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LiberalidadesJuan Carlos Girauta

Sobre el Rey

La resistencia contra la amnistía exigirá múltiples recursos jurídicos, una movilización permanente en las calles… y también nuestro compromiso explícito con la Corona, sin la cual la Constitución que defendemos perdería todo su sentido

El Rey ya se ha pronunciado sobre la investidura del presidente traidor. Lo hizo con una inequívoca expresión de desagrado y de gravedad, que es lo máximo que tiene a su alcance un jefe de Estado vitalicio y hereditario en Europa. Ambos rasgos, inherentes a la monarquía, obligan a limitar estrictamente, cuando es parlamentaria, los márgenes de la Corona. Si Felipe VI poseyera atribuciones más allá de las simbólicas, los actos debidos y ciertas asignaciones siempre refrendadas por otros cargos (como los ministros o el presidente de las Cortes), el sistema no sería democrático. Lo vitalicio y lo hereditario conllevan falta de poder efectivo, de mando, de elección. Por ir al meollo, cuando la Constitución establece que le corresponde al Rey sancionar y promulgar las leyes, lo que en realidad nos dice es que tiene el deber de hacerlo, no la opción.

Soy consciente del estado de opinión sobre lo que el Rey debería o no debería hacer entre una parte indeterminada, pero no insignificante, de la media España que se planta ante la amnistía. Esa parte cree que el Rey tendría que incumplir su deber en este caso. Les invito a reflexionar después de reafirmarme en que este presidente es ilegítimo y que no ostenta el poder, lo detenta. Ruego atención: por encima de todo el resto de normas del Título II de la Constitución (De la Corona), lo principal son las seis últimas palabras de su primera frase: «El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia». Esta es la Constitución que queremos preservar. O más bien recuperar, lo que quizá exija derrocar a Sánchez, pues derrocamiento es lo que se merecen los gobernantes ilegítimos y golpistas.

Guardando fidelidad al Rey protegemos a quien encarna la unidad y permanencia de España. El poder de lo simbólico es inconmensurable. Cuando un soldado muere por su bandera, muere por lo que esta simboliza, pero antes ha fusionado el símbolo y lo simbolizado. Lo simbólico es real. Si además de real es Real en una monarquía parlamentaria, lo suyo es defender y proteger al Rey del mismo modo que se defiende y protege la bandera. En la bandera vemos la Nación y en la Corona vemos su unidad.

No hay un modo civilizado de convivencia fuera del régimen constitucional. Pero Sánchez no tiene límites, la inercia de su empresa de demoliciones no se detendrá ante la Monarquía. El traidor siempre complace a los enemigos de España. La ley de amnistía –deletérea para el sistema en todos sus puntos– contiene una parte especialmente perversa: la que responsabiliza al Estado del golpe de 2017. Dada la postura que el Rey adoptó entonces, ahora quedará desautorizado de plano.

La resistencia contra la amnistía, principal herramienta del autogolpe, exigirá múltiples recursos jurídicos, una movilización permanente en las calles… y también nuestro compromiso explícito con la Corona, sin la cual la Constitución que defendemos, y cuya superioridad absoluta en la jerarquía normativa es esencial recuperar, perdería todo su sentido.