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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Sánchez o ChatGPT, ¿quién prefieres que te gobierne?

Si le metes a la IA en sus tripas la Constitución y las reglas fiscales al menos sabes que la máquina cumplirá a rajatabla

Aunque nuestros políticos levitan en su berza analógica y apenas se ocupan del tema, la inteligencia artificial (IA) le está dando ya un revolcón al mundo, con implicaciones de todo tipo. En realidad, no es algo nuevo. En 1997, Deep Blue, un ordenador de IBM, le dobló la mano al mejor ajedrecista del mundo, Kaspárov. La máquina derrotó al Ogro de Bakú por una partida de ventaja tras seis enfrentamientos y se llevó la bolsa en juego de un millón de dólares. Kaspárov tenía un cráneo privilegiado, que diría Valle-Inclán. Pero la máquina poseía una capacidad de respuesta de dos millones de posiciones por segundo. Imbatible. «Pocos saben mejor que yo lo que es ver tu trabajo amenazado por una máquina», se lamentaba el gigante del tablero largo tiempo después.

Hace cinco años, un grupo de universidades estadounidenses organizó un curioso duelo. Cinco brillantes mercantilistas se enfrentaron a una IA experta en análisis de contratos. El reto consistía en ver quién era capaz de detectar más errores. Los humanos lo hicieron bastante bien, pues señalaron el 84 % de los fallos de los documentos. La máquina les ganó por poco (descubrió el 95 %). Pero el problema es que los cinco abogados necesitaron dos horas de labor intensa, frente a 26 segundos de la máquina.

Otros estudios han revelado que si a una IA se le entrega el informe de una investigación policial acierta más que los jueces sobre la culpabilidad o inocencia del acusado, porque la máquina no está mediatizada por las emociones (lo cuenta muy bien Malcolm Gladwell en su fascinante ensayo Hablar con extraños). La IA también ofrece mayor nivel de acierto que los oncólogos o los asesores fiscales. Además, no enferma, no descansa y no se escaquea del curro con charletas en la máquina de café.

En la primera semana de diciembre del año pasado, Julio Pomar, el inteligente (no artificial) director de Estrategia Digital de El Debate, se me acercó y me preguntó: «¿Tú sabes lo que es ChatGPT?». Yo no tenía ni flores. El asistente conversacional había nacido en San Francisco solo unos días antes, el 30 de noviembre de 2022, obra de Open AI, una firma que se había fundado en 2015 sin ánimo de lucro, solo para trastear con el tema. Julio me hizo una demostración rápida. Le pidió 400 palabras sobre la covid y la máquina empezó a escribir un ensayo más o menos aceptable. Luego le encargó un argumento para una peli del Oeste, y allá se lanzó ChatGPT a escribir la historia de dos forajidos que asaltan un tren.

Me quedé asombrado. Y desde luego no fui el único. En solo cinco días desde su nacimiento, el bot de inteligencia artificial estadounidense ya tenía un millón de usuarios. Hoy lo utilizan cada mes 1.500 millones de personas (el 15 % de los estadounidenses y el 8% de los indios ya lo emplean). ChatGPT ha sido entrenado por expertos y alimentado con miles de millones de datos de libros, periódicos, películas, archivos… Además, chupa de nuestros propios archivos y comportamientos y va aprendiendo de ellos.

Los que lo desdeñan hacen hincapié en sus errores, que son todavía evidentes. Pero cada vez lo hace mejor (un experto me dijo hace unos meses que en dos años me jubilará, pues sabrá componer artículos clavados a los míos). El asistente de IA escribe también código informático, poemas, canciones, informes médicos, trabajos escolares, noticias... En los colegios y universidades es una bomba, pues los profesores serán pronto incapaces de distinguir lo que ha compuesto un alumno aplicado y lo que ha hecho un bot.

Microsoft se percató muy pronto de que el invento de Open AI era el presente y ha invertido más de 11.000 millones de dólares en la compañía. Google, el gran monopolista del sector, lo percibió enseguida como una amenaza para su buscador y en marzo de este año lanzó su propio asistente de IA conversacional, Bard.

Esta revolución cambiará el mundo y nos afectará a todos. Por ejemplo, en la redacciones de los periódicos, los bots mejorados de dentro de un par de años escribirán las noticias rutinarias, o de documentación, o las efemérides históricas. Mi pronóstico es que solo perdurarán los periodistas que trabajen con fuentes humanas y obtengan con ello información exclusiva, o los que posean un ingenio excepcional. Del resto del día a día se encargarán las máquinas.

Asumiendo que ChatGPT, o Bard, me van a mandar al paro o la prejubilación, me asaltó un pensamiento futurista y un poco friki: pensándolo bien, casi prefiero que me gobierne ChatGPT que Sánchez. Y es que las ventajas son obvias:

-Si a ChatGPT le metes dentro de sus tripas la Constitución y las reglas fiscales sabes que cumplirá. Mientras que Mi Persona hace todo lo posible por fumárselas.

-ChatGPT no necesitaría una escolta de seis berlinas, ni Falcon, ni helicóptero Súper Puma, ni una corte de 400 asesores en Palacio.

-ChatGPT todavía la caga a veces, es cierto. Pero a diferencia de Sánchez no miente intencionadamente ni insulta, ni se dedica a perseguir a los jueces y a los partidos de la oposición.

-Por último, ChatGPT no es narcisista ni chuleta. Va calladamente a lo suyo, se dedica a trabajar y ni siquiera tiene rostro. Tampoco necesita una corte de ministros y tertulianos pelotilleros dándole jabón.

En efecto, cabe una objeción seria: darle la presidencia de España a ChatGPT en lugar de Sánchez resultaría antidemocrático, no ha ganado las elecciones. Bueno, Sánchez tampoco.