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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Muestras de cariño

Se encerró en la subdelegación del Gobierno en Málaga durante una hora porque no sabía por dónde salir a salvo de oír la bronca de los malagueños

«Dejo Málaga muy agradecido por tantas muestras de cariño. Gracias de Corazón. Pedro Sánchez». En nombre de los malagueños, de nada, Pedro.

Se encerró en la subdelegación del Gobierno en Málaga durante una hora porque no sabía por dónde salir a salvo de oír la bronca de los malagueños. Cuando lo hizo, más de cincuenta coches de seguridad le escoltaron. No lo sacaron por el aire en un dron porque carecían del volante artilugio. Al gran torero Rafael el Gallo, el público de Madrid le montó una bronca monumental en una aciaga tarde de toros. Al llegar al hotel, el recepcionista se interesó por su actuación.

–Me han despedido con división de opiniones. El público estaba dividido. Unos en mi padre y otros en mi madre.

Un fenómeno, don Rafael.

Los malagueños se olvidaron, e hicieron bien, del padre y la madre de Pedro Sánchez. Todo se lo gritaron a él. El señor Scholz, canciller de Alemania, no salía de su asombro.

–¿Qué le están llamando, Pedro?

–Los españoles somos así, Olaf. Parecemos enfadados cuando exteriorizamos nuestro afecto y gratitud. Me están demostrando su cariño.

El señor Scholz replicó con extrañeza:

–Para mí que le están poniendo a caer de un burro, Pedro

–Todo lo contrario, Olaf, me están aclamando. España me quiere.

Scholz abandonó sin problemas el local. Y le envió un mensaje desde su coche a la señora Van der Leyden:

–Úrsula, tranquila. La multitud quiere a Pedro.

Ella respondió:

–Gracias, Olaf, porque he visto las imágenes de su llegada a Málaga y estaba muy preocupada.

–Pedro me ha explicado que los españoles cuando demuestran su cariño y admiración, lo hacen a su manera.

–De nuevo, gracias, Olaf. Me quedo tranquila.

Con el único fin de enfriar la exaltación del amor de la ciudadanía por su presidente, su servicio de seguridad, unas mil personas más o menos, recomendó permanecer en el interior de la subdelegación hasta que los ánimos cariñosos se calmaran. Lo malo es que los malagueños permanecieron en la calle para lanzarle a Pedro, a falta de huevos, sus besos de despedida. Se plantearon toda suerte de argucias.

–Le ponemos un casco y sale como si fuera uno de nuestros agentes motorizados.

–El ministro Marlasca recomienda que se ponga una moqueta en la cabeza como su amigo el fiscal, y abandone el local tranquilamente, como si fuera un ciudadano cualquiera.

–Lo malo es que me pueden identificar por mis andares. Prefiero esperar aquí, en el salón, tomando una copa, siempre que hagan guardia en torno a mí cincuenta agentes.

–Mejor cien.

–De acuerdo, cien agentes, que los españoles cuando aman a su líder son imprevisibles.

–Ha llamado la señorita Úrsula, que se alegra mucho por su éxito y el amor que sienten los españoles por Su Excelencia. Se lo ha contado el señor Scholz.

Pasada una hora, se decidió salir por las buenas y evitar las muestras de amor y gratitud de los malagueños, que allí seguían, porque si algo es paciente, empecinado y persistente, ese algo es el amor.

–¿Qué me están llamando?

–Le están llamando «canalla», Excelencia. Ya se sabe que del amor al odio, media un pequeño paso.

–Y ¿ eso que termina en «uta» o algo parecido?

–¡Nuestra gratitud es absoluta!, Excelencia.

–¿Y lo que termina en «on»?

–Gritan ¡Campeón!, Excelencia.

–¿Y lo de «ollas»?

–¡Nuestro Pedro es una joya!

–Bueno, pues entonces, me atrevo a salir y enfrentarme al amor de mi gente. ¿Cuántos coches de seguridad tenemos?

–Más o menos un centenar.

–¿Y agentes en la calle?

–Más de mil. Para evitar una avalancha de amor.

–En tal caso… ¡Vamos!

Y Su Excelencia abandonó la subdelegación mientras la muchedumbre le decía de todo. Todo bonito, claro, que el amor del pueblo es caprichoso en sus decires. Y él mismo, sin ayuda ni asesores, a salvo de la pasión amorosa del pueblo, escribió personalmente su mensaje para colgarlo en las redes sociales:

«Dejo Málaga muy agradecido por tantas muestras de cariño. Gracias de corazón. Pedro Sánchez».

De nada, Pedro, respondieron los malagueños.