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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Sola, borracha ¿y sin ministerio?

Irene, por fin, va a poder ejercer su verdadera profesión: señora de Iglesias. Así empezó su fulgurante carrera que había arrancado en la caja de un supermercado

Es imperdonable que en el cuaderno azul de Pedro Sánchez no incluya a Irene Montero para su futuro Gobierno copresidido por Carles. Un presidente feminista como él no puede obviar en su Gobierno Frankenstein de tercera generación el nombre de la musa de las olvidadas, aquella que medró por vía conyugal mientras recetaba igualdad con el presupuesto de todos. Es una pena que pueda terminar así la carrera de Pablo e Irene, que conforman ya una pyme familiar, más o menos en lo que ha quedado reducido Podemos, cuya ama de llaves es Ione Belarra, que solo habla para ladrar contra Yolanda cuando el macho-alfa se lo ordena. Una empresa familiar con sede social en Galapagar y un objeto de negocio: alimentar el ego de Narciso Iglesias y juntar para llenar la piscina el próximo verano.

Qué tiempos en los que Montero deseaba que todas pudiéramos volver a casa solas y borrachas sin que nadie nos perturbara. Sin embargo, la que más nos perturbaba era ella cuando legislaba para soltar violadores a la calle. Pero es que ella es así. Irene tenía una misión muy superior a la de hacer buenas leyes. Eso queda para las aburridas ministras de derechas. Ella había nacido para que nuestros tampones no tuvieran IVA, los ginecólogos no nos practicaran violencia obstetra y los médicos nos mandaran a casa cuando nos doliera la menstruación. Con empresas tan elevadas no sé cómo no nos habíamos dado cuenta de la necesidad histórica que teníamos de que Irene nos guiara por el proceloso mundo del patriarcado. Ella y sus compañeras de la tarta que, a partir de esta semana, se van a tener que comer el pastel bajo el frío madrileño de la calle, ahora que ya no importa la pobreza energética, como cuando gobernaba Rajoy. No le queda más que cambiar el pastel por la fruta, como predica Ayuso, que es más sana.

Cómo vamos a echar de menos la cara de dóberman de Irene a las tres en el telediario. Sus insultos, su mirada de odio y su desaliño indumentario, con trajecillos más propios de freír croquetas que de acompañar a la Reina a un acto oficial. Pero hemos de perdonarla porque todo queda justificado en alguien que difunde esos anuncios contra la gordofobia protagonizados por chicas a las que no se les pidió permiso para salir en el panfleto oficial. La chapuza hasta el infinito. Lo que más le duele a Irene es que vaya a ser ministra Mónica García, la mismísima insolente que llamó machirulo a su Pablo cuando este dejó el Gobierno y aterrizó en la Comunidad de Madrid para librarnos de las hordas fascistas capitaneadas por Ayuso. Algo de razón tuvo nuestra médica y madre porque ella va a tener cartera y el libertador que le quiso birlar la candidatura está sentado en el sofá de Galapagar viendo series y grabando podcast de asamblea universitaria.

Pero las mujeres estamos contentas porque el legado histórico de Irene quedará para la posteridad. Nunca como ahora se mata a más mujeres por parte de sus parejas, nunca como ahora los agresores sexuales tienen más libertad para cometer sus monstruosidades, nunca como ahora se ha hecho tanto daño a las sanas relaciones entre las chicas y los chicos, nosotras y nuestros maridos o nuestros hermanos, o nuestros amigos, e Irene, por fin, va a poder ejercer su verdadera profesión: señora de Iglesias. Así empezó su fulgurante carrera que había arrancado en la caja de un supermercado.

No te apures, exministra, que ahora sí que has encontrado la horma de tu zapato: podrás salir sola y borracha y los pederastas que sean excarcelados que los apechugue tu sustituta, que encima va a ser socialista. Este Pedro no tiene misericordia. Ah, y que el ministerio que te van a quitar –aunque hoy se sabrá si definitivamente es así– se lo ponga de peineta Yoli en su frondosa melena de ondas al agua.