Fundado en 1910
Pecados capitalesMayte Alcaraz

Pedro es él, sus circunstancias y el amigo Félix

Con cientos de miles de españoles desgañitándose en las calles para pedir que se respete el legado de sus mayores y la Constitución del abrazo –ese sí fue un abrazo–, Pedro Sánchez volvió a trolear a la verdad

Pedro Sánchez es él, sus circunstancias, su virtud, su necesidad y, sobre todo, su vicio, su vicio de mentir y enfrentar. Ah, y desde hace unas horas también el amigo Félix (Rodríguez de la Fuente), a quien no debe invocarse en vano. Se lo pido por favor al presidente en funciones. Una cosa es que mienta como respira pero que use al mito fundacional de los boomer, la voz que nos sirvió de banda sonora para compartir horas dulces con nuestros padres ante la tele, que lo use para arrimarlo a la sardina de la emergencia climática y de no sé qué otras cosas chulis, es imperdonable. Que haya hecho pandi con un supremacista como Puchi o un proetarra como Arnaldo no le da derecho a ensuciar nuestros mitos fundacionales. Eso es sagrado, aunque usted lo más sagrado que conoce es la chilaba de Mohamed.

Llevo dedicándome a la información política desde hace treinta años y jamás, jamás, había asistido a un ejercicio de cinismo tan ciclópeo como el de hace unas horas en boca de Pedro Sánchez Pérez-Castejón. Habrá que pedir a Europa que subvencione la producción de trolómetros, porque van a trabajar a destajo en esta legislatura. De hecho, ayer el presidente en funciones lo hizo estallar con la sarta de mentiras, de proclamas guerracivilistas, con el desprecio a base de embustes a media España (incluidos los votantes a los que mintió incluso 48 horas de las elecciones del 23 de julio). Fue un jefe de la oposición perdedor. Mientras el elefante de la amnistía reposaba, cansado de tanto viaje entre Bruselas y Madrid, delante del estrado sin que nadie le echara cuentas, el candidato Sánchez miraba a Fraga, a Orbán, a los carriles-bici, a la ultraderecha, a la cocina donde nos van a encerrar a las mujeres si gobierna Feijóo (las gallegas deben llevar encerradas una década y no lo sabíamos). Y a Machado que, desde su tumba de Colliure, se revolvió viendo que sus versos eran pasto del corte y pega de sus señorías y del cantautor Ismael Serrano o de Krahe o de Sabina. Ni Félix ni Machado se libran del pringue de la política actual.

Con cientos de miles de españoles desgañitándose en las calles para pedir que se respete el legado de sus mayores y la Constitución del abrazo –ese sí fue un abrazo–, Pedro Sánchez volvió a trolear a la verdad y a decirnos que su colchón en Moncloa es ahora la mejor extensión del interés nacional, como si nuestras lesiones de espaldas tuvieran garantizada la cura en el pikolín pedrista. El tono chulesco con el que se dirigió a la Cámara, tan diferente a la obsequiosa voz de cordero degollado con la que se dirige a Carles, Oriol y Arnaldo, es la demostración pasmosa de que el Sumo Líder solo se siente a gusto con la chusma que odia a España. Ni un solo resquicio de altura de Estado o de grandeza, solo baratija dialéctica sobre feminismo, ecologismo y los mantras que compran muchos votantes de Sánchez que él alimenta porque conoce muy bien la psicología social: paguitas a cambio de voto lanar.

Feijóo se alzó como la voz de los indignados. «No me busque», le dijo Feijóo a Pedro, suponiendo que los amiguis al final le van a echar en cara que no les ha dado tantos cromos como les prometió e intentará volver a pedirle parte de la merienda al PP. Otro indignado, sentado en su sofá de Galapagar, dictó ayer a su subempleada Ione que vote a Pedro pero que sus cinco diputados los separe de las ondas al agua de Yolanda, que se ha cargado a su mujer, Irene Montero. Tan enfadada estaba la ministra del 'sí es sí', mucho más que cuando se soltaron 120 violadores a la calle, que hasta asintió cuando el líder el PP le espetó a Sánchez que un feminista como él se va a cargar a la ministra de Igualdad. «Sí, hijo, así es», pareció decir la cuota de Iglesias en el Gobierno de Sánchez al político gallego. Quién nos iba a decir que una pinza así nos iba a alegrar la investidura.