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HorizonteRamón Pérez-Maura

Napoleonchu y los mandilones

Sánchez vuelve al modelo franquista en los primeros años de nuestra presencia en ONU. Desde 1967 y, claro, durante toda la democracia no ha habido ningún embajador representante permanente que no fuera diplomático

Una de las consecuencias colaterales de la formación de Gobierno ha sido el nuevo uso y abuso de las embajadas españolas para dar premios a los ministros cesados. Caso notable ha sido el de la embajada en la ONU. Según el BOE «A propuesta del Ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación, y previa deliberación del Consejo de Ministros en su reunión del día 5 de diciembre de 2023, Vengo en designar Embajador en Misión Permanente de España ante Naciones Unidas en Nueva York a don Héctor José Gómez Hernández, con efectos del día 6 de diciembre de 2023».

Es difícil hacerlo peor. Siendo ese destino en Nueva York un puesto de la máxima importancia en nuestro Servicio Exterior, no han sabido ni nombrarlo. Omiten nombrarle Embajador Representante Permanente y le nombran Embajador «en» ni siquiera «en la» Misión Permanente, donde puede haber más de uno. De hecho, habitualmente, como en la actualidad, ha habido dos, el Representante Permanente y el Representante Permanente Adjunto. Pero no queda ahí. España ingresó en la ONU en 1955. El primer embajador representante permanente fue José Félix de Lequerica, que era político, no miembro de la carrera. Duró hasta 1963. De 1963 a 1967 lo fue Manuel Aznar y Zubigaray (político y abuelo del presidente del Gobierno José María Aznar). Desde 1967 todos los embajadores han sido diplomáticos. O sea que Sánchez vuelve al modelo franquista en los primeros años de nuestra presencia en ONU. Desde 1967 y durante toda la democracia no ha habido ningún embajador representante permanente que no fuera diplomático. Aunque casi nadie se enterara en España, el nuevo embajador, Héctor Gómez, fungía de ministro de Industria, Comercio y Turismo desde el mes de marzo. Ocho meses premiados con la embajada en la ONU en Nueva York. Y, por cierto, con el nombramiento caigo en la cuenta de que el cargo estaba vacío desde que su predecesor, Agustín Santos, dimitiera en el mes de junio para integrarse en la candidatura de Yolanda Díaz. Casi seis meses sin cubrir el puesto. Total, si lo puede cubrir un ministro que no ha ameritado ocupar su cargo más que ocho meses, tampoco pasa mucho si dejan el puesto vacío una temporada.

Interesante también es el caso de la Unesco en París a donde ha sido despachado Miquel Iceta. Ahora entiendo por qué estaba tan feliz el día que traspasó la cartera de Cultura a Urtasun. En poco más de cinco años en la Moncloa Sánchez ha nombrado a tres embajadores en la Unesco, ninguno de ellos diplomático. Sus prioridades allí son otras. El primero fue el eurodiputado socialista y ex contertulio de Crónicas Marcianas Juan Andrés Perelló, que ocupó el puesto 38 meses; le siguió José Manuel Rodríguez Uribes, que había sido ministro de Cultura hasta que ocupó su lugar Miquel Iceta. Ha durado en el destino parisino veintiséis meses. Y ahora, una vez más, Iceta le quita el puesto y es el nuevo embajador en la Unesco. Ojo con el premio de consolación que den a Uribes que ya sabe Iceta donde puede acabar.

Me cuentan fuentes diplomáticas de países amigos acreditadas en la Unesco que era una chanza general entre los corrillos en esa organización onusiana, que los dos últimos embajadores, especialmente Uribes, casi no aparecían por la embajada. Ellos estaban más dedicados a sus encuentros fraternales con quienes profesan sus mismas devociones que al parecer comparte el nuevo embajador Iceta, que desde París también mirará en dirección al Gran Oriente.

Desde que Sánchez está en el Gobierno y Bolaños y Albares Napoleonchu al frente de sus ministerios el trasegar de los mandilones se multiplica. Al paso que vamos, conseguirán que en España la voz de «¡Viva el Rey!» ya casi excluida de nuestra vida, se vea sustituida por la de «¡Viva el Gran Arquitecto!».

En el día de la Inmaculada Concepción de 2023.