La apoyamos... pero es un truño carca
El PSOE hace un doble juego, afirma que defiende la Constitución al tiempo que señala que está obsoleta; quiere reformarla al servicio de los separatistas
Los estudiosos no acaban de entender bien cómo lo hizo. En el siglo XVI, el hijo de un guantero de la villa de mercado de Stratford-upon-Avon, en el interior de Inglaterra, un dramaturgo de pocos estudios y que nunca salió de su isla, logró compendiar en sus obras todos las pasiones y humores humanos.
En La tragedia de Julio César, que se representó por primera vez en 1599, el gran Will se ocupa de la matanza a puñaladas del general romano, que los asesinos justifican como la manera de evitar que se convierta en tirano. La obra es muy conocida y existe también una excelente película de Mankiewicz, con Marlon Brando desplegando elocuencia y testosterona.
El momento más interesante de la obra es el discurso de Marco Antonio al pueblo romano tras el magnicidio. Allí Shakespeare muestra a la perfección cómo funciona un truco oratorio repetido muchísimas veces. Consiste en afirmar una cosa al tiempo que en realidad se está defendiendo exactamente la contraria. Marco Antonio se dirige al vulgo romano con el cadáver acribillado de César tendido sobre la escalinata del Senado. El arranque de su discurso invita a pensar que es crítico con el muerto: «Amigos, romanos, compatriotas, escuchadme. He venido a enterrar a César, no a ensalzarlo. El mal que hacen los hombres les sobrevive; el bien suele quedar sepultado con sus huesos. Que así ocurra con César. Bruto os ha dicho que César era ambicioso: si lo fue, era la suya una falta grave, y gravemente la ha pagado».
En apariencia, Marco Antonio incluso ensalza la calidad moral de los asesinos: «Bruto es un hombre honorable», «Bruto es un hombre de honor», salmodia una y otra vez. Pero todo es una añagaza retórica. Poco a poco va dejando caer preguntas, comentarios y ejemplos que invalidan las críticas a César y la defensa de sus asesinos con que ha abierto su elegía. Al final, mediante esa treta oratoria, Antonio logra enardecer a los romanos, que acaban pidiendo la cabeza de los homicidas. El discurso que parecía conciliador logra prender la mecha de una guerra civil contra los regicidas.
Mezclar a Shakespeare con el PSOE es hacerle la puñeta al viejo Bardo, rebajarlo demasiado. Pero con su venia vamos a cometer tal afrenta cultural. Y es que a pesar de su estilo oratorio rupestre, el discurso de Francina Armengol en el 45 aniversario de la Constitución me ha recordado el del Marco Antonio, porque empleó idéntico truco dialéctico. Francina arrancó proclamando que hay que cumplir la Carta Magna, como afirma siempre de boquilla el PSOE. Hasta ahí, todo muy bien. Pero acto seguido, la presidenta del Congreso pasó a desmontarla, viniendo a decir que es un truño obsoleto en el que «no nos vemos reflejados del todo». Armengol cree que hay que reformarla porque tiene ¡45 años! No sabemos cómo andará Francina de cultura general, pero por si no se lo aclara ChatGPT se lo adelantamos ya nosotros: la Carta Magna de Estados Unidos se rubricó hace 236 años. Y desde luego no están pensando en destrozarla por la puerta trasera al dictado de necesidades partidistas del ególatra de turno.
Armengol, que inició su discurso declarando su aprecio por nuestra norma suprema, lo finalizó abriendo la puerta, sin citarla, a una consulta independentista: «Quiero recordar que el título octavo de nuestra Constitución alumbra la cuestión territorial (…) y deja abierto el camino para avanzar en el proceso de acercar a los ciudadanos la toma de decisiones». Los ciudadanos pueden decidir sobre el modelo territorial. Hmm, ¿a qué les suena? En efecto: está apuntando ya hacia la consulta que pide Puigdemont, que se ha empezado a negociar en Ginebra a la espera de lograr la fórmula eufemística -probablemente una milonga a lo Quebec- que permita que el leal «progresista» Cándido le de luz verde en el TC.
Apoyamos la Constitución… pero es una antigualla caduca que hay que arreglar. Eso es lo que viene a decir el PSOE. Sánchez está inmerso en un plan para liquidar el orden constitucional de la Transición saltándose los cauces previstos para la reforma. Y Armengol es tan chapucillas -y tan sectaria- que ha dejado ver la amenaza en toda su claridad.
Para una obra de Shakespeare no dan. Pero para una telenovela chavista van sobrados.