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El puntalAntonio Jiménez

Aznar

El expresidente del Gobierno, con tono sereno, no se dejó nada por decir con la rotundidad, contundencia y crudeza a la que obliga una situación que define de «deconstrucción nacional y que por tanto también incluye a la Corona»

Tenía ganas de preguntarle al expresidente Aznar si era consciente de que nunca habría llegado a la Moncloa, después de ganar las elecciones en 1996, si Felipe González hubiera hecho un Sánchez, sin principios políticos ni escrúpulos, y pactado con los comunistas, nacionalistas, independentistas y filoterroristas de aquel Congreso.

Sin dudarlo me respondió, el pasado jueves en El Cascabel, que es evidente que nunca habría sido presidente del Gobierno. Ya sé que los lectores de El Debate son conscientes de la enorme preocupación e inquietud generada por las consecuencias de los pactos infames de Sánchez con los independentistas pero si alguno tuviera alguna duda al respecto le sugiero que vea la entrevista a José María Aznar en la web de Cope y Trece.

El expresidente del Gobierno, con tono sereno, no se dejó nada por decir con la rotundidad, contundencia y crudeza a la que obliga una situación que define de «deconstrucción nacional y que por tanto también incluye a la Corona».

El diagnóstico de Aznar no deja lugar a dudas sobre las intenciones de Sánchez y sus cómplices para «finiquitar la Transición política, acabar con el régimen constitucional y poner en cuestión la continuidad histórica de España». Ese es el contenido de un paquete, así lo define, cuyo envoltorio lleva impresa la confrontación y la división entre los españoles explicitada por Sánchez en su discurso de investidura al decirle a millones de ciudadanos que no sólo no va a gobernar para ellos sino contra ellos, levantando un muro que imposibilite la alternancia política.

Aznar se reafirma y mantiene que Sánchez es un «peligro para la democracia», que ha «estafado a sus electores», que su discurso fue una «declaración de guerra» a la mitad de los españoles y que se comporta como un «autócrata» desde el momento en que considera que la voluntad popular está por encima de todo, que es como se justifican los regímenes dictatoriales y populistas que acaban con la separación de poderes y degeneran en democracias iliberales. Y es sabido que donde termina la ley, empieza la tiranía.

No quiere desconfiar del Tribunal Constitucional (TC), aunque se teme, y le gustaría equivocarse, que la exposición de motivos de la proposición de amnistía enviada al Congreso ya recoge la posible sentencia del TC al que recuerda que durante el proceso constituyente se rechazó de plano la amnistía y no está en la Constitución. «Por tanto, el TC puede y tiene el deber de interpretar lo que dice la Carta Magna, pero no puede inventarse lo que no dice».

Un recado para Conde Pumpido que si actúa al dictado de Sánchez, es mi opinión personal no la de Aznar, no dudará en embarrar de indignidad su toga de reconocido jurista para perpetrar una sentencia favorable a los golpistas.

Sánchez, sostiene Aznar, no es ya rehén de sus socios sino el cómplice y líder de la misma «estrategia política divisiva y destructiva de España» que comparte con ellos y causante del desgarro que está produciendo en la convivencia de todos.

El expresidente no tiene ninguna duda de que habrá referéndum de autodeterminación en Cataluña. Ustedes y yo tampoco, y mucho menos después de que Sánchez haya asumido y justificado la presencia del relator-mediador internacional para negociar con Puigdemont en el extranjero la consulta, en otro ejercicio más de sumisión y humillación del Estado ante el prófugo.

Una sumisión que el Gobierno hace extensiva también ante Pere Aragonès, el otro cobrador del frac separatista, al que «Torrente» Puente, flamante titular de Transportes, le pidió la venia para poder negociar con los sindicatos la desconvocatoria de la huelga en Renfe a cuenta de la cesión de Rodalies a la Generalitat.

A eso lo llama Puente respeto y cortesía con los socios. Otros lo llamamos servilismo con quienes desde Waterloo y Barcelona controlan con sus mandos a distancia a Sánchez bajo la amenaza de fundirle en negro. Y a Puente agradecerle su patosa sinceridad: si el PSOE no hubiera necesitado los votos de Puigdemont para la investidura, admitió, no habría amnistía, cosa que ya sabíamos, pero no está mal que alguien de ese Gobierno diga alguna verdad aunque sea por una involuntaria torpeza y dejen de tomarnos por imbéciles.

Este será uno de los ministros que dará grandes días de gloria a la prensa y me remito a las palabras de Aznar sobre el personaje: «A la política , antes se llegaba acumulando algunos méritos. Pero el hecho de haberse comportado como un energúmeno en el Congreso no era suficiente para llegar al Gobierno. Ahora con el nombramiento de Oscar Puente parece suficiente». Dicho queda.