Sanchezstein levanta un muro de indignidad
El fin común que se han propuesto es el de cegar cualquier vía que posibilite la alternancia política en España
Abandonemos toda esperanza en una legislatura corta o en mociones de censura de aritmética imposible que abrevie el periodo inquietante e incierto que acabamos de inaugurar; perdamos la ilusión en posibles adelantos electorales que sólo anidan en mentes confundidas por sus deseos y alejadas de la realidad. Eludamos cábalas y futuribles de política-ficción que sólo conducen a la melancolía y sirven para entretener el largo invierno en el que hemos entrado.
El psicópata de manual que se carcajeó cual Joker ante su principal adversario político desde la tribuna de oradores mientras ridiculizaba la inapetencia de poder de Feijóo, algo inconcebible para quien entiende el poder a toda costa como un bálsamo vital, agotará la legislatura y, que nadie se llame a engaño, ninguno de sus indeseables compañeros de viaje, esas minorías periféricas que le han convertido en rehén y cómplice de sus insaciables exigencias políticas, le dejará caer antes de tiempo.
El reforzado Frankenstein, con la incorporación del golpista prófugo Puigdemont, que de nuevo lidera Sánchez está más cohesionado y unido que nunca por el odio a todo lo que representa la España constitucional, de tal forma que esa excrecencia política que alimenta al monstruo se ha conjurado para un solo objetivo: impedir que la derecha vuelva a la Moncloa.
El fin común que se han propuesto es el de cegar cualquier vía que posibilite la alternancia política en España. Ante la disyuntiva de un Feijóo en el Gobierno, contrario a sus objetivos, siempre apoyarán a un tipo sin escrúpulos del que no se fían pero al que podrán explotar sus ansias ilimitadas por el poder y sacarle leyes indignas como la de amnistía, traspasos de competencias que vacíen y debiliten más al Estado, prebendas económicas que privilegien sus predios políticos frente a los del resto de España, negociaciones que culminen en proclamaciones identitarias de esos territorios como «naciones» y hasta referendos de autodeterminación.
Todo esto es lo que Sánchez ha prometido entregarles a cambio de sus votos para gobernar levantando un muro de indignidad contra la mitad de los españoles que rechazamos sus pactos infames con los enemigos del Estado.
Sánchez podía haber afrontado su investidura desde supuestos de moderación y apelando a toda suerte de reconciliaciones y concordias, aunque fuera impostado, pero optó por una «embestidura» «guerracivilista» contra quienes no le votaron, mientras Marlaska, el otrora «juez admirado y ahora ministro despreciado» como le definió Alberto Catalán de UPN, declaraba las inmediaciones del Congreso «zona de guerra» para justificar el mentiroso discurso de odio contras las derechas del Joker y de paso sugerir, con un despliegue policial sin precedentes, el posible asalto a la cámara por parte de exaltados «peperos» y «voxeros» «trumpistas». Nada pasó porque en Neptuno no acudió ni el Tato.
Sánchez sobrevive políticamente gracias a la polarización de una sociedad crispada y fracturada, que él mismo alimenta, y a los separatistas y filoterroristas catalanes y vascos que no dudarán en apoyarle siempre, por más que les mienta también a ellos, convencidos, como reconoció Otegui, de que con el PP en el Gobierno les iría infinitamente peor.
Las advertencias de Nogueras y Rufián, como si fueran matones de barrio, advirtiéndole al trilero que no juegue con ellos, que no tiente la suerte y cumpla los pactos, fueron puro «postureo». Sánchez siempre representará su mal menor y también su cómplice mientras Feijóo encarna todo lo contrario. Sánchez es la especie que nunca dejarán que se extinga.
Frente a esta realidad no cabe el conformismo ni la resignación. Esa mitad de España contra la que Sánchez se ha propuesto gobernar tiene que seguir expresando su indignación en las calles como hoy mismo se verá en Cibeles. La protesta pacífica permanente se ha convertido, mientras el felón permanezca en el Gobierno, en un deber y compromiso de los ciudadanos que rechazamos el fraude y la indignidad sobre la que ha basado su investidura y va a sustentar la legislatura mientras el PP, con su mayoría absoluta en el Senado y su amplio y fuerte poder autonómico y municipal junto a Vox, están obligados a hacerle sentir en la nuca, sin pausa ni tregua, el aliento de una oposición firme y contundente. Es lo que hay.