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Agua de timónCarmen Martínez Castro

Calviño prospera, España no

Calviño no vino al gobierno a reformar la economía española sino a engordar su curriculum. El balance de su gestión resulta más que evidente: ella está mucho mejor y España bastante peor

Habrá que felicitar a Nadia Calviño por su nuevo destino. Lleva años tratando de rentabilizar el paso por la política para su proyección personal y por fin lo ha conseguido. El Banco Europeo de Inversiones es uno de esos chollazos europeos de escaso interés político, pero de remuneración más que seductora: 400.000 euros al año, que viene a ser cuatro veces más que su actual sueldo como ministra del Gobierno de España. Confiemos en que tales emolumentos le quiten la afición por intentar colocar a su marido en cualquier empresa pública que se ponga a tiro, porque esas costumbres en Europa no se toleran.

Calviño rompe el tópico según el cual sólo se dedican a la política quienes no valen para otra cosa. Ella demuestra que no es así, que existen otro tipo de personas que saben rentabilizar su paso por la política como un medio para medrar profesionalmente. Se trata de personas de una indudable capacidad y formación, que aterrizan en la política como un atajo para recorrer en tiempo récord una carrera profesional que, de otra manera, tardarían mucho más en completar.

Primero intentó dar el salto al FMI y no lo consiguió; posteriormente porfió por auparse a la presidencia del ECOFIN y también fracasó en el intento. Ahora, aprovechando la presidencia española de la Unión Europea, al fin ha logrado su objetivo. Calviño ya está en Europa y en un puesto de campanillas, aunque esa promoción personal nos haya salido extraordinariamente cara. Qué se lo digan a la subgobernadora del Banco de España, Margarita Delgado, apeada de un puesto que tenía garantizado, o a la ciudad de Madrid, que perderá la sede de la Agencia contra el blanqueo para pagar los apoyos políticos de Francia y Alemania a la todavía vicepresidenta. Incluso Sánchez va a pagar la candidatura de Nadia Calviño con ajustes más severos de la deuda y del déficit en las nuevas reglas fiscales.

A pesar del alborozo generalizado por la promoción de Calviño como si se tratara de una gesta nacional, albergo pocas esperanzas sobre los beneficios que pueda traer a nuestro país su nombramiento: Calviño es española y socialista, pero, ante todo, es de Calviño. Incluso su gestión de los Fondos Next Generation en España abre serias dudas sobre su cometido futuro. En tres años solo ha conseguido ejecutar la cuarta parte de todo el dinero que Europa nos ha ido entregando. Y esa no es la mejor tarjeta de presentación para el responsable del mayor instrumento inversor de la Unión Europea.

Con ella al frente, la economía española ha ido perdiendo posiciones internacionales en todos los parámetros que se quieran mirar: crecimiento, PIB per cápita, competitividad, déficit o deuda. Solo hemos mejorado claramente en las estadísticas de desempleo y eso gracias a la ingeniería demoscópica de los fijos discontinuos que es mérito de su archienemiga Yolanda Díaz.

Calviño no vino al gobierno a reformar la economía española sino a engordar su currículum. El balance de su gestión resulta más que evidente: ella está mucho mejor y España bastante peor. Tanto ditirambo en su despedida está de más.