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Pecados capitalesMayte Alcaraz

¡Qué risa, un mediador salvadoreño!

La nueva política, cuyos peores tics los ha grabado a fuego en su fuero el PSOE, es hoy el esparcimiento de un grupo de irresponsables que no desentonarían en un jardín de infancia pero que son mucho más dañinos

Hace poco tuve ocasión de hablar con Pedro Sánchez en los prolegómenos de una entrevista televisiva. Constaté que el tiempo había pasado por él no solo físicamente –como por todos– sino que había cristalizado en un rictus agrio, acerado, un semblante de resentimiento que gasta cuando tiene en frente a personas –en este caso a periodistas– que no le bailan el agua. Con las manos en los bolsillos, como si estuviera en la barra de una taberna, ni siquiera extendió una de ellas para saludar a los profesionales que le rodeamos: nada nuevo en casa de Su Sanchidad.

El lunes recordé ese desaliño voluntario con que nos obsequió días antes, cuando le vi partirse de risa, desternillarse literalmente, ante las chanzas de un representante bandera, pendón, de la telebasura, antiguamente apestado de la gauche divine (cómo olvidar cuando dos estrellas de la Ser, Angels Barceló y Carles Francino, se negaron a entregarle el Ondas en 2009, no fuera a ser que les pringara con los restos del higadillo de algún famoso) y hoy convertido en ideólogo bufo del régimen.

Allí estaban 14 ministros (hay quién dé más) que no debían tener nada mejor que hacer –lo confirmo, no sabrían hacer nada mejor– para agradecer sonoramente, hasta partirse las palmas de la mano, la nómina y la pensión que les quedará cuando pasen a la condición de exministros. Ya anotó Pla en su Cuaderno que «si das el poder a los virtuosos, todo el mundo se muere de hambre». La claque sanchista no pasará hambre. Pero me quedo con dos escenas especialmente impropias, más allá de los chascarrillos entre Jorgeja y Pedrosan, dos cumbres del sarcasmo socialista. La primera interpela a la inmoralidad superlativa del presidente del Gobierno, que se permitió hacer bromas con la designación de un mediador salvadoreño, al hilo de una invitación de Vázquez para que acudiera a la próxima edición de Supervivientes. Las carcajadas sanchistas, de las que ya conocimos un adelanto desde la tribuna del Congreso que nos heló el corazón por su naturaleza patológica, abofetearon no solo a la mayoría de los españoles que rechazan la amnistía y la bajada de pantalones ginebrina (la esperanza sembrada, el nuevo hallazgo de Patxi López), sino especialmente al 78 por ciento de sus propios electores que se reconocen traicionados por su candidato. La vileza que encierra esa risa es mucho peor que cualquier ofensa directa.

El segundo bochorno se produjo cuando el jefe de Óscar Puente ironizó sobre la relación que tiene el flamante ministro de Transportes con las redes sociales. El agradecido panzer sanchista, premiado con un Ministerio tras perder la Alcaldía de Valladolid, se descacharraba con la ocurrencia de su mentor, ese que un día le quitó de la portavocía socialista por inútil. Es entonces cuando recordé el libro que publicó hace dos años Mariano Rajoy, titulado Política para adultos. Los españoles estamos perplejos por la deriva adolescente de nuestra política. Empezó Podemos con sus discursos de asamblea universitaria, diciendo que iba a arreglar el mundo y terminó arreglando las cuentas corrientes de tres familias, que solo eso es hoy este partido. Pero ahora los mensajes infantiles los sostiene el PSOE, que se ha convertido al populismo chabacano sin un ápice de pudor, y su representante más genuino es ese Puente que el césar Sánchez lo ve indispensable para cruzar el Rubicón.

¿Cómo pasar por alto sus macarradas?; las primeras haciendo comentarios ante la prensa que luego niega –en la mejor parodia escolar– y después bloqueando –como si fuera un púber enfadado con otro de la pandilla– a concejales, consejeros de Ayuso, a periodistas y a ciudadanos que le afean sus barbaridades. Qué nivel. Qué madurez. Mientras los Cercanías de Madrid, que usan 600.000 ciudadanos (la mayoría no precisamente banqueros), fundamentalmente los que vienen desde los colindantes pueblos dormitorios a la capital a trabajar, sufren un deterioro cuyo único responsable es el cheli de Moncloa.

La nueva política, cuyos peores tics los ha grabado a fuego en su fuero el PSOE, es hoy el esparcimiento de un grupo de irresponsables que no desentonarían en un jardín de infancia pero que son mucho más dañinos. Como esas riñas en la antigua Twitter de auténtico patio de colegio entre Rufián y Figo, o entre Iglesias y periodistas no afectos, antiguos palanganeros de Podemos. Conozco niños con más sustancia gris que todos ellos. Lo malo es que mientras pegan el chicle en la espalda del rival o megasuperbloquean en las redes sociales al adversario, tenemos todas nuestras certezas aniquiladas, los escalafones políticos diluidos y España se precipita por el abismo.