Querido amigo fascista
Ahora que todos somos ya fascistas, debemos tener un plan, y yo sugiero éste
Permítame la jocosidad, en tiempos de cólera, de llamarle a usted fascista, amigo lector, asumiendo el neolenguaje que Sánchez ha incluido en su pacto mafioso con las otras «famiglias» del contubernio, desde Sicilia hasta Nápoles, pasando por Cataluña, el País Vasco, Caracas y Ferraz, sedes de cada uno de los clanes.
Desde que se registró la triple firma (una amnistía, una investidura y un acuerdo a favor de la independencia), usted y yo pasamos a ser ultraderechistas radicales y violentos con cierta ayuda de esas turbas algo descerebradas que dicen luchar contra Sánchez y, en realidad, ayudan como nadie a Sánchez.
Nada le viene mejor al Pequeño Nicolás con ínfulas que va a renovar un cuatrienio su abono al Falcon que unos encapuchados de brazo derecho extensible, ora para lanzar piedras, ora para salmodiar a Hitler: ellos son el pretexto perfecto para que toda la disidencia cívica, y por ello más masiva y robusta, parezca de repente una horda incontrolada de ultraderechistas merecedora de todo castigo y justificativa de todo liberticidio en nombre de la libertad.
Aunque a estos chicos, y a otros señores como Hermann Tertsch, todos les parecemos unos blandos si no llevamos una camiseta con el lema «Sujétame el cubata»; lo cierto es que nada le da más combustible a Sánchez que una réplica grotesca, convenientemente difundida por los mismos medios del Régimen que abren la boquita para llevarse un arenque sanchista como foquitas al servicio de su patrocinador.
Lo cierto es que si la amnistía es peligrosa y el pacto en contra de España que la completa es todavía peor, pues lo uno deja impune los delitos y lo otro convierta la independencia en un derecho; lo más perverso del chanchullo es la declaración de guerra que necesita incorporar Sánchez en el viaje para que todas las piezas encajen.
Y eso es lo que ha hecho: a la vez que se alfombra la victoria de Puigdemont, anulando sus excesos y legalizando sus objetivos a cambio de darle al Largo Caballero de Moncloa un contrato de fijo discontinuo; se coloca en la diana a media España, tildada de franquista, montaraz, violenta o radical por negarse a aceptar la demolición de la Constitución y la sustitución de la España del 78 por la de los años 30.
Cuando el PSOE emitió el domingo un «Editorial», que bien podría haberse publicado también en Lo País, animalizando las protestas familiares en toda España y señalando al PP como un partido franquista, Sánchez desveló su plan real, ya irrevocable llegados a este punto: repetir el Frente Popular, transformar en enemigos a la mitad de los españoles y preparar al Estado para acallar esa voz regresiva para salvar una democracia a la que sólo en amenaza en realidad.
Sánchez va a lograr una investidura, pero también comenzará una huida hacia adelante perversa que solo podrá disimular elevando el tono de sus discursos, de sus propuestas, de sus leyes y de sus reformas; todas dirigidas a implantar un Régimen de monocultivo ideológico en el que, a cada exceso a favor de los suyos, le acompañará otro en contra de sus detractores, con la Iglesia y la Monarquía como penúltimos comodines de la afición sanchista antes de arramblar, directamente, contra la ciudadanía.
Un presidente puede gobernar sin el voto de media España. Pero no puede hacerlo contra media España y, sin embargo, ésta ha sido su elección. Hechas las presentaciones, ya sabemos que todos somos fascistas.
Y como tales debemos comportarnos: desde hoy mismo debemos hacer algo tan insurgente y hostil como volver a salir a las calles masivamente, sin romper un plato, antes del vermú. Aunque parezca una mariconada para los machotes de Ferraz y un acto terrorista para los partisanos de Moncloa (a ver, organización, no podemos ser las dos cosas a la vez) es lo correcto: ningún sátrapa aguanta la imagen de su pueblo en la calle, pacífico, digno, erguido y con los huevos siempre por debajo de la cabeza.