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Cosas que pasanAlfonso Ussía

La macheta

Abascal no puede dejarse llevar por figuraciones y metáforas contraproducentes. Se ha equivocado. Se le ha calentado en exceso la boca, no ha sabido desdecirse y hora es que lo haga

Lo de Abascal en Argentina, que tanto ha escandalizado a Pedro Jota Ramírez, ha sido, simplemente, una metedura de pata. Abascal está obligado, por respeto a la experiencia, a no abrir las puertas de las peores interpretaciones con sus palabras. Las chicas de Podemos, hoy en Sumar, fueron mucho más sutiles cuando lamentaron que en España no se hubiera guillotinado a ningún Rey. Yolanda Díaz, Irene Montero, y la desaparecida Tania.

«En España los recortes serán con guillotina». Pero estas palabras y esas intenciones no produjeron en Pedro Jota ningún tipo de molestia. Nuestro comunista de las FARC, Enrique Santiago, no dudó en reconocer que «si se diera el caso» no tendría inconveniente alguno en presentarse en el Palacio de La Zarzuela para dar buena cuenta de la Familia Real y emular el asesinato del Zar Nicolás II y su familia en Ekaterimburgo, por orden expresa de Lenin cumplida a la perfección por el general bolchevique Yákov Yurovsky. Encerraron en un sótano al Zar, a la Zarina, al Zárevich Alexei, y a las princesas Olga, Tatiana, María y Anastasia, al médico de los Romanov y al marinero que cuidaba y acompañaba siempre al hemofílico heredero. Y los asesinaron, hecho e imagen que no dudaría en repetir – según sus palabras– el camarada Enrique Santiago, que tampoco alertaron la fina sensibilidad de Pedro Jota. «Ya es hora de sacar la macheta de carnicero y cortarle el cuello a Isabel Ayuso». Esta elegante frase de Máximo Pradera, de profesión «hijo de Javier», el violento Mínimo Parcela, tampoco fue recibida con un gesto de estupor por Pedro Jota.

Esos deseos incumplidos –a Dios gracias–, pero que bullen en las podridas mentes de sus intérpretes, son los suficientemente claros y transparentes para convertirse en motivos de un debate. Lo de Abascal sí se puede interpretar y discutir. Partiendo de su inoportuno infortunio, la imagen que describe está siendo analizada como una amenaza, cuando en realidad no es otra cosa que una metedura de pata, una majadería extraída de un contexto con mucho más alcance. Una cosa es sentir y otra decir lo que se siente. La libertad de expresión no contempla la libertad de los sentimientos. Yo he sentido en muchas ocasiones y deseado el mal de determinadas personas. Por fortuna, las nubes pasan con rapidez. No hubo odio en mis deseos pero, obviamente, mis deseos no han podido establecerse en la relación universal de deseos ejemplares. Cuando veo imágenes de Sánchez y oigo sus falsedades, sus palabras traidoras, sus chorradas y mentiras, no le deseo verlo colgado de los pies. Pero sí que tropiece al llegar al Congreso vestido de azul eléctrico, caiga al suelo, se fracture una pierna y emita un sollozo de dolor. Se lo deseo, y no puedo evitarlo. Y cuando veo a Bolaños, no le deseo un mal grave, pero sí que reciba del cielo, mientras habla con los periodistas, la cagarruta de una paloma o la picadura de una avispa asiática. Y cuando oigo a Yolanda Díaz, no le deseo una desgracia, pero sí que padezca de un afonía efímera y que al incorporarse se le rompa el pantalón de marca por detrás, mostrando sus posteriores fofeces. No por ello cometo delito, porque el pensamiento y los deseos callados no pueden ser enjuiciados como tales, por indemostrables. Por ejemplo, si el Barcelona pierde, durante un buen rato rozo los más altos andamios de la felicidad. Y últimamente no me bajo de esos andamios.

Abascal tiene que saber que es el objetivo, por defender lo que defiende y representar lo que representa, de la ultraizquierda, de la izquierda, de la socialdemocracia, de los separatismos, de los etarras, del PP, de Atresmedia, de Mediaset y de Pedro Jota. Por ello, no puede dejarse llevar por figuraciones y metáforas contraproducentes. Se ha equivocado. Se le ha calentado en exceso la boca, no ha sabido desdecirse y hora es que lo haga. Los indeseables jamás piden perdón por sus palabras. Hágalo él aunque sean interpretables, y todos al tostadero, y a pasar página. Que nos quedan las más difíciles de leer.