Somos más (y además tenemos razón)
Unas manifestaciones de estas extraordinarias dimensiones no ocurren a menos que se pinche el nervio más sensible de un país
Estuve en la manifestación. Como sé que la tele al rojo vivo, la cadena de radio To Be, la prensa socialista de capital foráneo de derechas, la Televisión Española del PSOE y los tertulianos del maravilloso régimen «progresista-separatista xenófobo» solo cuentan la verdad y nada más que la verdad, confieso que acudí a Cibeles con cierta aprensión.
A tenor del discurso de los medios que secundan al providencial presidente Sánchez, no me cabía la menor duda sobre lo que me iba a topar en la manifa: una caterva de «fascistas» quemando contenedores y lanzando papeleras, banderas preconstitucionales, cánticos neonazis y violencia, mucha violencia, por fortuna contenida por los porrazos indiscriminados, botes de humo y gas pimienta ordenados por el ministro Marlaska (que a pesar de estos alardes de servilismo sanchista pronto será decapitado).
Y es que el discurso de los medios del régimen es muy claro: en las manifestaciones contra los pactos de Sánchez con los separatistas solo hay exaltados de muy extrema derecha, que se empecinan en oponerse a la primacía de «la mayoría progresista» de la nación de naciones (antaño España).
Pero aunque me fío más de lo que dicen Ferreras, Àngels Barceló y Vidal-Foch que de lo que ven mis propios ojos, no puedo dejar de reconocer que me sorprendió lo que me encontré en la manifestación. En primer lugar, su dimensión: bajábamos por Colón a las once y media y la riada de gente ya llegaba hasta Cibeles, y lo mismo ocurría con las otras calles adyacentes a la plaza de la diosa. Es decir, parece que hay muchos más «fascistas de extrema derecha» y franquistas recalcitrantes de lo que pensábamos, porque el océano humano impresionaba.
Lo segundo que me sorprendió es que los miles y miles de manifestantes que allí se habían congregado estaban de lo más tranquilos, cordiales y pacíficos. Había personas de toda edad y condición, desde chavales a ancianos. Muchos con banderas españolas, otros también con la europea. No faltaba, por supuesto, el humor que nos distingue, el inevitable cachondeíllo español, con muchas alusiones al gusto por la fruta, porque el guiño de Ayuso ya ha calado.
En los discursos, a tenor de lo que nos cuentan Ferreras y Àngels, yo me esperaba que apareciesen en el estrado varios émulos de Mussolini y el Mariscal Pétain. Pero resultó que los oradores hicieron una razonable defensa de la democracia y la unidad de España, con duras críticas a Sánchez, pero siempre dentro del marco de la educación.
Al final salí de allí un poco perplejo y haciéndome una extraña pregunta: ¿y si resulta que en realidad una amplia mayoría de los españoles no apoyan al Gobierno de la «coalición progresista»?
La sociedad española no debe dejarse engañar por la trompetería oficialista: no existe «una mayoría social que apoya al Gobierno progresista», como salmodian eminencias como el Pericles del Botxo, Pachi López; la Ministra Sonrisa o el propio Gran Timonel. Una inmensa mayoría de los españoles rechazan que se amnistíe a los golpistas del procés; les pone del hígado que el fugitivo Puigdemont dicte cómo se tiene que gobernar y conformar España; les repatea que les quiten el dinero que hace tanta falta a sus regiones para dárselo al separatismo catalán y no quieren que España deje de existir para inventar una «nación de naciones», donde de hecho habrá dos nuevos estados semi-independientes, Cataluña y el País Vasco. Tampoco tragan con que Sánchez erosione la democracia mediante la maniobra de reescribir la Constitución con el truco del leal Cándido Lo Que Haga Falta-Pumpido.
El PSOE, por supuesto, sabe que no existe apoyo social en España para la loca aventura de Sánchez (que a día de hoy no podría entrar a tomarse un vino en paz en ningún bar del país). Por eso el Partido Socialista concurrió a las elecciones del 23-J ocultando lo que ahora está haciendo. Por eso no se atreve a preguntar a los españoles en referéndum si aceptan o no la amnistía, a diferencia de lo que hizo González cuando en marzo de 1986 permitió que el público opinase sobre si continuábamos en la OTAN o no.
No hay «mayoría social progresista». Es mentira. Tampoco hay «coalición progresista», porque el PSOE se ha aliado con lo más rancio, cutrangas y regresista que existe: la nueva encarnación golpista del partido corrupto CiU, la formación sucesora de ETA, el rancio y farisaico PNV, la ERC de Junqueras y el comunismo populista.
Así que, como diría Unamuno, «venceréis pero no convenceréis». Y es más, dudo mucho que ganen a medio plazo, porque en Cibeles se ha visto que el aprecio por España y por la libertad gozan de excelente salud. Unas manifestaciones de tan extraordinarias dimensiones no ocurren a menos que se pinche el nervio más sensible de un país. El PSOE ha derrapado y lo tiene muy crudo. Somos más, y además, tenemos razón.