Fundado en 1910
Pecados capitalesMayte Alcaraz

Aunque huya Otegi, sabemos lo que hizo

Conviene recordarle al pistolero secuestrador que no olvidaremos nunca dónde estuvo y qué hacía cuando en lugar de canas lucía un pasamontañas que dejaba ver sus ojos de psicópata. Aunque ahora quiera distraer con una retirada estratégica a medias, que atiende exclusivamente a los intereses electorales de Bildu y no a ninguna catarsis personal, no cuela

La prensa vasca acaba de informar de dos movimientos en los partidos separatistas que, por mucha alharaca analítica que se haga, nada cambiará lo que sabemos de sobra: el objetivo siempre declarado de PNV y Bildu ha sido y es destruir España y, de paso, celebrar un referéndum de autodeterminación que les separe de esa vieja nación a la que tanto deben y tanto odian. Y para conseguirlo han elegido al mejor mentor, un presidente que realmente hace lo contrario de lo que prometió (por su «conciencia y honor») ante el Rey y la Constitución: actúa como disolvente de los intereses comunes de España. Ya ha adelantado la referida prensa la caída del actual lehendakari, Íñigo Urkullu, un mal llamado pragmático que, sin embargo, escribió una columna para pedir que el País Vasco y Cataluña se convirtieran en Estados asociados y comulga sin matices con la ideología xenófoba y racista de su partido; el que ahora le aparta nervioso por el posible sorpasso de los proetarras en las autonómicas en la primavera próxima. El PNV no tiene el sentido de Estado que se le presupone: se mostró tibio frente a las matanzas etarras y, destocado de chapela, con corbata y sonrisa meliflua, cuenta sus éxitos por los chantajes económicos que le hace a España.

Ahora nos acabamos de enterar de la posible renuncia –falta la confirmación, hoy– de Arnaldo Otegi a presentarse a las elecciones. Frente a toda la literatura periodística que se derramará en las próximas horas sobre la grandeza del gesto de Arnaldo al dar un paso al lado para facilitar la transición de su partido, es decir, para colaborar al blanqueamiento que le hace el PSOE, conviene recordarle al pistolero secuestrador que no olvidaremos nunca dónde estuvo y qué hacía cuando en lugar de canas lucía un pasamontañas que dejaba ver sus ojos de psicópata. Aunque ahora quiera distraer con una retirada estratégica a medias, que atiende exclusivamente a los intereses electorales de Bildu y no a ninguna catarsis personal, no cuela.

Con 65 crudos y crueles inviernos ya sobre sus hombros, este etarra jamás ha sido el hombre de paz que nos vendió la fábula zapaterista y las togas felonas de Conde-Pumpido. Con menos de 20 años ya quemaba contenedores y participaba en la borroka de la época. Huido a Francia, volvió para secuestrar a un pobre empresario de la planta de Michelín, al que tuvo encerrado en un zulo una semana; por ese delito fue condenado. Pero otras dos víctimas, Gabriel Cisneros, padre de la Constitución, y Javier Rupérez, exembajador en Estados Unidos, le identificaron como posible integrante del comando que les atacó. De hecho, quien esto escribe pudo escuchar de Cisneros en muchas ocasiones que no le cabía duda alguna de que quien le disparó, cuando huyendo de su asesino se escondió bajo un coche, era Arnaldo. Sin embargo, la Justicia nunca pudo probarlo.

Así que si Otegi se va deja muchas cuentas pendientes con todos nosotros y especialmente con 376 familias a las que ETA dejó sin padre, madre, hermanos o hijos. Atentados que siguen sin ser esclarecidos, como cuenta de forma escalofriante Florencio Domínguez en su estupendo libro «Sin justicia», de los que es seguro que el líder de Bildu conoce detalles que ayudarían a poner entre rejas a sus autores. El terrorista no engaña a nadie, salvo a los que se quieran dejar engañar: a Sánchez, principalmente, que ha pactado con él leyes como la deleznable Memoria Democrática y la reforma laboral. El mismo Sánchez que rubricó otra infamia más fotografiándose recientemente con otra etarra condenada, Merche Aizpurúa. Arnaldo y Merche, tanto monta, le han puesto un precio final a Su Sanchidad: 200 etarras libres al calor de la ley de amnistía, o de otro subterfugio que se busque cuando Puigdemont esté paseando por Gerona.

Ah, y que no se nos olvide que Otegi estaba en la playa disfrutando del mar, en bañador y con la conciencia muy tranquila, cuando ETA secuestraba y descerrajaba un tiro en la nuca de Miguel Ángel Blanco. Lo ha contado el hombre de paz de Zapatero y Sánchez.