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HorizonteRamón Pérez-Maura

El estratega que ganó la Guerra Fría

Concitaba odios simultáneamente a izquierda y derecha. Los primeros por hacerle responsable de supuestas brutalidades cometidas por su país en guerras lejanas y los segundos acusándole de buscar demasiado diálogo con el comunismo

La noticia de la muerte de Henry Kissinger me llega en Washington. Y me entero cuando estoy reunido con un grupo de amigos que hemos tenido dos veces con nosotros al propio Kissinger, aunque la última fue hace ya bastantes años, el 15 de enero de 2011 en Nueva York. Su personalidad era fascinante y la forma en que aquel octogenario seducía a las señoras con sólo mirarlas era deslumbrante. Pero seguro que no fue por eso por lo que llegaría a ser simultáneamente, consejero de Seguridad Nacional y secretario de Estado con dos presidentes, Richard Nixon y Gerald Ford. Es la única persona en la historia de la gran república norteamericana que ha ejercido ambos cargos a la vez.

Y a decir verdad concitaba odios simultáneamente a izquierda y derecha. Los primeros por hacerle responsable de supuestas brutalidades cometidas por su país en guerras lejanas y los segundos acusándole de buscar demasiado diálogo con el comunismo. Ganó el premio Nobel de la Paz junto con el líder vietnamita Le Duc Tho por las negociaciones secretas realizadas en París que acabaron con la presencia norteamericana en el sudeste Asiático. Se lo otorgaron en 1973 y el vietnamita lo declinó. Yo creo que el Comité Nobel debería haber sustituido al vietnamita por mi buen amigo Vernon Walters, a la sazón director adjunto de la CIA, que consiguió meter y sacar de París quince veces a Kissinger sin que nadie lo supiera salvo las autoridades francesas. Kissinger en esa época era el hombre más fotografiado del mundo. Pero nadie se enteró (salvo los que debían enterarse).

Siendo secretario de Estado, John Kerry dijo que Kissinger «literalmente escribió el libro de la diplomacia. Él nos dio el vocabulario de la diplomacia moderna. Términos como shuttle diplomacy y paciencia estratégica.» Tras dejar sus puestos en la Administración fundó en 1982 Kissinger Associates una consultora que dio asesoramiento a Gobiernos en el mundo entero y de la que salieron personajes de la talla Paul Bremer, a quien la Administración Bush encargó la gobernación de Irak tras la ocupación del país.

Kissinger fue un perfecto ejemplo de un hombre que es capaz de adaptarse a las circunstancias. Las de un judío que nace en Baviera en 1923 y con 15 años tiene que huir con su familia a Estados Unidos donde es reclutado para el Ejército en 1943 y lucha como soldado raso en la 84 división de Infantería en Francia y Alemania. Siguió sus estudios en Harvard centrados en Metternich y el vizconde Castelreagh y era muy divertido oírle hablar de esos estrategas con su marcado acento alemán, que nunca perdió, pese a haber llegado a Estados Unidos con 15 años. Un acento que desapareció en el hablar de su hermano Walter, sólo un año menor que él.

Yo me he encontrado con Kissinger en la paradójica situación de escucharle argumentando posiciones estratégicas sobre las que yo me había opuesto en artículos publicados en el periódico y tener que sentarme a repensar lo dicho. No siempre cambié de opinión.

Pero el legado más importante de Kissinger, el que a mí me hace creer que es el verdadero estratega que sentó las bases para una victoria de Occidente en la Guerra Fría, fue el de que supo evitar el choque frontal con la Unión Soviética de forma que cuando llegó al poder la administración Reagan en 1981, la situación de los soviéticos era de unas dificultades extraordinarias desde el punto de vista económico. Y ahí fue dónde Ronald Reagan pudo emplear la herramienta para ganar la guerra: la ganó en el terreno económico. Porque el verdadero objetivo de la Iniciativa de Defensa Estratégica, perversamente denominada «guerra de las galaxias» era demostrar que la URSS no podía entrar en ella por falta de dinero y por lo tanto tendría que rendirse. Henry Kissinger sentó las bases de esa victoria.