Entramos en una larga noche
Las cesiones que la derecha hizo en 1978 buscando un punto de encuentro fueron vistas por la izquierda y los nacionalistas como una primera parada hacia el objetivo final que cada uno de ellos tenía
Doy gracias a Dios porque como niño pude vivir unos cambios políticos históricos en España. Viví la muerte del general Franco –yo tenía 9 años– la proclamación de Don Juan Carlos y una transición política en la que a mi edad costaba un poco entender la trascendencia de lo que estaba sucediendo. Y veo ahora cómo la siguiente generación denuncia el fracaso de nuestra Transición. Cómo creen que, a la vista de lo que se está haciendo hoy, se hizo mal entonces el texto constitucional y no se amarró lo suficiente el nuevo modelo de Estado. Pero ya no se valora el que hubo que hacer un acuerdo entre dos Españas, la que había gobernado casi cuarenta años y la que se opuso –ciertamente minoritaria. Minoritaria, pero con derechos. Y esa Constitución pretendía hacer una España en la que la voz de todos fuera respetada. Todos tuvieron que hacer concesiones: derecha, izquierda y nacionalistas. Pero desde entonces nos encontramos con que las cesiones que la derecha hizo en 1978 buscando un punto de encuentro fueron vistas por la izquierda y los nacionalistas como una primera parada hacia el objetivo final que cada uno de ellos tenía.
Desde hace décadas la tensión con los nacionalistas, devenidos independentistas, se ha convertido en un constante ataque a los fundamentos de nuestra democracia. Y la cantilena de que hace falta más diálogo sólo quiere decir que hay que ceder más. El diálogo entre los independentistas y los diferentes gobiernos de la nación siempre pudo resumirse en una pregunta: «¿Qué nos vais a dar?» En ese diálogo jamás ha habido la más mínima cesión de los independentistas hacia el resto de los españoles. Siempre se trata de que se les dé a ellos y ahora están pidiendo que el Reino de España financie su marcha hacia la independencia. Cornudos y apaleados.
Lo que hemos vivido en esta sesión de investidura ha sido muy grave. Por primera vez hemos presenciado cómo el partido que más años ha ocupado el Gobierno de España desde la restauración de la Monarquía ha rendido los puentes y por el interés personal del candidato a la Presidencia del Gobierno ha prometido negociar hasta la integridad de España. Lo nunca visto.
Pero lo peor no es eso, que ya es bastante grave. Lo peor es que, como pudimos ver ayer en el Congreso de los Diputados, el PSOE enarbola ahora un discurso de odio contra todos los que no les apoyan. El contenido y las formas del discurso del portavoz socialista Patxi López fue de una gravedad extrema. Porque para el portavoz oficial del Grupo Parlamentario Socialista todos los que pretendemos oponernos a sus políticas somos extrema derecha. Y, por tanto, no tenemos derecho a exponer nuestros puntos de vista porque en cuanto discrepamos somos fascistas. Y se nos censura o se nos calla a la fuerza como hemos visto hacer en esta sesión de investidura con Santiago Abascal y con Alberto Catalán, diputado de Unión del Pueblo Navarro.
O como El Debate ha ilustrado con imágenes de las brutales represiones de la Policía a manifestantes que en nada parecen violentos.
La democracia española vive hoy una amenaza como no se recuerda desde que en 1934 se produjo la llamada Revolución de Asturias, que en realidad fue mucho más allá que esa región. A lo largo de cinco años Sánchez ha ido ocupando todas las instituciones de poder de forma perversa y sin respeto por la democracia. Ahora le vamos a ver empezar a silenciar medios de comunicación que le son desagradables. Siguiendo el modelo chavista también en esto, como lo está haciendo en toda su ocupación del poder institucional, lo próximo será el asalto a los medios de comunicación mediante la compra de éstos por millonarios amigos. Ya ocurrió en su momento con El País. Ahora puede suceder con Atresmedia para acabar con Antena Tres o con cualquiera de los periódicos que no han sabido adaptar sus estructuras a los nuevos tiempos y son una ruina.
Nuestra democracia tiene ante si un futuro aciago. Preparémonos porque entramos en la noche más oscura. Y en invierno, la noche es muy larga.