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Desde la almenaAna Samboal

Ministra de maqui & pelu

La vicepresidenta de Trabajo ha puesto tal empeño en acabar con los parados que, a fuerza de afeites y maquillajes, prácticamente ha logrado que desaparezcan

Circula por Instagram el vídeo de una mujer, aparentemente de avanzada edad, que, gracias a una fabulosa peluca, una dentadura postiza digna de anuncio, un maquillaje de película y unas prótesis mamarias se transforma en una esplendorosa treintañera dispuesta a comerse la noche a bocados enfundada en un vestido de infarto. Nada que objetar a cualquiera de las artes y técnicas, que, en mayor o menor medida, todos empleamos para embellecernos y hacernos sentir mejor cuando nos enfrentamos al espejo o a la mirada del otro. El problema surge cuando la transformación es de tal calibre que no sólo contribuye a engañar al personal, sino que uno o una misma acaba confundiéndose con su propia identidad.

El ejemplo resulta útil para ilustrar la evolución de Yolanda Díaz. Advertencia para los malpensados: no me refiero a su transformación personal, que –a la vista está– ha contribuido a mejorar de forma notable su aspecto y, probablemente también, a favorecer su carrera política. Precisamente para eso están los salones de belleza y los estilistas de los que –insisto– todos nos servimos. Estoy poniendo el foco sobre su gestión profesional.

La vicepresidenta de Trabajo ha puesto tal empeño en acabar con los parados que, a fuerza de afeites y maquillajes, prácticamente ha logrado que desaparezcan. Los que cada mes afloraban en las listas del paro, encadenando días de alta en la Seguridad Social con semanas de barbecho, ya no cuentan como tales. Los célebres fijos-discontinuos se han convertido por arte de maquillaje, peluquería y postizos en empleados indefinidos. Aunque cada uno de ellos se levante por la mañana soñando con el sonido del teléfono para poder ir al tajo.

En los gabinetes de estudios hacen cábalas cada mes acerca de cuántos fijos no lo son (la mayoría) y echan a rodar la ruleta para adivinar el porcentaje de los que están realmente activos. A fuerza de sacar la verdad de la mentira estadística, parecen estar dando con la clave para tener una noción de la realidad del mercado laboral que se acerque mínimamente a los hechos. Y andan cerca de encontrarla: entre fijos discontinuos y temporales que no quieren serlo podemos estar rondando el millón. No hay más que fijarse en todos aquellos que, figurando como empleados, marcan la casilla del que dice que quiere encontrar un empleo.

Y, como la cifra del millón va subiendo y empieza a llamar la atención, en el estudio de maquillaje de Díaz han encontrado la fórmula para camuflarla de nuevo: subir el número de perceptores del subsidio de desempleo aumentando lo que, en Trabajo, denominan «subjetividades». Cuando más te paguen por no trabajar, menos personas dejarán de decir que buscan un empleo.

A Calviño le ha faltado el tiempo para alertar del disparate. Y a Yolanda para poner pie en pared defendiendo lo que entiende que es su competencia. Como ya estamos más que acostumbrados a estas disputas, bien sabemos que la de Sumar acabará ganando. No hay nada que guste más en Moncloa que una imagen de convivencia, belleza y bienestar, aunque sea un trampantojo. Ya sólo le queda a la vicepresidenta encontrar el dinero para financiar esta y otras tantas partidas de gasto que tiene en cartera. Porque los afeites y pinturas duran lo que duran y los billetes, de momento, sólo los pintan en el Banco de España.