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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Vetan a Ayuso porque no se calla

La vida educada e institucional es tierra quemada para Sánchez. Ha elegido la escoria política frente a los representantes públicos de once millones de ciudadanos

Acabamos de asistir al acuerdo sobre los regadíos de Doñana sellado con una foto de la pax romana protagonizada por la ministra Teresa Ribera y el presidente andaluz Juanma Moreno. En un país normal, donde los presidentes no levantan muros para aislar a la mitad de la población, esa imagen sería pura rutina, una instantánea más, fruto de las obligaciones de las administraciones de hallar las mejores soluciones para los administrados. Sin embargo, el episodio andaluz es inédito y casi parece extravagante en un ecosistema territorial que es ya un escenario de guerra, pulsos políticos, desprecios, espantadas y choques institucionales.

No es aventurado pensar que esa colisión entre instituciones se incrementará dada la irrelevancia autonómica de Pedro Sánchez frente a la potente estructura regional que cosechó el PP en las elecciones del 28 de mayo. El sectarismo del Gobierno se acaba de evidenciar con la exclusión de Isabel Díaz Ayuso del acto inaugural del AVE Madrid-Asturias. A la presidenta madrileña, convertida en bestia negra por el sanchismo porque carece de filtros para cantarle al régimen las verdades del barquero, ni la convidaron a la reunión de la OTAN ni a la Cumbre del Clima y hasta se quisieron colar por la fuerza, como hizo el ínclito Bolaños, en su fiesta regional, pese a que el ministro de Presidencia no había anunciado su presencia.

La falta de lealtad institucional de este Gobierno respecto a todo aquel que no es de su cuerda está transformando la vida pública en un auténtico lodazal, donde siempre gana el que menos institucional es. Pasa con Francina Armengol, una presidenta del Congreso que no cumple con las más mínimas reglas del decoro, cuando profiere mítines a favor de Sánchez ante el Rey, en lugar de pronunciar discursos solventes que no malbaraten a Cicerón, mensajes que permitan a los españoles identificarse en una comunidad de valores. Pero claro, estamos hablando de una criatura sanchista, que ha intentado imponer el dogmatismo nacionalista en Baleares, mirado para otro lado ante los abusos a niñas tuteladas y que se saltó las restricciones que ella impuso a los ciudadanos para correrse una juerga en plena pandemia. La pregunta es: ¿cómo es posible que una política de esa indigencia moral a intelectual haya terminado como tercera autoridad del Estado?

La vida educada e institucional es tierra quemada para Sánchez. Ha elegido la escoria política frente a los representantes públicos de once millones de ciudadanos. Ha decidido profundizar en la brecha que nos separa ya irreconciliablemente. Premia a los delincuentes, los amnistía, mientras criminaliza a los que ejercen decentemente la función institucional y son respetuosos con la Constitución. Para ello, se rodea de panzer que están dispuestos a ensuciar al adversario con su verborrea espesa y hostil: de las Francinas a los Puente, pasando por los Patxi y las Chiqui Montero, todos ellos máquinas de insultar y denigrar al discrepante. La fractura ciudadana es su objetivo. Y vaya si lo están logrando.

Por eso vetan a Ayuso. No porque les gane en las urnas –que también– sino porque les gana en la calle, ese lugar que el populismo cree terreno conquistado a base de mentiras y de eslóganes de asamblea de facultad y resentimiento social. Hasta que una dirigente política los desenmascara y ya no pueden hacer otra cosa que borrarla del mapa, aunque sea del mapa ferroviario, que es a lo más que pueden llegar.