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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

De guais no tienen nada

Todos esos ministros que posaban con sus mejores galas y haciéndose los majetes con sus risitas son cómplices del disparate que ha armado su jefe

En la semana de las rebajas del Black Friday, el PSOE (léase Sánchez) ha lanzado su Campaña de la Normalidad. Todos los medios del régimen, que no son pocos, se han puesto a trabajar para fingir que aquí no ha pasado nada. El mensaje es que ya tenemos un chupi Gobierno –ecologista, progresista y feminista–, que trabajará sin descanso por «todos y todas». Así que pelillos a la mar. Las quejas masivas de la calle y el abrumador rechazo social a la amnistía y el cuponazo para Cataluña deben ser ignorados. No son más que el pataleo crispante de «la derecha y la ultraderecha», que se le niegan a reconocer el triunfo de la «coalición progresista y su mayoría social».

En esa línea de «business as usual», de vender normalidad, se ha montado una pequeña patochada propagandística con motivo del primer Consejo de Ministros, una de esas puestas en escena tan gratas a Sánchez y al ejército de 400 asesores que tiene apalancados en la Moncloa. Los ministros llegaron paseando de uno en uno por la vereda que conduce al pórtico de columnas del Palacio donde mora Mi Persona. Cartera ministerial en ristre, posaron individualmente en la escalinata monclovita mientras se hacían los simpáticos ante la prensa cortesana, que les reía las gracietas con servil complicidad. Qué guais los «ministros y ministras». Qué majetes y majetas.

Los 22 elegidos lucían unas sonrisas enormes, de esas que provocan agujetas en la mandíbula, ataviados con sus mejores galas, como si acudiesen a una boda otoñal. Yolanda, siempre en vanguardia, optó directamente por un modelo que evocaba a Prince en sus galas de Las Vegas (y que el geniecillo de Minneapolis me perdone la comparación).

Luego entraron a la sala del consejo. Sorpresa-sorpresa: a cada uno le aguardaba una carta de bienvenida de Mi Persona. Como el gran timonel es un poco plomo, la misiva ocupaba tres folios. Pero valía la pena. Contenía pasajes humorísticos, aunque un poco de astracán de Esteso y Pajares, como el momento en que Sánchez, trolero compulsivo, les pide enfático: «Honremos la palabra dada y pongamos el máximo empeño en cumplir los compromisos asumidos». Ja ja ja, sin complejos.

Memorable también el párrafo en el que el aventurero que ha puesto patas arriba nuestra convivencia y se está cepillando las reglas de limpieza democrática acusa a la oposición de haber creado el «clima político exacerbado» en que vivimos. Con su proverbial efigie de acero inoxidable, pide a sus «ministras y ministros» que respondan con «diálogo» a la intransigencia crispante de la derecha. Lo dice el mandatario que en su discurso de investidura llamó a levantar «un muro» entre españoles para excluir a los que no piensa como él. La hooligan Pilar Alegría se anotó la recomendación de «diálogo» debutando como portavoz con una mano de sopapos al PP.

España está hoy hecha un cromo por obra de Sánchez, que ha aceptado la infamia de gobernar al dictado de los separatistas pagando unas exigencias perversas. Por eso todos esos «ministros y ministras» que se pasearon ayer por Pasarela Moncloa con mucho ji-ji y mucho aire guay no son en realidad nada guais. Son cómplices de un peligroso político que está acelerando contra la libertad, el juego limpio y la separación de poderes. Son los colaboradores en la construcción de una ruta que lleva a la autocracia. El último ejemplo: Sánchez ha renovado al fiscal general al día siguiente de que el Supremo lo condenase por abuso de poder al enchufar a su compinche Lola Delgado, su predecesora en el cargo y mujer de Baltasar Garzón. Esa chulería del presidente, ese yo ya paso de todo, es de república bananera.

En este Gobierno hay medianías que han llegado de chiripa a donde jamás habrían soñado. Pero también hay personas con su bolsillo bien pertrechado y su vida resuelta, tipo Escrivá; o con un notable currículo profesional, como Planas; o con una trayectoria previa importante, como Margarita, magistrada del Supremo. ¿Por qué se han enfangado así? ¿Por qué se han prestado a ser cómplices de esta tropelía contra su propio país?

Hay sonrisitas que hielan el ánimo.