atraco.
Es decir, que a plena luz del día, un ladrón se acercó al político, con un casco tapándole la cara, para dispararle de frente, al rostro, sin llevarse a continuación nada: como asesino no ha sido felizmente muy certero, pero como chorizo tiene aún menos futuro.
La premura en soltar esa falacia como hipótesis es una confesión en toda regla: no se trataba de informar sobre los trágicos hechos con un deseo sincero de explicarlos, sino de taponar con una sandez la posibilidad de que, el mismo día en que Sánchez rindió a España en el extranjero y ante un prófugo, en una versión quinqui de Las lanzas de Velázquez; se asentara la versión de que un detractor furibundo de esa obscena claudicación fuera objeto de un atentado terrorista de la extrema izquierda o el separatismo al que siempre combatió.
Que la segunda opción resultara mucho más creíble que la primera, aunque ambas sean falsas según el testimonio acusatorio contra Irán del propio Vidal-Quadras antes de entrar en quirófano; desmonta el relato victimista de Sánchez contra la ultraderecha con el que ha querido tapar su humillación ante la extrema derecha identitaria y xenófoba para conservar la Presidencia.
Tanto destacar los repugnantes altercados provocados por una minoría estúpida en las concentraciones pacíficas contra Sánchez, al objeto de criminalizar la imprescindible disidencia que hoy más que nunca debemos mantener, y resulta que a quien han intentado asesinar es a uno de esos «agitadores» ficticios.
Lo cierto es que los disparos al fundador de Vox, y legendario verso suelto del PP en tiempos de Aznar, pueden haber venido de pistolas iraníes, sufragadas por un régimen integrista al que no le son ajenas las cuestiones españolas, como demuestra su financiación, sostenida durante años, de una cadena de televisión en la que perpetró programas populistas Pablo Iglesias muy del gusto de Caracas y de Teherán.
Y lo cierto es que el fundamentalismo nunca desecha la posibilidad de aprovechar que el Pisuerga pasa por Valladolid para incorporar, a sus objetivos primigenios, otros efectos colaterales domésticos: el 11-M atendió al deseo de exportar la yihad a Europa, sin duda, pero la elección de la fecha, a unas horas de unas generales, no fue precisamente casual.
Tampoco habrá sido una casualidad, probablemente, escoger el 9 de noviembre para un brutal atentado que ha merecido muchas condenas pero pocas explicaciones: quizá la intención era acallar a un disidente y lanzar un mensaje a otros como él; pero se antoja difícil de creer que no supieran y buscaran otra consecuencia íntimamente relacionada con el procés español encabezado por Sánchez.
Si ésa no era la intención pero sí es el efecto inevitable, nadie podrá negar que tenemos un serio problema en esta España de inquietante dialéctica guerracivilista: nadie pensó, al ver a Vidal-Quadras con la cara reventada, en el ataque de un pirado a Salman Rushdie. Todo el mundo se acordó de Calvo Sotelo asesinado por la escolta de Indalecio Prieto y recordó que el PSOE, con la excepción de la época de Felipe González, ha sido dinamita siempre para la convivencia, la alternancia y la propia democracia.